En estos días escucho muchos lloriqueos en ámbitos católicos por la persecución que sufren los cristianos en Oriente Próximo; en cambio, escucho menos deseos de reconocer, mediante un acto de contrición sincera, cuáles son las verdaderas causas de esa persecución.
También me llama la atención que en determinados medios sedicentemente católicos, cada vez que hay que explicar lo que está sucediendo en Oriente Próximo, se recurra a la autoridad de «analistas de política internacional», «expertos en geoestrategia» y demás ganapanes neocones, liberales o progres (bueno, en medios sedicentemente católicos a estos últimos se recurre menos, porque con los neocones y los liberales tienen ya cubierta la ración de alfalfa intoxicadora) y no se dé voz a cristianos iraquíes, sirios o palestinos, que son los que están sufriendo en sus propias carnes la persecución, y conocen perfectamente sus causas. Y no se les da voz porque se sabe que lo que van a decir no cuadra con toda la alfalfa que se nos ha obligado a deglutir durante estos años; que se nos sigue obligando a deglutir hoy.
Lo acaba de decir Michel Sabbah, patriarca emérito de Jerusalén: «Lo que está ocurriendo en Gaza no es una guerra, sino una masacre»; y es que, en efecto, no hay guerra justa donde no hay proporcionalidad en la respuesta. Los cristianos palestinos saben perfectamente que las iglesias que han sido destruidas en Gaza no lo han sido por Hamás, sino por Israel.
También los cristianos sirios saben quiénes han financiado y asesorado a la chusma que martiriza a sus hermanos. Y los cristianos iraquíes saben quiénes han sido los causantes de la feroz persecución y éxodo que padecen en estos días. Pero aquí nos basta con lloriquear por nuestros pobrecitos hermanos perseguidos, sin querer conocer las causas; o, todavía peor, impidiendo que nuestros hermanos perseguidos nos las expliquen, porque para eso ya tenemos nosotros a nuestros «especialista» tertulianeses, a sueldo de la embajada americana o israelí (o, todavía peor, gozquecillos que necesitan alinearse gratis con el Nuevo Orden Mundial, para aliviar el gravamen de su insignificancia), que nos lo explican a las mil maravillas, que nos lo llevan explicando a las mil maravillas años o décadas, apoyando la intervención de Estados Unidos en Irak, jaleando la primavera árabe, justificando la guerra en Siria y, por supuesto, aplaudiendo frenéticos con las orejas cada «intervención militar» israelí.
Durante muchos años demasiados ya los «prescriptores» de los católicos españoles en cuestiones sobre Oriente Próximo han sido una patulea que se pone cachonda con el sonsonete de la «extensión de la democracia» (así llaman a la expansión del Nuevo Orden Mundial, los muy bellacos), como el coronal Kilgore de Apocalypse Now se ponía cachondo con el olor del napalm por la mañana. Estos «prescriptores» han jaleado el derrocamiento de todos los dictadores que toleraban o incluso protegían a los cristianos en Oriente Próximo (Sadam Husein, Mubarak, Gadafi, Al Asad
) e impedían su persecución cruenta; estos «prescriptores» han presentado como «luchadores por la libertad» a la chusma islamista que, patrocinada y armada por el Nuevo Orden Mundial, tortura, martiriza o condena al éxodo a los cristianos de Oriente Próximo; estos «prescriptores», en fin, han defendido hasta lo indefendible las tropelías más infames de Israel, que no han servido sino para enviscar al mundo musulmán.
Esta patulea, queridos católicos españoles, han sido (¡y siguen siendo!) nuestros prescriptores, nuestros líderes y lideresas ideológicos. Ahora lloramos por la persecución de los cristianos en Oriente Próximo. Caiga su sangre sobre nosotros.
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