Tengo para mí que una parte de quienes dirigen desde diversos niveles la Iglesia tienen un importante déficit conceptual sobre los acuerdos fundamentales del papel histórico y transhistórico de la Iglesia en la humanidad. Me refiero a la conciencia sobre la historia material concreta de una parte, y del estudio o filosofía de la historia, por otra, desde la perspectiva cristiana.
Esta carencia se combina con un exceso de ocupación y preocupación por lo que son las querencias principales del momento histórico en el que vivimos, sin reparar en su contingencia y escasa duración. Una comparación puede ser útil. No hace tanto tiempo, para un sector de eclesiásticos, el marxismo constituyó una especie de “iluminación” que completaba a los propios evangelios. El resultado está a la vista: los evangelios están donde siempre, y el marxismo, respetando algunos aspectos concretos, como visión global y proyecto holístico para la humanidad ha desaparecido por el fregadero de la historia. Pero, por lo visto, no basta con la propia experiencia, y lo que antes era marxismo ahora es ideología de género, con su feminismo, sus identidades de ruptura antropológica y la desnaturalización del sentido evangélico del matrimonio, o que acepta pasivamente el gato por liebre de un estado laicista como laico y el ateísmo de estado como neutralidad religiosa. ¡Basta ya de confundir al personal!
Las características de la actual sociedad, que califico de sociedad desvinculada, tienen como mucho setenta años de presencia social, y mucho menos de hegemonía en Occidente; es decir nada en términos históricos, y está muy lejos de asemejarse a la importancia global que alcanzó el comunismo. En términos temporales de lo que significa el cristianismo, esto es marginal. Mil años de desarrollo desde un rincón de la tierra de Israel y de un puñado de judíos, “pobres de espíritu” en términos bíblicos; más de medio milenio de cristiandad, y otro medio milenio más de extensión por todo el mundo hasta llegara a ser la única institución realmente global; católica. Todo esto debería obligar a abordar las diferencias con la ideología hegemónica de Occidente más seriamente, con mayor rigor, por parte de aquellos teólogos, curas, obispos y cardenales, que confunden el aggiornamento con la imitación del mundo occidental, of course. Postular lo que ahora son las creencias principales de la ideología dominante como referencia para orientar a la Iglesia es de una falta de sentido y de realismo brutal. Y todavía resulta peor olvidarse de que la misión transhistórica de la Iglesia es extender el Reino de Dios en este mundo, de acuerdo con la misión y la palabra de Jesucristo, de acuerdo con el Concilio Vaticano II.
Sin la más mínima pretensión de aleccionar a nadie, sí que me atrevería a sugerir a quienes entre nosotros -no digamos ya en Alemania- van por falsos caminos, una atenta meditación de la Segunda Carta de San Pedro, y una lectura estudiosa de Tras la virtud, un texto de MacIntyre anterior a su conversión al cristianismo, sobre los acuerdos fundamentales, la dinámica de la tradición y su relación con la comunidad, y de una obra central del San John Henry Cardenal Newman, Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, y especialmente del capítulo quinto de la segunda parte, que trata de los desarrollos auténticos contrastados con las corrupciones. Sobre ellos define siete notas: la conservación del tipo, la continuidad de principios, el poder de asimilación, la continuidad lógica, la anticipación de su futuro, la acción conservadora sobre su pasado, y su vigor perenne. Aplíquenlos a la realidad actual y verán lo que sale.
Con ese mínimo, basta y sobra para constatar por dónde discurre el seguimiento de la Iglesia de Jesucristo y su propuesta al mundo.
Publicado en Forum Libertas.