¿Una noche de sana diversión para las familias? Hay que dudar de ello. Los programas omiten explicar de manera preventiva que La bella Rosita de Espino durmiente es una versión homosexual del conocido cuento. El príncipe azul que despierta con su beso a la princesa durmiente es en realidad una princesa, si bien esto se descubre sólo al final. El beso es un beso entre dos mujeres. «Los niños», comenta el periódico turinés La Stampa en lo que, por otra parte, es una reseña llena de elogios e incluso propagandista sobre el espectáculo, «hacen comentarios un poco asqueados sobre el hecho que para despertarla le dé un beso en la boca». Buenos chicos. Pero la directora nos asegura que lo esencial de la historia está en hacer despertar a la bella durmiente al mundo contemporáneo, donde hay muchas bellas novedades ignoradas en su tiempo, entre las cuales el «matrimonio gay» y donde el hecho de que su relación con el príncipe, es decir, con la princesa, sea un amor homosexual «no es la parte más importante de la historia».
En todo caso, se quiere enseñar a los niños una lección sobre la identidad: «Todos los personajes tienen la cabeza cubierta con una media que esconde sus rostros, impidiendo al público entender si quien está interpretándolo es un hombre o una mujer». Es difícil imaginar un modo más evidente de hacer propaganda a la ideología de género, para la que la identidad masculina o femenina no es dada, sino continuamente representada, construida, deconstruida, puesta en escena.
Cuando afirma que el aspecto homosexual «no es importante», la directora juega un poco con la realidad. Los lectores más atentos de La Nuova Nuova Bussola Quotidiana recordarán ya una mención a la La bella Rosita de Espino durmiente cuando fue presentada en el festival de la educación de género, mediante el teatro Gender Bender, organizado en 2013 en Bolonia, junto a otras obras sobre el género y de propaganda LGTB. En esa ocasión la directora no sostuvo que el elemento homosexual no fuera importante… Estoy seguro de que si la directora Dante leyera este artículo gritaría a la homofobia, tal vez citando a despropósito –un cierto tipo de agit-prop cultural lo hace siempre– al Papa Francisco y a su «quién soy yo para juzgar» las personas homosexuales.
Puede estar tranquila: también yo pienso, como el Papa, que hay que acoger a las personas homosexuales, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, con «respeto, compasión, delicadeza», evitando juzgarlas en cuanto personas. Pienso también que la ideología homosexualista y la negación del carácter natural de la diferencia entre el hombre y la mujer no hay que transmitirlas a los niños bajo un falso disfraz a través de la escuela, los espectáculos, el teatro.
Si le gusta el Papa Francisco, la directora podría meditar sobre su afirmación del 11 de abril de 2014 concerniente el derecho de los niños a «madurar en relación a la masculinidad y la feminidad», las «de un padre y de una madre», seguida por la denuncia de los «horrores de la manipulación educativa» y de la cita de la frase del cardenal Angelo Bagnasco, que hacía referencia precisamente a la educación de género en las escuelas y según el cual algunas veces hoy no se entiende «si mandas a un niño a una escuela o a un campo de reeducación».
Si el campo de reeducación para los niños de vacaciones se refiere al cuento de la bella durmiente, protesto también como estudioso de ciencias sociales, convencido de que los cuentos son mucho más importantes de lo que se cree. Nadie quiere negar la libertad de expresión artística, pero se trata de grandes arquetipos de nuestra cultura, que deberían manejarse con delicadeza sin falsificarlos nunca.
Todo el que haya estudiado la historia de la bella durmiente sabe que nace de la secular penetración en el imaginario popular de una fábula más antigua y clásica, la de Amor y Psique. La bella Psique es sometida a distintas pruebas por Venus, madre celosa de su amado Amor, una de las cuales consiste en robar y encerrar en un cofre la belleza de la reina del inframundo, Proserpina. Psique lo consigue pero se le advierte que no tiene que mirar dentro del cofre. Lo hace y cae en un sueño perpetuo, del que podrá despertarla con un beso solo Amor, el cual para conseguirlo deberá, a su vez, someterse a varias pruebas. Psique es el prototipo de la bella durmiente y Amor del príncipe. Ambos se someten a un recorrido de iniciación, sin el cual ese beso no sería eficaz. Es un recorrido en el que descubren el amor, el conocimiento y el vínculo necesario entre amor y conocimiento. Este recorrido, en el que se convierten en ellos mismos, no es igual para Psique y para Amor. La de Psique es una iniciación femenina, mientras que la de Amor es masculina.
Lo mismo sucede para la versión que madura en la Edad Media y que es transcrita en época moderna, la bella durmiente. El mismo nombre de la princesa, Rosita de Espino, Briar Rose en la versión inglesa, evoca una feminidad «selvática» que florece precisamente en el encuentro con el principio masculino. Y en la historia hay una parte que Walt Disney, en el bellísimo dibujo animado de 1959, pensó bien en dejar fuera porque era poco adecuada para los más pequeños. Nueve meses después de ese beso nacen dos niños, Aurora (que para Disney se convierte en el nombre de la bella durmiente, mientras que en el cuento es el nombre de su hija) y Día. La madre del príncipe, una bruja malísima, intenta matarlos y piensa que lo ha conseguido, pero se engaña y al final muere. En los nombres de los dos niños y en la historia de la bruja hay un significado astronómico y existencial al mismo tiempo: la noche, es decir, la bruja, piensa siempre que ha derrotado al día, pero en cada aurora éste renace. Pero esta victoria sobre la muerte se da, en el cuento, en una familia donde la unión (el beso) de un hombre (el príncipe) y de una mujer (Rosita de Espino) produce niños destinados a sobrevivir a sus padres y, por lo tanto, a vencer al tiempo, como el día vence a la noche (la bruja).
Siempre es útil mirar las espléndidas versiones de la historia de Briar Rose realizadas por el pintor prerrafaelita Sir Edward Burne-Jones, el cual hizo de la bella durmiente la pasión de toda una carrera artística, para entender hasta el fondo el simbolismo de la historia. Un cuento que significa, más o menos, lo exacto contrario de la negación homosexualista y de género de la complementariedad necesaria entre el hombre y la mujer.
Artículo original publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.