Hay quien sostiene, incluso quien dice estar seguro, que el Papa Francisco quiere reformar el papado hasta el punto de "desestructurar" el papel del romano pontífice tal como se ha desarrollado en el segundo milenio de la era cristiana, a partir de la reforma gregoriana y a través del magisterio del Concilio de Trento y del Vaticano I.

Es lo que resulta de dos importantes afirmaciones que se han subseguido en las últimas semanas.

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El protagonista de una de ellas es el monje laico Enzo Bianchi, fundador y prior del monasterio de Bose.

El 23 de julio, tras haber sido nombrado por el Papa Francisco consultor del pontificio consejo para la promoción de la unidad de los cristianos, Bianchi ha hecho unas declaraciones explosivas en la página web Vatican Insider.

El cargo que ha recibido el prior de Bose no es, en sí mismo, de gran relevancia. Pero ha sido recibido con entusiasmo en el circuito mediático vista la gran influencia que tiene la elocución de Bianchi en el mundo católico -no sólo progresista- y la asidua presencia de su firma en las primeras páginas de importantes periódicos laicos italianos, como La Repubblica y La Stampa.

Han desaparecido, en cambio, las observaciones críticas por la promoción -en el dicasterio vaticano que se ocupa del diálogo ecuménico- del fundador de una experiencia monástica que se presenta ya como interconfesional, con un luterano entre sus miembros más antiguos, muy abierta y amigable con protestantes y ortodoxos pero intransigente y desdeñosa con los tradicionalistas lefebvrianos, los únicos a los que reserva la calificación de "cismáticos".

Particularmente duro ha sido el comentario de monseñor Antonio Livi, anteriormente decano de la facultad de filosofia de la Pontificia Universidad Lateranense, que ha llegado a acusar a Bianchi de atribuir al Papa sus elucubraciones personales.

Pero, ¿que ha sostenido Bianchi que sea tan explosivo?

El prior de Bose ha dicho al Vatican Insider que cree "que el Papa quiere llegar a la unidad también a través de la reforma del Papado, un Papado que ya no da miedo, como ha dicho el patriarca ecuménico Bartolomé, al que el Papa está unido por una amistad".

Explicando que la reforma del papado significa "un nuevo equilibrio entre sinodalidad y primado", Bianchi ha añadido:

"Los ortodoxos ejercitan la sinodalidad y no tienen el primado; nosotros católicos tenemos el primado pero también un defecto de sinodalidad. No hay sinodalidad sin primado y no hay primado sin sinodalidad. Esto ayudaría a crear un nuevo estilo del primado papal y del gobierno de los obispos".

El monje piamontés ha recordado, después, una novedad que puede tener también una traducción práctica. Ha dicho que el sínodo de los obispos "existe desde el Concilio Vaticano II", que el consejo de los nueve cardenales que coadyuva a Francisco en la reforma de la curia "ha sido querido por el Papa", pero ha añadido que es posible, en un futuro, la hipótesis de "un organismo episcopal que ayude al Papa en el gobierno de la Iglesia, sin poner en discusión el primado papal".

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Pasemos ahora a la otra afirmación sobre las intenciones de Jorge Mario Bergoglio en lo que concierne a una reforma del papado.

En este caso el protagonista es el arzobispo estadounidense John R. Quinn, de 85 años, titular de la diócesis de San Francisco de 1977 a 1995 -cuando quiso renunciar con solo 67 años, también a causa de los abusos sexuales en los que estaban implicados dos de sus colaboradores en la curia diocesana- y presidente de la conferencia episcopal de los Estados Unidos de 1977 a 1980.

El 7 de julio Quinn ha referido al semanal estadounidense National Catholic Reporter que Bergoglio le dijo, unos días antes del cónclave que le vio ser elevado a la cátedra de Pedro:

"He leído su libro y espero que sea implementado" ("I´ve read your book and am hoping it will be implemented").

El libro de Quinn leído y aprobado por el cardenal Bergoglio se remonta al año 1999 y tiene el título programático: The reform of the papacy. The costly call to Christian unity. En Italia ha sido traducido por la Editorial Queriniana en el año 2000 con el título: Por una reforma del papado. La difícil llamada a la unidad de los cristianos.

El volumen se presenta como una reflexión sobre la Encíclica de Juan Pablo II Ut unum sint, de 1995. La encíclica, según el autor del libro, "rompe claramente con el pasado y es, en muchos aspectos, revolucionaria" pues "exalta el modelo sinodal de la Iglesia del primer milenio e insiste sobre el hecho de que el Papa es un miembro del colegio de los obispos y que el primado debe ser ejercido de manera colegial".

En resumen, la Ut unum sint –siempre según Quinn– "testimonia el hecho de que aceptar el Vaticano I y su enseñanza sobre el primado de jurisdicción no excluye una comprensión más amplia del primado" y "hace entender que el Vaticano I no era la última palabra".

Partiendo de este postulado, Quinn hace una serie de propuestas concretas que atañen el gobierno de la Iglesia.

Por ejemplo, en lo que concierne a las conferencias episcopales, a pesar de las normas restrictivas contenidas en el motu proprio de 1998 sobre su naturaleza teológica y jurídica, Quinn sostiene que hay que considerarlas una verdadera realización de la colegialidad episcopal con una función real de magisterio, también doctrinal.

