Escribo estas reflexiones el día del cuadragésimo sexto aniversario de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI. En aquel documento, el Papa nos pedía a los médicos que considerásemos como propio deber profesional el procurarnos toda la ciencia necesaria sobre aquellos temas delicados para poder dar a los esposos que nos consultan sanos consejos y directrices sanas que ellos esperan de nosotros con todo derecho. Por extensión, y siguiendo una antiquísima tradición profesional, los facultativos nos mantenemos al día sobre todas las materias que interesan a nuestra profesión.
En la actualidad podemos preguntarnos si las instituciones y los medios que utilizamos para formarnos son razonables y útiles. Una de las finalidades estatutarias de la FIAMC (Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos) es la de contribuir al desarrollo de la profesión médica en general, trabajando también con médicos no católicos, que son nuestros iguales.
Durante siglos la Iglesia ha creado y desarrollado sin cesar escuelas y universidades. Las autoridades y sociedad civil en general también desarrollan centros educativos diversos. Todo ello es bueno. Sin embargo, ¿qué sucede después de los estudios reglados? ¿Disponemos de estructuras y sistemas realmente útiles para servir con dignidad a nuestros enfermos? Recuerdo muy bien que cuando estudiaba Medicina los niveles aceptables de colesterol, glucemia, tensión arterial, etc., eran unos y ahora son otros. Recuerdo cuando nuestros profesores nos decían que las pruebas de ADN no eran muy fiables; y ahora lo son. Ha habido grandes avances en Genética, en Oncología, en Cirugía, en Infecciosas. ¿Cómo los aprendemos? ¿Tenemos clara una Ética médica que respete a todas las personas sin que los avances sean alienantes?
Veámoslo tanto en la Iglesia como en el mundo civil. Ambos tienen competencias distintas aunque algunas son compartidas y, además, sirven a la misma humanidad doliente.
Junto a escuelas católicas que ejercen su función con dignidad y muestran claramente la bondad de Jesucristo y honran a la Ciencia, otras presentan algunos valores timoratamente, ocultando a Jesucristo, y con una gran diversidad en cuanto al esfuerzo y sacrificio necesarios en la transmisión y desarrollo del saber. Lo mismo se puede decir de las universidades. Algunas, de hecho o de derecho, no se pueden considerar católicas. Una de las soluciones que ha encontrado la Iglesia, en el caso por ejemplo de los estudios familiares y de transmisión de la vida, son los institutos Juan Pablo II para los estudios del matrimonio y la familia. En el mundo civil sucede lo mismo en cuanto a las distintas calidades de su docencia, investigación y atención a las personas.
Al abandonar la universidad, los médicos apasionados por nuestra profesión podemos quedar algo huérfanos. Es cierto que existen estructuras útiles para nuestro desarrollo personal y profesional. Sin embargo, los vacíos son demasiados y muchas instituciones están anquilosadas y no sirven.
Las asociaciones de médicos católicos cumplen ciertamente una función importante en muchos países. Ello no significa que no deban extenderse, desarrollarse y ofrecer más. Algunas universidades ofrecen cursos de postgrado, pero no llegan a todos.
En mi opinión, las asociaciones colegiales y muchas asociaciones profesionales especializadas no cumplen bien su misión. Una grata excepción son las de algunos países anglosajones como los Estados Unidos, quizá por el pragmatismo de sus sociedades. También disponen de agencias públicas de salud verdaderamente envidiables. En mi país, hay academias y reales academias perfectamente prescindibles. Se bromea a menudo que algunas no más realizan la función de hacer entrar académicos, con sus discursos correspondientes… Se ha dado el caso de que el poder político encarga estudios diversos, no a universidades, academias, asociaciones, o a sus propios funcionarios especialistas, sino a entidades varias que los cobran a precio de oro. En muchas zonas le da lo mismo a un enfermo acudir al catedrático que a un buen adjunto de comarcas: ambos saben o “son” lo mismo. Los medios de comunicación están sustituyendo rápidamente a las instituciones docentes en la formación-deformación de médicos y ciudadanos. Internet es útil con reservas en el conocimiento sanitario. Nos puede servir para consultar el vademecum o el teléfono de otro médico o de un hospital, pero está lleno de bulos y no sustituye la normal relación médico-paciente.
Muchos tenemos ya la certeza de que es la industria farmacéutica y de utillaje sanitario la que contribuye más a la formación del médico. ¡Sus directivos llegan a firmar diplomas de asistencia a cursos! Aunque uno no conozca una técnica o medicamento, vendrán amablemente a presentárselos, le darán publicaciones, los subscribirán a actualizaciones por correo electrónico y se asegurarán a tiempo y destiempo de que tenga en mente las nuevas terapias. Algunos médicos me han dicho que han sabido de un nuevo antibiótico por un anuncio en el Diario médico o se han enterado de un efecto secundario por una alerta en la radio. Ello tiene sus ventajas pero también la servitud a intereses comerciales o el olvido de las enfermedades raras. Muchas empresas farmacéuticas forman muy bien a sus vendedores: una semana “de retiro” en un hotel, con los problemas materiales resueltos, charlas y clases de actualización, enumeración de objetivos, don de gentes, listado de médicos a los que dirigirse, etc. Hay que aprender de ellos pero con la cautela del profesional que sirve los intereses de sus pacientes. Y quizá haya que enterrar antiguos modelos y reflexionar sobre la mejor y más agradable manera de formarse. Eso vale para todos.