La aguda crisis financiera que padece el mundo entero, cuyas consecuencias se dejan notar de manera especialmente grave en España, ha exacerbado la tentación, siempre presente, de ciertos grupos eclesiásticos, incluido algún que otro obispo, a condenar sin paliativos el capitalismo, el capital, el mercado y todo cuanto huela al libre ejercicio de la actividad económica. A este respecto leí hace muy pocas semanas en una revista religiosa, firmado por un franciscano conventual, que: “La gran crisis económica actual es una crisis global de Humanidad que no se resolverá con ningún tipo de capitalismo, porque no cabe un capitalismo humano; el capitalismo sigue siendo homicida, ecocida, suicida”. Y más adelante añade: “Hoy, nosotros (los religiosos) [...] seguimos rechazando el capitalismo neoliberal, el neo imperialismo del dinero y de las armas, una economía de mercado y de consumismo que sepulta en la pobreza y en el hambre a una grande mayoría de la Humanidad”. Ciertamente, un comunista recalcitrante no mejoraría la andanada. En un número aún más reciente de la misma revista, he podido leer una información sobre el XVII Foro Religioso Popular, celebrado en Vitoria a últimos de marzo pasado, que en las conclusiones aprobó, “a modo de carta abierta, el texto titulado A la Tierra”, en el cual, después de algunas generalidades utópicas propias de estos colectivos, aseguran que “el objetivo es cambiar el sistema”. ¿Qué sistema? ¿Y cambiarlo por cuál otro? Llegados a este punto, me pregunto, ¿acaso saben estos buenos samaritanos, muchos de ellos distantes del mundo, de qué va la feria? ¿Conocen quizás el significado de capitalismo, capital, economía de mercado, etc., que con tanto vigor satanizan sin entender lo que expresan ni aportar nunca soluciones alternativas más allá de grandes apalabras tan maravillosas o poéticas como quiméricas? Estos grupos clericales “comprometidos” no sé con quién ni con qué, me recuerdan a los arbitristas españoles de los siglos XVII y XVIII, que inundaban los despachos del rey con memoriales conteniendo toda clase de propuestas fabulosas para solucionar la bancarrota permanente en la que se hallaba la Hacienda real, es decir, el Estado, que, debido a ello, provocaba la ruina de la nación. “En el catálogo de panaceas aparecieron propuestas tan peregrinas como cobrar un fantasmal derecho de paso en el estrecho de Gibraltar, inaugurar un sistema monetario basado en los granos de cacao o labrar monedas de hierro. [...] Generalmente el arbitrista se rodeó de una aureola profética, y como los verdaderos profetas no hablaba por sí, antes bien lo hacía en nombre de Dios, cuya ‘sabiduría suprema revela muchas cosas a los pequeños que encubre a los grandes’”. (Diccionario de Historia de España, tomo 1, p. 314, Revista de Occidente). La Economía es una ciencia relativamente reciente pero consolidada, apoyada en modelos matemáticos muy complejos, asociada a otra ciencia aún más joven, la Sociología, y relacionada, aunque sea a cierta distancia, con la Politología, una tercera ciencia social apenas salida del cascarón, tanto que pocos son los que la cultivan y todavía menos los que se atreven a utilizar su nombre propio, aunque está llamada a tener un gran futuro. La Economía es una ciencia como otras muchas: la Medicina, la Farmacología, las físico-químicas-naturales, la Cosmología, etc. En ellas, los profanos no cometemos la osadía de meter baza, porque seguramente no diríamos más que melonadas; sin embargo, en los temas económicos, todo el mundo se considera revestido moralmente de autoridad para pontificar, aunque no sepan sumar dos más dos, sobre qué hacer, si bien raramente dicen cómo hay que hacerlo, que ahí está la madre del cordero. Aquí podríamos decir aquello de “zapatero a tus zapatos”, aunque no seré yo quien pida prohibir a ningún indocumentado que diga las tonterías que le pida el cuerpo. Lo que deben saber los arbitristas modernos, es que esta tremenda crisis actual la han provocado en primer término los Gobiernos, desde los tiempos de Bill Clinton, inyectando, en su día, liquidez a go-gó al sistema financiero, estimulando el consumo, abaratando el crédito, facilitando hipotecas a todo el mundo, incluso a personas claramente insolventes, dando “alegría” a la Economía y, en consecuencia, alcanzando una situación de pleno empleo y de consumo desaforado. Los bancos, lógicamente, se apuntaron a esta “alegría”, porque con ello el negocio del crédito iba “viento en poca a toda vela”, con dinero fácil y abundante, salido del único sitio que puede salir, de quienes ostentan el monopolio de su fabricación. Pero de pronto el motor, que iba súper revolucionado, no puede mantener un ritmo tan enloquecido y se gripa. Bien, ¿y ahora qué se hace?, ¿qué se hace racional y viable para recuperar el empleo sin volver al candil y la alpargata, o, aún peor, a la caverna? No exagero. Lean las sugerencias de los nuevos arbitristas, y ya me dirán. Que nadie se engañe: los Gobiernos son los principales causantes de la inmensa mayoría de los grandes desastres sociales que sufren las sociedades. Unas veces por frivolidad o métome en todo, y otras por incompetencia, por sectarismo, por miras puramente electorales, como hace el que padecemos ahora en España. Vicente Alejandro Guillamón