“Si el Papa me lo pidiese, yo callaría, porque detrás del Santo Padre está el Espíritu Santo, pero en este momento mi deber es hablar”. Y desde luego habla, y lo hace con una libertad que irrita a los jerifaltes de Pekín pero también incomoda en no pocas estancias vaticanas.
Quien habla es Joseph Zen, cardenal y arzobispo emérito de Hong Kong. El líder católico más odiado por los nuevos comunistas de parqué y fondos piratas que pululan en la antigua Ciudad prohibida.
Tras manifestarse con cientos de miles de personas que pedían un referéndum sobre la democracia en Hong Kong, el anciano cardenal chino ha osado enviar un mensaje claro y conciso al Papa Francisco a través del Corriere Della Sera: “si le invitan a visitar China, yo le diría en este momento que no venga, porque sería manipulado; los pocos obispos valientes y libres no podrían reunirse con él, mientras que el régimen le presentaría a aquellos que son ilícitos, incluso los que han sido excomulgados”.
Es poco previsible que semejante invitación llegue desde Pekín en esta coyuntura, mientras arrecia la persecución, se procede a demoler iglesias y se arrumban los frágiles acuerdos para nombrar pacíficamente obispos con el refrendo de la Santa sede. Pero curiosamente en los mismos días en que Zen lanzaba esta advertencia, un viejo amigo de Francisco desvelaba al digital Vatican Insider que uno de sus sueños es precisamente viajar a China, país del que el Papa habla siempre con gran admiración y respeto, evitando cualquier palabra que siembre el malhumor y pueda traducirse en un empeoramiento de la situación.
En cambio Zen piensa que ésta no puede empeorar, y cuando el entrevistador se extraña de la dureza con la que se manifiesta, insiste: “no veo trazas de diálogo, incluso si Pekín tendiese ahora la mano no sería más que un engaño; conozco bien la situación de la Iglesia católica en China; nuestros pobres obispos son esclavos, el Partido Comunista les niega cualquier respeto, busca privarles de toda dignidad, amenaza a sus familias o les tienta con promesas inaceptables… así que no podemos callar”.
Más de uno piensa que Joseph Zen es demasiado rígido, demasiado inclinado a la pelea, y que sus intervenciones caen como bombas en el delicado ajedrez de marfil en el que mueven sus piezas Roma y Pekín. Tal vez. Sin embargo es Zen quien pisa el terreno desde hace decenios, quien conoce por sus nombres a los obispos (valientes y cobardes) y quien recoge los testimonios directos de quienes sufren cada día por su fe. Hace pocos días, en una conversación con el director de Asia News, Bernardo Cervellera, quiso transmitir otro mensaje al Papa, esta vez de parte del joven y valeroso obispo de Shangai, Tadeus Ma Daqin, que permanece en prisión domiciliaria desde el día de su ordenación, cuando proclamó su fidelidad al Papa y rechazó su inscripción en la Asociación de Católicos Patrióticos, controlada por el régimen. En el breve y contundente mensaje transmitido por Zen, Ma Daqin pedía al Papa que se olvidase de su seguridad, ya que la única preocupación debe ser acerca de la verdad.
A sus ochenta y dos años Joseph Zen no parece preocupado ni por la represión del régimen ni por su imagen en los palacios apostólicos. De ahí la hoja de ruta que ha comunicado a Cervellera, bien consciente de que será leída con atención en las Congregaciones, y seguramente también por el propio Pontífice: “Mi impresión es que donde hay un clero grande y unido la Iglesia puede resistir, pero es preciso animarlos. Por esta razón esperamos que la Santa Sede no se engañe a sí misma con el diálogo, sino que confíe en la claridad y la verdad, alentando el testimonio de los fieles.
Por lo demás, ¿de qué debemos tener miedo?... Se necesita claridad para ser fieles a los principios de la Iglesia. El pueblo de Dios en China tiene derecho a la claridad”.
Y cuando en el Corriere Della Sera le preguntan si piensa seguir participando en manifestaciones a favor de la democracia en Hong Kong, y si no teme que la policía le busque especialmente para detenerle, Zen responde: “que vengan a detenerme, a fin de cuentas llevo años dándoles motivos para ello”. No digo que la Santa Sede deba aceptar punto por punto cada recomendación de este gran obispo y testigo, pero pienso que Francisco haría bien en seguir escuchándolo, como en su día hizo Benedicto XVI a despecho de lo que algunos le recomendaban.
© PáginasDigital.es