Vivimos tiempos de zozobra, en lo material y en lo espiritual. La crisis del coronavirus está provocando (y si no, debería hacerlo) que nos cuestionemos nuestro modelo de vida. ¿Cuál es la finalidad que damos a nuestra existencia? ¿Merece ese fin la entrega de la vida? ¿En qué o quién hemos depositado nuestra confianza estos años? Si ese pilar ahora se tambalea quizá no fuera auténtico.
 
Sin embargo, lo mismo que toda crisis abre preguntas existenciales, preguntas que nos permiten revisar la autenticidad de nuestra vida, toda crisis permite ver ejemplos de personas cuya vida se funda en la entrega y no en el yo. Vidas ejemplares.
 
Estamos asistiendo a un esfuerzo sobrehumano de los profesionales de la sanidad, de las fuerzas y cuerpos de seguridad y de otros muchos que, a riesgo de contagiarse del coronavirus, están entregando su vida en servicio a los demás. A ellos querría enviar mi primer agradecimiento en estas líneas. Gracias a sus cuidados y profesionalidad muchos españoles salvarán su vida corporal.
 
No obstante, este artículo tiene como principales destinatarios a los sacerdotes. El coronavirus no sólo está poniendo en cuarentena nuestra vida "material-profesional-social", sino que también está amenazando con poner en cuarentena nuestra vida espiritual. Son muchas la presiones, algunas justificadas, otras no tanto, de la situación actual para que la Iglesia cierre en cuarentena. Un cierre que sería tanto como apagar a Dios. Con la característica especial de que no sería un apagón causado por la sociedad secularizada sino por la propia Iglesia. Un apagón que sumiría en la desolación al pueblo católico español.
 
Por eso este artículo quiere ser, sobre todo, un agradecimiento a todos los sacerdotes (y religiosos) que, haciendo vida las palabras evangélicas del Señor "no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (Mt 10, 28), arriesgan su vida y salud para mantener vivo y presente en nuestra sociedad a Jesucristo sacramentado. Son todos esos sacerdotes que abren sus Iglesias para que los fieles podamos acudir a confortarnos en el Señor. Son todos esos sacerdotes que siguen disponibles para la confesión. Son todos esos sacerdotes que siguen visitando y atendiendo espiritual y sacramentalmente a los enfermos. Son, especialmente, todos esos sacerdotes que siguen permitiendo al pueblo fiel participar de la Eucarístia –cumpliendo todas la normas de prudencia–, conscientes de que, como decían los primeros cristianos, "sin domingo no podemos vivir".
 
Todos ellos tienen el mérito de recordarnos a todos los españoles que vale la pena dar la vida por Cristo, por llevar a Cristo a los demás. Que es Cristo el pilar seguro sobre el que afrontar esta crisis. Que la Iglesia siempre está cerca del necesitado material y/o espiritual. Que la Iglesia no cierra. Que una semana sin domingo, sin eucaristía, es una semana vacía, perdida.
 
Muchísimas gracias de corazón a los sacerdotes. No sería posible superar esta crisis sin ellos. No habría esperanza sin ellos. Ellos van a salvar nuestra vida espiritual, la que de verdad importa.