Anoche leí una desoladora afirmación de Nietzsche. Sostiene que la frase "vivir peligrosamente" es un pleonasmo. Sobra el adverbio "peligrosamente" pues así es toda vida. Seguro que él habló con sinceridad. Pido al Señor hablar asimismo con convencimiento, desde la sinceridad. Marginar a Dios de nuestra vida, olvidarle, nos conduciría a dejar de ser hombres como él nos pensó. Cosa ciertamente peligrosa, pues nos convertimos en el único ser vivo, que sabe que ha de morir, desplomándose en la nada del no ser. Pero el creyente sabe que, por mucho que cierre los ojos para Dios, sucede como cuando los cierra ante el sol: por mucho que cierre los ojos, no por eso dejará el sol de existir. Más aún; si ando por el monte de espaldas al sol, mi propia sombra me hará ver que el sol está sobre mí, iluminándome. A quienes creemos que somos deseo de Dios, en el doble sentido de que nos ha dado el ser y el desearle, nos apena que hay quienes no lo creen. Pues Él no ha pensado crear ninguna persona que no tenga relación con Él. Esa donación divina es "lo más íntimo y lo más auténtico del ser humano. El centro y la razón radical de lo que él es" (Rahner). ¿Cómo hablar a los demás de la fe? He aquí lo que respondió el gran creyente Henri de Lubac: "`¿Cómo presentar el cristianismo?´, pregunta usted. Una sola respuesta: como usted lo viva. `¿Cómo presentar a Cristo?´ Como usted lo ame. `¿Cómo hablar de la fe?´ Según lo que sea para usted". + Cardenal Ricardo Mª Carles, arzobispo emérito de Barcelona