Echar raíces es algo que no se ve, pero es fundamental para la vida, y cuando vienen las dificultades, estas refuerzan la semilla en vez de sofocarla. Echar raíces se alcanza quitando las piedras y dándole a la tierra su profundidad adecuada.
La buena semilla es la Palabra de Dios, que como lluvia fina va cayendo sobre nuestro corazón y lo va transformando para que produzca fruto a su tiempo. La semilla es la misma para todos, pero no siempre produce los mismos resultados. Depende también de la tierra que la acoge y del cuidado que reciba.
Nuestro corazón está hecho para dar fruto, para ser fecundo. En unos casos produce el ciento por uno, o el setenta o el treinta. Cuando encuentra buena tierra, la cosecha está garantizada, y produce alegría en el corazón que lo produce. Pero hay veces que esa tierra no está bien cuidada, como cuando junto a la buena semilla crecen también la mala hierba, las espinas, los abrojos. Si uno no cuida eso, la mala hierba abrasa la cosecha. Es preciso estar atento. No basta acoger la Palabra con alegría y buena disposición, es preciso también un trabajo constante por purificar la tierra de otras adherencias. La tarea penitencial de eliminar los obstáculos ha de ser cotidiana, porque de lo contrario los buenos deseos no llegan a frutar. Hay muchas personas buenas que dejan de serlo y no sabemos por qué. Es porque no cuidan la semilla, cardando la mala hierba para que no la sofoquen otras contrariedades.
Una tarea permanente ha de ser la de profundizar e interiorizar la buena semilla. Si se queda sólo en la superficie sin arraigar con raíces profundas, cualquier temporal de frío o de calor lo deshace. Las lluvias torrenciales, las granizadas y el pedrisco, el calor sofocante pueden destruir la cosecha. Echar raíces es algo que no se ve, pero es fundamental para la vida, y cuando vienen las dificultades, estas refuerzan la semilla en vez de sofocarla. Echar raíces se alcanza quitando las piedras y dándole a la tierra su profundidad adecuada. Echar raíces es no quedarse sólo en lo visible y aparente, sino en ir al fondo poniendo buenos cimientos.
Ah! Pero hay también una dificultad que supera las capacidades humanas. Se trata de la acción del Maligno, de Satanás, que está al acecho para robar de nuestro corazón la buena semilla en cuanto cae. El tiene poder de engañarnos, de seducirnos, porque es padre de la mentira. Y Jesús nos advierte en varias ocasiones de las malas artes que el Maligno emplea contra nosotros. El nos hace ver lo malo como bueno y lo bueno al contrario. El nos agranda las dificultades y pinta feo lo que es bello. Realmente es nuestro gran enemigo, que como león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Cómo vernos libres de sus engaños? –Con la vigilancia y la oración, con la penitencia y la escucha atenta de la palabra de Dios, con el consejo de personas prudentes que conocen sus artimañas. Cuánto bien nos hace un buen consejero, un buen director espiritual, con el que discernir lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno. Para un sano crecimiento en la vida cristiana es fundamental la ayuda de otros, y sobre todo del director espiritual.
En esta viña del Señor todos somos trabajadores, llamados a distinta hora, con jornal de gloria para todo el que persevere hasta el final. El trabajo más importante está dentro, en nuestro propio corazón. Y el apostolado no es otra cosa que cuidar esa semilla en el corazón de quienes se nos han confiado, y ayudar a que brote con fuerza, eliminando todos los obstáculos. De corazones renovados brotará cosecha abundante y frutos de bien para toda la sociedad.
“La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”, cantamos en el salmo responsorial de este domingo. Estamos llamados a dar fruto abundante, a ser fecundos. Atentos a la Palabra de Dios que lleva dentro toda su carga de fecundidad. Vale la pena cuidar la buena tierra, y eliminar todos los obstáculos para que dé fruto abundante.