He tenido noticias por “Religión en Libertad” de un manifiesto firmado por trescientos integrantes de la “progresía” española sobre la crisis eclesial. Ante todo debo hacer una advertencia: la batalla hay que librarla también en el lenguaje, incluso empezando por él. Por ello cada vez que oigo a nuestros políticos o teólogos “progres” hablar de progreso y de fuerzas progresistas no sé si echarme a reír o llorar. En efecto, nos suelen decir, como ya publiqué en un artículo en REL del pasado 2 de Agosto, llamado “¿Por qué soy progresista?”, que el progresismo consiste prácticamente, como oímos constantemente, en rechazar la objeción de conciencia, defender el aborto, la eutanasia, el divorcio exprés, la ideología de género y todas las formas de familia menos la natural. El progreso de la Humanidad para mí consiste en promover los Derechos Humanos, magníficamente expresados en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, y ser retrógrado es ir en contra de ellos, que es lo que hacen los presuntos “progres”. Por ello pienso, por no emplear ninguna expresión hiriente, que nuestros retrógrados progres no han asimilado la Declaración de Derechos Humanos. De todas formas he de decir que estoy de acuerdo con algunas de las afirmaciones principales de este manifiesto progre: “la pérdida de credibilidad de la institución católica, en toda Europa, y que en buena parte es justificada, está alcanzando cotas preocupantes”. Acepto plenamente que la cota de credibilidad de la Iglesia Católica está alcanzando cotas preocupantes, en parte indiscutiblemente por culpa de los propios católicos, pero ése es un problema ya desde la época de Jesucristo, que tuvo que lidiar con su propio Judas. Pero creo que la obra de la Iglesia, incluso humanamente, es espléndida. No hablo sólo de los misioneros, sino que incluso en Europa, nadie realiza ni de lejos una tarea asistencial como la de la Iglesia Católica. Hoy mismo, en esta crisis, ¿quién se encarga de dar de comer a los hambrientos en los comedores populares?, ¿dónde está el Socorro Rojo? ¿No habrá que buscar que una causa del problema está en tantos medios de comunicación, periódicos, radios y televisiones, radicalmente contrarios a la Iglesia, como por ejemplo los del Grupo Prisa? ¿A qué se debe ese silencio sobre la inmensa obra positiva de la Iglesia? Sobre esto decía ya León XIII: “Prefiero perder una diócesis a un periódico católico”. ¿En qué partido político hay la cuarta parte de libertad que en la Iglesia? ¿No es cierto mas bien en ellos que “el que se mueve no sale en la foto”? Con respecto a la afirmación principal del manifiesto mi acuerdo y aceptación es sencillamente total: “No hay aquí espacio para largos análisis, pero nos parece claro que la causa principal de la crisis es la infidelidad al Vaticano II y el miedo ante las reformas que exigía a la Iglesia”. La fidelidad al evangelio obliga a seguir atentamente la evolución de los tiempos, con objeto de dar la respuesta religiosa adecuada a los problemas actuales, si bien ha de evitarse el exceso del radicalismo que no tiene en cuenta el valor de la continuidad y de la tradición de la Iglesia, pensando por ejemplo que ni Trento ni el Vaticano I tienen nada que decirnos. La fidelidad a la Iglesia supone obediencia al Magisterio, y en consecuencia al Concilio Vaticano II y sus documentos, sin reservas que los cercenen, pero también sin arbitrariedades que los desfiguren. No hay que descuidar la actualización teológica, porque lo contrario es desastroso para la enseñanza doctrinal y la actuación pastoral. Debo decir que seguramente la experiencia más bonita de mi vida fue mi presencia en el aula conciliar, de sacerdote joven en los tres últimos, de los cuatro que hubo, períodos del Concilio, y que me tomé muy en serio la frase que nos dijo Pablo VI el último día del Concilio: “la tarea de vuestra vida va a ser predicar el Concilio Vaticano II”.Este último año me he llevado al confesionario a repasar y meditar los documentos del Concilio Vaticano II. Por ello y porque los conozco bien puedo decir que estoy de acuerdo con todos y cada uno de los documentos conciliares en sus afirmaciones principales sobre Cristo, la Iglesia, la Revelación, sobre lo que dice de la Iglesia en el mundo etc. Acepto también la doctrina y los dogmas de fe, aunque ser cristiano es más seguir a Alguien, es decir a Cristo, que seguir a Algo, pero ello no me impide, precisamente porque quiero seguir a Cristo, aceptar la doctrina que la Iglesia me propone, contenida en la Revelación y en el Magisterio, tal como enseña la propia Iglesia, que sabe distinguir perfectamente entre un dogma de fe, como pueden ser la Resurrección o la Virginidad de Maria, de una encíclica corriente. Por si acaso recuerdo que el tema clave del Concilio fue la colegialidad episcopal, por la que la suprema autoridad de la Iglesia la tiene el Colegio Episcopal, que puede ejercitarla de dos modos inadecuadamente distintos: por medio de su Cabeza, el Papa o por la Cabeza juntamente con los miembros del Colegio (Papa más Obispos), pero nunca sin el Papa y menos contra el Papa (Lumen Gentium nº 22 y Nota Explicativa previa). En cuanto al aborto, el Concilio enseña que es “un crimen abominable” (GS nº 51), y por tanto no es precisamente un derecho. ¿Aceptan esto, señores firmantes del manifiesto? Ante el celibato, por supuesto es una ley de la Iglesia, que ésta podría revocar, pero que aceptamos libremente, tanto más cuanto que éramos mayores de edad, y así pienso seguir, si Dios me ayuda. Podría continuar con el resto del manifiesto e incluso puede que lo haga, si me veo forzado a ello. Me hace gracia que citen como ejemplo de la ignorancia de la Curia los “problemas referentes al inicio y fin de la vida”. El Manifiesto de Madrid, firmado por nuestros mejores científicos, la foto de cualquier feto y el magnífico Testamento Vital de la Conferencia Episcopal nos indican de qué lado está el sentido común y la verdad. En cuanto a su frase “la proclamada síntesis entre fe y razón se ve así puesta en entredicho”, les diría que no lo dudo, porque a base de disparates teológicos y sectarismo científico es difícil poder compaginar fe y razón. Pedro Trevijano, sacerdote