En lo que respecta al sínodo de los obispos, indica la necesidad de sustraerlo del control de la curia romana, excluyendo de él la automática presencia de los jefes de dicasterio.

Respecto al nombramiento de obispos, Quinn desea, como obsequio a la "auténtica eclesiología" del Vaticano II, que en la elección de los candidatos se redimensione drásticamente el papel de los nuncios, dando en cambio un papel preminente a los obispos de las correspondientes provincias eclesiásticas y, en suborden, a los presidentes de las conferencias episcopales.

En práctica, por lo tanto, "la lista de los nombres elegidos por los obispos debería ser enviada a Roma directamente por el arzobispo de la provincia metropolitana, con la indicación del parecer positivo del presidente de la conferencia", mientras que "no debería haber ninguna discusión sobre la lista entre los obispos de la provincia y Roma", como tampoco ninguna función por parte del nuncio. Y si Roma no está de acuerdo con la lista "esta debería ser reenviada a la provincia para ulteriores consideraciones y enmiendas". Hay que añadir a todo esto una mayor implicación por parte de los sacerdotes y laicos, siempre que se evite la politización, los sectarismos y las violaciones del secreto.

Estas nuevas modalidades en la elección de los obispos servirían -según Quinn- para obviar los "graves problemas" causados por los procedimientos en vigor. Y cita el retraso en cubrir las sedes vacantes, el excesivo "énfasis" en la elección de candidatos que den confianza doctrinal segura, el traslado de un obispo de una sede a otra, la multiplicación los auxiliares.

Quinn apoya también la sustracción al colegio cardenalicio de la exclusividad en la elección del Papa. Sugiere que se admitan en el cónclave los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, aunque no se les haya concedido la púrpura; que participen en el voto al menos algunos presidentes de las conferencias episcopales y que se permita a las grandes organizaciones laicas que indiquen a los electores las cualidades que ellos desearían ver en el nuevo Papa.

Por último, para Quinn el nudo decisivo de una reforma del papado cuya finalidad sea la unidad de los cristianos no es sólo la centralización, sino también la reforma de la curia romana.

Una curia romana que, ante todo, debería tener menos obispos y menos sacerdotes. Y a este propósito Quinn tacha como "abuso del sacramento del orden sagrado y del oficio de obispo" el hecho de que los secretarios de los dicasterios vaticanos sean elevados sistemáticamente a la dignidad episcopal.

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Estas son, por lo tanto, las reformas deseadas por Quinn al final del pasado milenio, las que el entonces cardenal Bergoglio, en la vigilia del cónclave de 2013, habría dicho -según refiere el propio Quinn- querer implementar.

La pregunta viene sola. Hoy que Bergoglio se ha convertido en Papa y tiene el poder, ¿tiene intención de promover, favorecer e incluso imponer la aplicación de estas reformas?

Algunas decisiones tomadas hasta este momento por Francisco parecen ir en esta dirección, como la creación del consejo de los nueve y la potenciación del sínodo de los obispos.

Pero otras van en la dirección opuesta, como la continua elevación de los secretarios, no sólo de las oficinas de la curia, sino también del governatorato y del mismo sínodo, a obispos.

Y en lo que se refiere a la delicada cuestión de los nombramientos episcopales en las diócesis –argumento tratado en la última reunión del "C9"– no se sabe si la praxis indicada por Quinn ha iniciado a implementarse o no en Argentina. Ciertamente, ninguna de las sin embargo muy numerosas reservas episcopales de ese país, desde marzo de 2013 al día de hoy, ha pasado en el Vaticano la criba de los miembros de la congregación para los obispos. Como tampoco lo han hecho los nombramientos, en Italia, en las diócesis de Isernia y de Locri.

En Argentina, además de su sucesor en Buenos Aires, el Papa Francisco ha llevado a cabo una veintena de reservas episcopales, ocho de las cuales (convertidas después en siete tras la inexplicable renuncia de uno de los elegidos, acaecida después de la publicación del nombramiento pero antes de la consagración) concernían sin embargo a obispos auxiliares. También en este campo, por lo tanto, el pontífice argentino no parece querer seguir las indicaciones del, por otro lado muy alabado, libro de Quinn.

Pero ha pasado sólo un año y medio desde el inicio del pontificado. Demasiado pronto para entender hasta dónde quiere ir Francisco en una efectiva reforma del papado.

Algunos días después de su nombramiento como consultor del pontificio consejo para la unidad de los cristianos e inmediatamente después de haber predicado por enésima vez la misericordia y el perdón el 1 de agosto en Asís, el prior de Bose Enzo Bianchi ha exigido a través de su abogado a la publicación católica online La Nuova Bussola Quotidiana la supresión "en el plazo de ocho días" de todos los artículos críticos sobre él – tres en el arco de tres años, el último de los cuales ha sido el de monseñor Antonio Livi, que hemos mencionado anteriormente – con la consecuencia, en caso de negación, de "emprender las acciones legales correspondientes":

Artículo publicado en Chiesa.Espressonline.it
Traducción de Helena Faccia Serrano.