Que un Papa afirme que la resurrección de Cristo es un hecho histórico puede parecer la cosa más obvia del mundo. De hecho, en cualquier otro momento de la historia de la Iglesia, la inmensa totalidad de los fieles católicos se tomarían tal afirmación como un mensaje dirigido a los incrédulos. Pero por obra y gracia de los profesionales de la apostasía -teólogos, sacerdotes y catequistas hijos de la teología liberal-, las palabras de Benedicto XVI tienen como destinatarios a muchos bautizados que viven más cerca de una fe meramente humanista que de la fe católica. Frente a los Küng, Pagola, Torres Queiruga y Masiá de turno, suena con fuerza la voz del Vicario de Cristo: Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su “pascua", su “paso", que ha abierto una “nueva vía” entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba. En realidad basta con leerse los evangelios para comprender que la “literalidad” de la resurrección es un hecho sobre el que gira toda la Iglesia. Pero es bien sabido que los deconstructores del catolicismo se pasan por el forro la norma tomista “Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem” (S. Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad 1) y huyen de la literalidad de la Escritura siempre que se encuentran algo de carácter sobrenatural en la misma. Y dado que desde hace décadas no pocos de nuestros Pastores son tan “buenos”, tan “caritativos”, tan “misericordiosos" y, en definitiva, tan permisivos con los falsos maestros que conducen al rebaño hacia la pérdida de su fe, pues el dogma de la resurrección de Cristo, sin el cual, en palabras de San Pablo, “vana es nuestra fe” (1ª Cor 15,1417), pasa a ser para muchos bautizados poco más que un cuento del medievo, propio de ancianas pías y de una espiritualidad pre-conciliar. De poco vale que el Papa confiese verdades eternas si si son tantos los Pastores sagrados que toleran y a veces promueven a quienes las niegan. La labor del buen pastor no consiste sólo en llevar a las ovejas a los verdes pastos de la sana doctrina, sino expulsar del rebaño, a pedradas si es necesario, a los lobos que se alimentan de ellas. La verdad no se defiende sólo proclamándola sino plantando cara a la mentira. Es normal que desde el mundo se encuentre oposición a las buenas nuevas del evangelio. Lo que es gravísimo es que sean tantos los Pastores sagrados -no vale como excusa el “no voy a ser yo el único"- que parezcan ignorar las advertencias y admoniciones que tanto San Pedro como San Pablo dejaron por escrito: 2ª Pe 2,1-2 Hubo también en el pueblo falsos profetas, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción. Muchos seguirán su libertinaje y, por causa de ellos, el Camino de la verdad será difamado. 2ª Tim 4,3 Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades. Tito 3,1011 Rehusa al hombre hereje, después de una y otra amonestación; ten por cierto que el tal es trastornado, y peca, siendo condenado de su propio juicio. ¿Harán caso a los apóstoles sus sucesores en nuestro tiempo? Ojalá lo vean nuestros ojos. Luis Fernando Pérez Bustamante Luis Fernando Pérez Bustamante