Esta es la preguntan que me plantean muchos: ¿a quién votar en las diversas convocatorias electorales que tenemos en seguida, con elecciones nacionales, autonómicas, locales y europeas? Mi respuesta no puede ni debe ser otra que no me corresponde decir a quién, ni muchísimo menos: faltaría a lo más elemental ante unas elecciones. Todos los ciudadanos, no obstante, tenemos obligación, deber moral, de votar: de votar en conciencia y libertad, buscando lo que nos parece, conforme al juicio que nos hayamos hecho con discernimiento y bien fundado, sobre qué es lo más adecuado para el bien común, inseparable de los derechos humanos fundamentales, de lo que reclama de todo ciudadano la Constitución española, y conforme a principios éticos que debamos tener en cuenta en una sana democracia.
En todo caso, deberíamos tener presente que son elecciones muy importantes en la situación -compleja y delicada, en opinión generalizada- que atraviesan España y Europa, ambas inseparables. Nos hallamos en un momento crucial y seguramente decisivo para nuestro futuro. Cito algunos hechos:
1) La unidad de Europa, fiel a sí misma («Sé tú misma», dijo Juan Pablo II desde Compostela apelando a Europa), está en riesgo y sin esa fidelidad a lo que la constituye no habrá Europa, como algunos intentan solapadamente, con lo que eso significaría para el mundo entero y para Europa. Un nuevo orden mundial, economicista y sin raíces fundantes, así lo está pretendiendo. Una Europa como la que quisieron los padres de la nueva Europa está, pues, amenazada en Europa: esa es la situación en nuestro momento.
2) Pero unidad también amenazada en España, en la que nos estamos jugando nuestro futuro: unidad con un proyecto común, donde podemos y debemos caber todos con nuestras idiosincrasias y particularidades. La unidad de España, bien moral a preservar, es cuestión muy principal. Se mire como se mire, a todos los españoles atañe la cuestión catalana o vasca o navarra, y otras que podrían señalarse, porque atañe a la unidad y a la solidaridad de los pueblos y regiones que formamos lo que es España, histórica y realmente, como empresa y proyecto común.
Está en juego un tema básico que es el tema de la secesión. ¿Es conforme a la razón, aparte además de si es conforme a la doctrina social de la Iglesia, la secesión de una parte en un país democrático? ¿Se puede permanecer en silencio, en la actuales circunstancias, ante una secesión de hecho, se llame como se llame la autodeterminación? En torno, por ejemplo, a la cuestión en Cataluña, en Navarra o en el País Vasco han ocurrido muchas cosas -algunas no baladíes, como a algunos pudiera parecer- que todos conocemos y seguimos con interés. Esta cuestión, de gravedad tan grande y de tan largo alcance, creo que merecería ocupar nuestra atención e intentar una clarificación que la gente espera de estas elecciones.¿Podemos callar ante la posible ruptura pronta o futura de España?
3) Algunos analistas, pocos, se atreven a señalar en libertad la aparición de un cripto frente popular o de unidad popular, de movimientos clásicos unidos a emergentes, con los cambios sociales y culturales que ellos presagian.
4) Tampoco esta es una cuestión secundaria, por sí misma y para el futuro de la convivencia y de la democracia en España: la cuestión de la libertad religiosa, que reclama ser profundizada mejor y más hondamente. Cómo hay que entender la legítima laicidad -que no es laicismo-, la no confesionalidad del Estado y el carácter, de suyo, público de la fe y la no reducción de ésta a la vida privada. Se abre un amplio espacio a debatir y a dar respuesta, soluciones, en verdad y justicia. (No se nos puede pasar por alto que a algunos de los movimientos ideológicos emergentes, medios de comunicación y el Nuevo Orden Mundial aludido les estorba la Iglesia.)
5) Cuestiones o situaciones permanentes en España y en Europa son las de la familia, las de la vida, las de la educación y emergencia educativa. Existe una realidad, una situación preocupante entre nosotros: la de la familia. Estamos casi en la cola de los países europeos en la protección a la familia. Es necesario definirse sobre la verdad de la familia, de la que depende el futuro de la sociedad.
Inseparable de esta realidad tenemos la de la educación, como ya se planteó cuando la Constitución: ¿quién educa, el Estado o la familia? Si no es la familia a quien corresponde el deber y derecho primario y fundamental de la educación, no es posible una sociedad democrática y libre. La libertad de enseñanza y de elección de la educación moral y religiosa por parte de los padres que se quiere para los hijos es una necesidad que actualmente no está bien respetada en todas las partes: ahí se juega el futuro. Y entiéndase que aquí me refiero a todas las instituciones educativas, a las escolares de infantil y primaria como a la secundaria y a la profesional como a las universidades.
Y también me refiero a que no se pueden imponer, por parte del Estado -ni siquiera en sus instituciones propias-, ideologías o visiones antropológicas, como se pretende hacer por legislaciones nacionales o autonómicas: en concreto se viene haciendo con la ideología de género, la más insidiosa y destructiva de las ideologías.
6) El tema de la vida es cuestión principal a tener en cuenta en este siglo XXI: ya lo señalaba proféticamente el Papa San Juan Pablo II. El aborto, la eutanasia, el comercio de embriones y de miembros humanos, la drogadicción, el terrorismo, los suicidios, el tráfico de armas, la no protección de la ecología integral… y tantos otras realidades de muerte está siendo la plaga que nos está invadiendo por doquier y sembrando una cultura de muerte.
