Apenas hemos celebrado el día del padre. La campaña comercial nos lo ha recordado semanas atrás para tener un detalle cariñoso y agradecido hacia esas personas importantes en nuestras vidas como son los padres que, junto a las madres, han sembrado en nosotros lo mejor que han sabido y podido buscando nuestro bien. Es justo que tengamos un día al año pensando en ellos de modo especial y consciente, aunque la entrega que ellos nos brindan no tiene horario ni calendario, como sucede siempre con una donación que nace del amor y por amor se mantiene.
El día del padre está vinculado a una festividad religiosa muy querida en nuestra tradición cristiana: San José. Él hizo las veces de padre en la familia de Nazaret, y aunque la discreción es total a la hora de saber algo más sobre este santo artesano, lo que sí sabemos es que se fió completamente de Dios y secundó sus indicaciones, aunque a veces fueran sorprendentes o complejas de entender humanamente. San José amó a María, su esposa, con toda la ternura y respeto que implicó esa especial historia de amor. Y asumió como varón ejercer como padre sin haberlo sido propiamente hablando. Pero le dio a Jesús su apellido entroncándole en el árbol genealógico que Dios había establecido para los ancestros del Mesías esperado.
Siempre me ha llamado la atención de esta función de San José, porque tuvo que velar y custodiar una vida que no había creado él, sino que sencillamente se la habían confiado. No se apropió de ese don, pero lo vivió como un regalo que tenía que poner a buen recaudo. La vida de María y la de Jesús en tantos sentidos estaban en sus manos de cabeza de familia, y como tal así lo cumplió.
Esta relación entre San José y la familia, viene al caso de lo que la Iglesia celebra siempre llegado su fiesta: el día del Seminario. Allí se forman, como en una familia, los futuros sacerdotes. Tendrán que velar por esa familia que como pastores del rebaño de Dios se les confiará en su Iglesia. Tendrán que nutrirla, protegerla, acompañarla, ayudarla a madurar. Así hizo el carpintero de Nazaret, y así hemos de hacer los que hemos sido llamados como él a ejercer ese paternal ministerio. Su taller es reflejo de una artesanía especial donde la vida es acogida, protegida y acompañada. Y por eso el Seminario es también un taller prolongado donde vamos aprendiendo las lecciones de la vida: la humana y la divina, empapándonos de los valores del santo Evangelio que luego deberemos predicar con nuestros labios y testimoniar con toda nuestra vida tras el día en el que hemos sido ordenados sacerdotes. Así se entiende que San José sea el patrono de los seminarios.
Hace unos días el papa Francisco nos hizo una confidencia sobre su relación con San José: «Yo quiero mucho a San José. Porque es un hombre fuerte y de silencio. Y tengo en mi escritorio una imagen de San José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede hacerlo. Nosotros no. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de San José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema…Al igual que San José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar. En la familia hay que levantarse y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él».
Una bella confidencia del Papa que bien podemos hacer nuestra.
Con la alegría reciente de la beatificación de los nueve mártires seminaristas, a ellos encomendamos nuestros Seminarios en este momento actual. San José nos bendiga.
Publicado en Iglesia de Asturias.