Tenía el propósito de escribir esta semana sobre el terrible episodio del 11-M con motivo de su quinto aniversario, pero como todas las fechas tienen octava, incluso las más aciagas, aplazo el tema para la semana que viene. Ahora me considero obligado a intervenir en la extraña polémica suscitada por las reticencias de algún que otro clérigo a la campaña benefactora de Federico Jiménez Losantos a través del espacio “Como sobrevivir a la crisis” y “Los panes y los peces”, dentro de su programa “La Mañana” de la COPE. Lo raro es que uno en concreto de estos clérigos tiene también programa en la COPE, lo que no deja de ser una peculiar forma de compañerismo, porque no es la primera vez que le atiza a Federico. Pese al afecto, entrañable, que tengo a alguno de los clérigos reticentes con lo que viene haciendo FJL y a otros profesionales “católicos” que comparten micrófono o tareas informativas con el turolense, al que sacuden, con razón o sin ella, en cuanto tienen ocasión de hacerlo, quiero elogiar públicamente, porque lo considero de justicia, a Federico por su inmensa labor de estímulo, de animación, de apoyo a las instituciones e iniciativas que se están volcando en ayuda de tantísimas personas que la crisis ha dejado y deja a diario en la más absoluta pobreza. No reconocer en toda su importancia lo que hace Federico a favor de tanta gente necesitada, es una mezquindad que se conjuga mal con la condición sacerdotal o creyente de algunos de sus enconados críticos. Guste o no guste el resto de su programa, que esa es otra cuestión, lo que hace en los espacios “Como sobrevivir a la crisis” y “Los panes y los peces” es de un mérito y una grandeza de espíritu impagables; al menos en esta vida no habrá nadie que se lo pague como merecería. No entiendo la objeción que le hace alguno de que la caridad no debe caer en el asistencialismo, o que no debe ser sólo asistencialista. No comprendo el matiz. ¿Acaso asistir, ayudar, socorrer al necesitado es ahora pecado? ¿Acaso dar de comer al hambriento, o vestir al desnudo, o ayudar a pagar la hipoteca, no son obras de misericordia, de caridad, de asistencia, antiguas o nuevas? ¿A qué viene, entonces, semejantes escrúpulos supuestamente de buena doctrina? Pero todavía entiendo menos eso de condicionar o someter la caridad a la justicia. Esa subordinación me parece sencillamente aberrante. Es como pretender enfundar el corpachón de un gigante en el vestidito de un enano. La justicia es muy limitada, claramente insuficiente para remediar los apremios de todos los necesitados. En último término, ¿qué es la justicia? Dar a cada cual lo que se le debe. ¿Y qué debe la comunidad a personas que nunca han aportado nada, absolutamente nada, ni en forma de impuestos o de trabajos personales al bien común? Y, sin embargo, cuando estas personas insolidarias se hallan en estado de pobreza, la sociedad, las instituciones públicas, eclesiales o altruistas, acuden, o deben acudir, en su auxilio, pero no por justicia, porque nada se debe a quien nada ha dado, sino por humanidad, por caridad. La justicia es demasiado pequeña para equiparla o sobreponerla a la caridad. La justicia, en tanto que expresión humana, no va más allá de las normas humanas, mientras que la caridad, manifestación del amor, no tiene límites en su generosidad, en su entrega a los demás. ¿La madre Teresa de Calcuta, hizo lo que hizo por justicia o por dación total a los más desamparados, sin entrar en otros considerados puntillosos? Años atrás, bastante atrás, Cáritas lanzó una campaña publicitaria bajo el lema de “Cáritas lucha por la justicia”. Me pareció un despropósito. En primer término, porque los cristianos habitualmente no luchamos, no agredimos, no usamos la violencia. Eso lo hacen los marxistas y sus epígonos con su famosa lucha de clases y otras luchas no menos cainitas. Las personas de fe, en cambio, se afanan, esfuerzan, trabajan, desviven, incluso consumen o sacrifican su vida, quienes llegan a ese grado de heroicidad, por servir a los demás. Pero aún era peor que ocultaran la grandeza su misión caritativa, su misión de amor, bajo el reduccionismo ideológico de la justicia. Si el cristianismo no es amor, expresado en la caridad, no es nada, sólo fachadas de cartón piedra. Vicente Alejandro Guillamón