Por eso la creación en Europa, por parte de un buen número de intelectuales y universidades, presentada en París, de la Plataforma One of Us, sobre la que se está extendiendo un silencio sospechoso y que sin embargo es tan importante para el futuro de nuestras sociedades y la aparición de una nueva cultura: la cultura de la vida, que llene de alegría y de esperanza, de libertad y de servicio al hombre y a sus derechos fundamentales en todas las latitudes.
7) Esto último me da pie para llamar la atención sobre la crisis, no sólo la crisis económica, cuyos efectos perduran por ejemplo en el mundo del trabajo: en el paro juvenil y otros problemas laborales, en el cierre de empresas, en la generación de pobrezas clásicas y nuevas… Pero la crisis va más allá: se trata de una crisis cultural, una crisis de principios y convicciones, de valores universales, válidos en sí mismos y para todos, crisis y quiebra moral y de humanidad; de ahí las crisis económicas, crisis sociales y políticas. De esto se habla poco, pero es sin embargo de capital importancia, y habría que dar respuestas urgentes y decididas.
Estamos asistiendo a un economicismo dominante; todo parece que es economía y nada más que economía, con la falta de visión sobre el hombre o la reducción del hombre y sus relaciones; la economía es un hecho que condiciona casi todo. Es más, como ya he dicho, se adivina el proyecto de un nuevo orden mundial de orden solo o muy prioritariamente economicista, al que le estorbarían los principios que fundamentan la cultura europea -persona, verdad, derechos humanos, libertad, solidaridad... sobran-, lo cual no es ajeno a lo que está sucediendo en Europa, de la que España es parte.
La cuestión europea es una cuestión que nos afecta de lleno y reclama una atención rigurosa y honda, pero queda impresión en el común de la gente de que esto no es prioritario. Y parece que la cuestión de América, sobre todo latina, y el necesario diálogo transatlántico es algo que no ocupa demasiado en la atención de nuestro pueblo.
En la situación a la que me he referido no puedo omitir la realidad de los países en desarrollo, los pobres, la emigración, las esclavitudes, las pateras, los sin papeles, las tiranías intolerables que existen en nuestro mundo y tienen nombres concretos, o los inhumanismos o la postverdad y ese largo etcétera que están afectando a una humanidad que pierde norte y camino en la verdad que nos hace libres.
Y en ningún modo podemos dejar de considerar la dignidad y grandeza de la mujer para apoyarla con todas nuestras fuerzas y sin reticencias ni manipulaciones. Todo este conjunto de cosas, hechos y situaciones da pie a que sea bastante común hablar de una España y de una Europa que se están desangrando, desmoronando, desintegrando, renunciando a los principios en los que se sustentan, cayendo en una quiebra o vacío moral en la que no se sabe ya lo que es bueno y malo, justo o injusto. Y, además, nos coge con un pueblo desconcertado y perplejo, sin personas lúcidas y comprometidas suficientemente, ¿sin líderes? Esto es grave y preocupante.
8) También la Iglesia en nuestra sociedad es una realidad que, recuperando y viviendo su verdadera identidad, renovada interiormente como Dios la quiso siempre y en el Concilio Vaticano II, salga a anunciar y testimoniar el Evangelio en nuestros días, que es el verdadero y genuino futuro.
Escuché hace unos meses de un amigo, seglar, hombre de fe y de gran esperanza, amante de España, de fina percepción sobre lo que acontece, lúcido, libre, que hacía un duro diagnóstico que comparto por su realismo: «Vivimos tiempos de desafección y desconfianza, estamos instalados en una nueva época, la de la posmodernidad, que nace para oponerse a fundamentos básicos como patria, familia, religión. Se ha impuesto la codicia y se ha expulsado la prudencia. El hombre actual se siente autorizado para hacer cualquier cosa, con una libertad casi omnímoda, sin preceptos, sin reglas, portador exclusivamente de derechos, todos los derechos salvo el fundamental, que es el de la vida que no defiende. Asistimos a la renuncia y abandono de la verdad, que no defiende ni cree, en el más puro relativismo. La certidumbre ya no rige nuestras vidas, lo trascendente ha dejado de importar. Vivimos en la dictadura del relativismo. La expansión del consumo, la maximización del placer y la minimización del esfuerzo y la disciplina. El hombre de hoy ha dejado de creer en las instituciones. Absorbido por el Internet, concreta su soledad en las redes sociales, en una constante pérdida de sus puntos de referencia. Frente a este panorama desesperanzador, ¿nos queda algún pilar, cuando incluso la Iglesia en nuestro país ha enmudecido?»
Nos encontramos ante ese hombre light de la cultura o civilización de nuestros días, que vive a ras de tierra y para el momento presente, superficial producto de nuestros días, que no ha experimentado la felicidad ni la paz interior, que lleva por bandera y seña la marcha nihilista de hedonismo-consumismo-permisividad-relativismo. Todos ellos enhebrados por el materialismo: un hombre sin substancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al goce ilimitado y sin restricciones. Este hombre carece de referentes, tiene un gran vacío moral y no es feliz, aun teniendo materialmente casi todo.
Esta es mi reflexión en voz alta ante las próximas elecciones que ofrezco a todos y que me van a guiar en esta ocasión, tras informarme de los programas.
Publicado en La Razón el 27 de marzo de 2019.