En una reciente encuesta llevada a cabo por Protestante Digital entre varios líderes evangélicos acerca de la situación y la función de la mujer en la iglesia, se hacía la siguiente pregunta: “¿Cree que bíblicamente es aceptable o correcto que una mujer ejerza el pastorado?”. Y una respuesta típica de nuestros días es la que ofrecía Philippe Chevaley: “En cuanto a su papel [de la mujer] en la iglesia local, es ciertamente fundamental, y depende de los dones que cada una reciba de parte de Dios. A este nivel [el del pastorado], tampoco encuentro ninguna diferencia entre los dones dados a los hombres y los dones dados a las mujeres. Veo que el Espíritu Santo no hace diferencia a la hora de repartir sus dones”. Esta es una convicción muy extendida hoy en día basada en un enfoque, llamémoslo así, “carismático” (nota 1). Ahora bien, reconociendo la amplia gama de ministerios que las mujeres pueden bíblicamente desempeñar y desempeñan habitualmente en la iglesia con gran eficacia, así como la mayor espiritualidad y el mayor compromiso de que hacen gala muchas hermanas, y desde luego de la absoluta soberanía de nuestro Dios sobre su Iglesia para hacer lo que Él quiera en cuanto a distribuir dones y hacer llamamientos; y admitiendo, asimismo, que se dan algunos casos de liderazgo femenino en la Biblia y en la Historia de la Iglesia (muchos menos, sin embargo, de los que se nos quiere hacer creer); argumentar el respaldo de Dios al ministerio pastoral de la mujer simplemente en función de unos supuestos dones pastorales –la apreciación de los cuales puede ser bastante subjetiva– pasa por alto otras consideraciones muy importantes (nota 2). En primer lugar, tenemos la exegesis de los pasajes que hablan del asunto; pero no entraremos aquí en un tema tan amplio que, aunque parece estar bastante claro si no le buscamos tres pies al gato, hay quienes disputan con argumentos rebuscados. El liderazgo masculino en la iglesia no se basa, sin embargo, meramente en unos cuantos versículos como 1 Timoteo 2:1115 (que, por cierto, van seguidos de aquellos otros donde Pablo enumera los requisitos de los obispos, dando por sentado que estos son todos varones). Ni los pasajes que hablan de hermanas que profetizan (1 Co. 11:5; Hch. 21:9) otorgan a estas un rol de liderazgo pastoral, por así decirlo, “institucional” en la congregación (como tampoco todos los hombres que profetizan son pastores [1 Co. 14:29-32]). El ministerio pastoral masculino está basado en algo más que la exegesis de unos pocos versículos del Nuevo Testamento, y tiene que ver con las estructuras de la Creación: el propósito original de Dios para el hombre y la mujer. Esto no es algo que Jesucristo vino a abolir, sino a restaurar en su pureza original –como el matrimonio (cf. Mt. 19:4-6)–, de manera que las relaciones entre el varón y la mujer funcionen en todos los ámbitos para la gloria de Dios, sin “machismos” ni “feminismos” añadidos (1 Co. 11:3,8-9; Ef. 5:22-33; etc.). Decir, como se dice, que Dios encomienda indiscriminadamente a hombres y mujeres la dirección pastoral de la iglesia en función de unos dones que supuestamente Él otorga por igual al varón y la mujer, no solo violenta la exegesis de los pasajes neotestamentarios que tienen que ver con el asunto o da al traste con la visión general de las Escrituras, sino que pone en tela de juicio la coherencia de Dios y de su Palabra. ¿Habrá Dios cambiado de parecer desde los tiempos de la creación en cuanto a las relaciones hombre-mujer? De ser así, habría cierta base, también, para hablar de “géneros” masculino y femenino (distintos de los sexos biológicos) y hasta para el matrimonio homosexual. Desde luego, ni nuestro Señor Jesucristo ni el “apóstol de los gentiles”, que estuvieron dispuestos a romper con muchos de los tabúes de su época acerca de la mujer, colocaron al frente de la Iglesia o las iglesias a las hermanas en pie de igualdad con los hombres. Por otro lado, interpretar las palabras de Pablo en 1 Timoteo 2:1214 como una concesión “cultural” o de época es no leer bien ese pasaje, que pone el acento sobre la creación del hombre y de la mujer. A esto último hace referencia Pablo cuando, hablando de la autoridad del hombre en la familia y en la iglesia, dice: “Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (1 Co. 11:10; cf. Gn. 2:18); “Porque Adán fue formado primero, después Eva” (1 Ti. 2:13). El liderazgo del varón en el hogar, en la iglesia y en la sociedad en general tiene sus raíces en el propósito de Dios al crear al hombre como varón y mujer y en un determinado orden (Gn. 1:27; 2:18; 1 Co. 11:10; 1 Ti. 2:13), y no proviene del machismo que originó la Caída (Gn. 3:16). Tampoco las diferencias biológicas y psicológicas obvias son ajenas a las funciones que el hombre y la mujer deben desempeñar en estas áreas, aunque hoy en día dichas diferencias traten de minimizarse. Decir esto puede ser poco popular en la actualidad, cuando el feminismo ha impregnado la mente de nuestra sociedad hasta el punto de borrar toda diferencia entre los sexos que Dios hizo distintos y complementarios (la “identidad de géneros” es una falacia del enemigo para destruir las relaciones tales y como fueron ideadas por el Creador). No obstante, es de vital importancia para la Iglesia –así como para las familias cristianas– que también en este asunto nos adhiramos a la Verdad de Dios manifestada, no solo en las Sagradas Escrituras, sino en la Creación misma, a menos que queramos irnos por el desagüe juntamente con el mundo que nos rodea. La pareja que Dios creó a su imagen y semejanza como varón y mujer (Gn. 1:26,27), y que Cristo redimió por su sangre (Gá. 3:27; 1 P. 3:7), son iguales en valor y complementarios en cuanto a funciones: “En el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Co. 11:11). Lo que está en juego en la cuestión del liderazgo del varón en la iglesia es el propósito que tuvo Dios al crear al ser humano y el orden que Él estableció –sin duda el mejor posible– para su mundo. El enfoque “carismático” del ministerio pastoral es simple y llanamente una aportación que los evangélicos hacemos al feminismo. Juan Sánchez Araujo, pastor evangélico Tiempo de hablar Notas: 1 No me refiero aquí al movimiento carismático de inspiración pentecostal, el cual, no obstante, ha contribuido mucho a difundir esta idea por su énfasis característico en los dones del Espíritu o jarismata. 2 La postura de algunos en cuanto al ministerio de predicación de la mujer bajo la supervisión de un consejo de ancianos es más bíblica, ya que equipara a las hermanas con las diaconisas de la Biblia (Ro. 16:1); también hay cierta base para un marido y su mujer trabajando en equipo, como en el caso de Priscila y Aquila, aunque no se nos dice que Priscila fuera “anciana” o “pastora” (Hch. 18:26; Ro. 16:3).