Los que hemos dedicado tiempo y esfuerzo al estudio de la bioética, con el objetivo de servir a la Iglesia y a la verdad, llevamos unas semanas que no damos a basto con el trabajo. Sumado a las tareas diarias de la docencia, algunos encargos especiales que siempre surgen y un esfuerzo por seguir investigando, es difícil salir al paso de todas las polémicas que la sociedad nos pone en su avance imparable hacia la edificación definitiva de una cultura de la muerte. Por eso es de agradecer, dicho con toda la ironía del mundo, que la ministra Aido hable con la claridad con la que lo hace. Eso sí, acompaña con un gesto en la cara que, por lo menos a mí, me da la impresión de que se está riendo de mi. Lo ha dicho con toda claridad. Su criterio científico para definir cuando hay vida humana y sujeto que la vive, es “que ya no requiere a su madre para vivir”. Momento que cifra, según un estudio de la OMS, en la semana 22. Es decir, opta por el criterio de autonomía, que por otra parte ya ha inspirado otras leyes del ordenamiento jurídico español, como la Ley de Autonomía del Paciente. Es verdad que es un dato científico que los bebes prematuros que son capaces de vivir fuera del seno materno son, por ahora, de 22 semanas. Pero en el fondo, lo de la ministra Aido, es una burda traspolación del derecho romano que reconocía al bebe después de vivir 24 hora fuera del seno materno que en el tiempo romano era el criterio de autonomía. Además ese límite de las 22 semanas quizá pueda ser reducido, como de hecho lo ha sido, en estos últimos años. Donde está la falacia del razonamiento de la ministra, y sus supuestos expertos, es en la definición de la vida humana por el dato de la autonomía: “cuando ya no requiere de su madre para vivir”. Es decir, la vida se define por la independencia. En términos técnicos, podría decirse, por su suficiencia constitucional y así llevamos la discusión a un viejo terreno conocido. Y es que este tema ya está discutido desde hace mucho tiempo y sabiamente resuelto por la profesora Pilar Fernandez Beites o por Ignacio Nuñez de Castro. Si la suficiencia constitucional o la autonomía (en el lenguaje de la ministra) se define por la independencia de otro ser vivo, ni el niño nacido y con varios meses posee esa suficiencia constitucional o autonomía, porque, incluso, éste sigue dependiendo de la madre. Ahora bien, de lo que no se puede dudar es de la audacia para el mal de los supuestos expertos, porque casi sin que nos demos cuenta están sentando las bases de la futura regulación de la eutanasia y del suicidio asistido. De nuevo la autonomía. ¿Cuándo no es vida humana la vida de un enfermo terminal? Según este criterio cuando no es autónoma, cuando no pueda decidir por si mismo. En ese momento ya se le podrán retirar los tratamientos y las cuidados mínimos: alimentación, hidratación, etc…Es así como cierran el circulo de la cultura de la muerte. Lo importante de toda esta propuesta para elaborar un proyecto de ley no está en la polémica, nada banal, de si una menor puede abortar sin consentimiento paterno. Lo cual es una barbaridad. A la que yo añadiría más, ¿y el padre de la criatura abortada? Parece que queda como un espectador mudo de lo que puede pasar con su hijo. Tan suyo, como de la madre. En definitiva, tan de Dios que es el único dueño de la vida. Me parece que tampoco lo importante de esta propuesta es que el aborto sea considerado un derecho, algo que en Estados Unidos ya se debatió en 1973 y a lo que contestó la Congregación para la Doctrina de la Fe con la Declaración De aborto Procurato. Siendo como es un tema crucial. Lo importante de esta ley es que pretende reducir la vida humana al periodo en el que somos autónomos. Es decir, pretende decir que sólo en el periodo que nos podemos valer por nosotros mismos nos merecemos la vida, olvidando que Dios tiene grabado nuestro nombre en la palma de su mano desde el seno materno, dónde ya nos eligió, y que no se olvida de nosotros en el lecho del dolor, como no lo hizo con su Hijo en la cruz, al cual resucitó y en Él a todos nosotros. Rafael Amo Usanos, sacerdote