¿Cuál es el valor que otorga el PSOE a las creencias tomadas como lo que son, una fe colectiva e institucionalizada en Dios? Porque, tal y como recogía Forum Libertas, los tres candidatos a la secretaria General del PSOE, Pedro Sánchez, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, coinciden en su posición sobre la religión y la Iglesia.
Continúan con el viejo discurso: la religión es un asunto individual, intimo y privado y ha de desaparecer del espacio público, como en el caso de la escuela, y por esta misma lógica han de liquidarse los acuerdos entre Iglesia y Estado. Claro que la experiencia religiosa es personal e íntima, y al mismo tiempo comunitaria, colectiva. Una sin lo otra no existe.
¿Los que deben sacar al socialismo inexistente de su agónica crisis entienden que la palabras y actos del Papa Francisco son solo individuales? ¿Lo son cuándo viaja a Lampedusa, cuando reúne a los presidentes palestino e israelita a orar?
Todo esto solo tiene sentido si es vivido desde los público, social, colectivo, político en definitiva; no de partido sino precisamente de res publica, algo en lo que los socialistas deberían ser los primeros interesados si tuvieran en su seno un germen de voluntad transformadora.
No es así, están prisioneros de los sucedáneos y de los clichés del siglo XIX, de la antireligiosidad mas casposa, y de los actuales de la ideología de género y el homosexualismo político, y en esto se escudan para ocultar su falta de voluntad para transformar las estructuras injustas.
Hay que preguntarse a qué viene tamaña censura de una forma de pensar, la religiosa. ¿En nombre de qué razón el laicismo se arroga la superioridad y el derecho de exclusión de los creyentes? Esa es una visión totalitaria de la sociedad.
Lo que sí se debe reclamar es la neutralidad del Estado y su concordancia en momentos específicos -como los funerales- con las creencias de los difuntos, pero no para excluir a la religión sino para darle la dimensión social que le corresponde. Porque la sociedad no es laica sino plural, por la evidente razón de que las personas profesan creencias distintas -de ahí la neutralidad, que no menoscabo hacia ellas, del Estado- y en su inmensa mayoría religiosas, con un grupo ampliamente mayoritario que se define como católico. Esa es la realidad.
Por eso tiene razón Duran i Lleida cuando afirma que "el hecho religioso es un hecho positivo para la persona, para la sociedad". Y esa afirmación, avalada por un grueso formidable de estudios, de aquí y de fuera, debe ser puesta sobre la mesa.
Sin la pretensión subjetiva de ser mejores, pero síi desde la fuerza de la evidencia científica de los hechos, desde la capacidad educativa de las familias, la mucha menor presencia de la violencia de género, menor participación en los abortos y en las enfermedades de transmisión sexual, mejor resultado económico, menor violencia, mejores conductas de socialización en los hijos, mas participación electoral, y en el asociacionismo desinteresado y solidario, por no hablar de una evidencia aplanadora, su papel en la ayuda a los demás con las crisis. Son algunos, solo algunos, aspectos que caracterizan socialmente la experiencia cristiana.
En términos técnicos: más capital social y capital humano, y menos generación de costes sociales. Estas características no benefician solo a los católicos, sino al conjunto de la sociedad a través de un doble efecto, el desbordamiento,´knowledge spillovers´, y el aprender por la práctica, ´learning by doing´, que se contagia mucho más allá del propio ámbito religioso.
La única cuestión –pero esa ya pertenece a otro capítulo- es la razón por la que, a pesar de todas estas ventajas, nuestra posición política y en la cultura mediática de nuestra sociedad es mucho menor que otros grupos que básicamente exigen y reciben, y prácticamente no dan. Pero para contestar eso deberíamos mirarnos en el espejo.
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