Recientemente hemos oído voces, a propósito de la despótica asignatura de Educación para la Ciudadanía, que la ley está para cumplirla. Creo, si la memoria no me falla, que una de esas voces fue de la vicepresidenta del Gobierno, pero yo pregunto, ¿y si la ley es injusta, incluso criminal como la del aborto? ¿Estamos obligados a cumplirla simplemente porque lo ordene el poder autoritario de los poderosos? Cuando ese poder es injusto, pierde su legitimidad. La Escuela de Salamanca del Siglo de Oro, justificaba la muerte del tirano. Aquí no hablamos de matar a nadie, sino de oponer la razón, mediante la objeción de conciencia, a la sinrazón de una injusticia, e injusto es, y muy injusto, que el Estado establezca un credo oficial y trate de imponerlo, por la fuerza legal injusta, a los españolitos en edad de aprender. Ahora bien, ¿quién decide si una ley es justa o injusta? Obviamente, la conciencia de cada cual, la que nace de la libertad de conciencia, de la libertad personal. Esta libertad es anterior a cualquier código escrito y a cualquier concesión del mandatario de turno. La libertad es un derecho de origen divino, por lo tanto, ningún poder humano puede vulnerarlo sin incurrir en opresión ciudadana y menospreciar a Dios, ese Dios nos crea libres, aunque tenemos que responder ante Él y ante los hombres del uso que hagamos de nuestra irrevocable libertad. Libertad sin responsabilidad es libertinaje. La primera expresión de la libertad personal es la libertad de conciencia, y como consecuencia de ella, la objeción de conciencia frente a cualquier injusticia o atropello físico o legal. Tomás Moro, guiado por una conciencia recta, objetó hasta las últimas consecuencias la conducta reprobable de su rey, terminando en el patíbulo. Ahora, si llegar a tales extremos, es lo que están haciendo, cargados de razón, los objetores a la EpC. Es lo que se verán obligados a hacer los médicos que no quieran ser cómplices de una mayor matanza de inocentes de acuerdo con la nueva ley del aborto, aunque esa ley les prohíba objetar. Es lo que hicieron, en su día, los objetores de conciencia a la “mili”, porque ésta privaba de libertad –uno de los mayores crímenes de cualquier gobernante-, aunque fuera temporal, a generaciones sucesivas de mozos, en aras de una supuesta “defensa de la Patria” que en la práctica era totalmente inútil y absurda. A lo sumo, los soldaditos de reemplazo servían para limpiar letrinas, fregar suelos, completar los estadillos de las unidades, pasar las horas muertas en las garitas de vigilancia y asistir a los oficiales y quizás a sus mujeres. Pero nada más, ya que no tenían ninguna formación técnica para manejar las sofisticadas armas moderna. Y no lo digo porque no tenga una gran estima al Ejército y a su función, que la tengo, pero al Ejército profesional, no al de recluta forzosa, que no servía para nada. El fundamento doctrinal y moral de la libertad de conciencia que justifica la objeción de conciencia, es el que avala a los padres que han objetado la maldita asignatura masónica de la EpC, esa misma que pretende adoctrinar a los escolares en conceptos inmorales. Sin embargo, un principio tan elemental como ese, al alcance de cualquier persona medianamente formada y libre, no la entienden ni la defienden los magistrados de nuestros altos tribunales, sino que la prohíben, indicio de la descomposición conceptual, por no decirlo más crudamente, que domina los centros vitales de la sociedad española. Prohibir la objeción de conciencia equivale a prohibir la libertad de conciencia, o lo que es lo mismo, prohibir lisa y llanamente la libertad, al menos una parcela de la libertad, que es lo que ha hecho esa sala del Tribunal Supremo con su fallo claramente liberticida. El creyente que tenga conciencia –siempre la conciencia como punto de referencia- de su dignidad personal, de su condición de hijo de Dios, ha de estar siempre, siempre, contra toda dictadura, sea de derechas, de izquierdas o centrocampista. Las dictaduras, cualesquiera tipo de dictadura, ofenden a Dios y avasallan a los hombres. Ahora estamos bajo el signo de una dictadura encubierta de carácter masónico, que intenta imponer a toda la sociedad un credo laicista árido, esterelizante, dentro de cuyos planes la EpC es el ariete que procura derribar la resistencia religiosa, particularmente cristiana, que los padres infunden a los hijos. De ahí que yo alabe y anime a las familias objetoras a persistir en su batalla contra las imposiciones indignas y perversas, contra los planes de los dictadores. Con ello prestan un gran servicio, no sólo a sus hijos, que ello sería de por sí más que suficiente para no arriar bandera, sino a toda la sociedad española, a las libertades fundamentales –en primer lugar a la libertad de conciencia- que vulneran los déspotas que ocupan el poder. Ustedes están en el camino justo, y Dios, sin duda, les premiará por ello, por su valentía y entereza; la FERE-CECE, en cambio, colaborando con la injusticia, se hallan en el polo opuesto. Una vez más han vendido su primogenitura por un plato de lentejas. No sé qué ideal les inspira, pero tienen la “virtud” de estar siempre de parte de los dictadores y nunca de la libertad. Por eso son tan poco creíbles y tan poco eficaces en su misión de transmitir la fe. Vicente Alejandro Guillamón