La sociedad desvinculada era la cultura hegemónica que nos destruía como personas y como sociedad antes de la pandemia. Sigue ahí, y depende de nosotros que lo que vaya surgiendo de esta crisis la acentúe o por el contrario consigamos superarla.
Hay signos esperanzadores, como la solidaridad o el esfuerzo más allá de la profesión de tanta gente, pero también evidencias de todo lo contrario: el mal trato de la gente mayor, que aún perdura, hasta haber llegado al extremo del cribaje por edad. El predominio hasta caer en su propia ilegalidad del estado es otra manifestación, porque la sociedad desvinculada, estadio superior del individualismo de la subjetividad sin freno, conduce precisamente a la creación de un estado intrusivo e inocente de toda responsabilidad, que primero suplanta a la comunidad para después convertirse en autoritario.
La pandemia está ocasionando en el caso de España esta dinámica, primero por la deriva lógica, porque es el estado quien detenta los recursos, pero también por la naturaleza del gobierno español, que lo acentúa: las personas importan. Un presidente que presenta de forma alarmante las características de un “césar augusto”, y la presencia de un partido, Podemos, que entiende la democracia como un medio -que lo es- que solo es útil si sirve a su ideología -cosa que obviamente no es-.
Y esto es terriblemente peligroso. Porque precisamente la pandemia expresa en toda su crudeza que las grandes respuestas son del estado; que depende de Europa, pero del propio estado en último término. Lo son las políticas de sanidad. Lo es la red de alerta epidemiológica e intervención inmediata, que ha fallado estrepitosamente, y lo es la respuesta a la crítica situación económica. Ahora mismo, no sé si han reparado en ello, 19 millones de adultos dependen, para sus ingresos, del estado: gentes del ERTE, paro, renta mínima, pensionistas y funcionarios. Heterogéneo, sí, pero unidos por un mismo aprovisionamiento económico.
Normalmente, la justificación autoritaria se dice que es debida a la ineficacia democrática. Es quienes venden el ejemplo chino. En realidad, la mayoría de los casos históricos demuestran más bien lo contrario. El propio origen de la democracia en Grecia radica en su mayor eficiencia bélica frente a los ejércitos de pueblos que viven bajo tiranías. Pero no siempre es así, como nos recuerda la República de Weimar, que no supo o no pudo soportar una serie de desafíos terribles: las cargas del tratado de paz primero, y el Crack del 29, después.
Pero lo que sucede en España es distinto. El crecimiento del autoritarismo gubernamental, revestido de una retórica cotidiana que poco resuelve, crece en la medida que crecen los registros de la incompetencia e insensibilidad gubernamental.
Un solo dato para no extenderme en el análisis. Somos el país de Europa con las medidas de confinamiento, y por tanto de parálisis económica, más duras y, a su vez, el que menos ha definido cómo y cuándo va a ser el desconfinamiento. Se está aceptando inanemente ignorar toda previsión -modificable claro, pero previsión- sobre nuestro futuro, y con ello se nos niega el derecho a opinar sobre ella. Nos hemos entregado a Sánchez e Iglesias. Se podrá razonar la bondad de tal cesión de muchas maneras, pero si se da un paso atrás para ver todo el panorama, el pasado y lo que ha de venir, hay que reconocer que es una cesión muy peligrosa, porque nada que no sean afirmaciones abstractas permite pensar que el resultado de lo que hagan será bueno. ¿Cómo puede serlo si en medio de tanta muerte y dolor tramitan la ley para legalizar la eutanasia?
La respuesta a todo esto surge del necesario afrontamiento cristiano. Surge de desarrollar y fortalecer las comunidades, organizarlas y darles más sentido y brío, de luchar por la subsidiariedad, la que forja el capital social que vamos a necesitar más que nunca, ahora que el capital económico será escaso. Mas comunidad, y no más estado.
La respuesta surge también de la formación de la conciencia que surge de la fe en Jesucristo, libre de la intromisión del estado y de la ideología. La respuesta surge de preguntarnos en términos encarnados en la realidad qué significa y cómo se realiza nuestra oración, pidiendo al Señor que establezca su Reino en la tierra, y cuál es nuestra misión en todo ello. Cuando decimos que cuanto más anhelamos el cielo y la tierra nuevos, más trabajamos para mejorar el mundo, ¿qué significa todo esto ahora y aquí?
Es ese tipo de comunión y tarea la que debería unirnos.
Publicado en Forum Libertas.