El título de mi artículo es un eco, necesariamente negativo, dadas las futuras leyes que se preparan para el aborto, de la poesía que Dámaso Alonso escribió, hace muchos lustros y tituló "A los que van a nacer". A los que estáis, dice: "¡Cuán cerca todavía de las manos de Dios! ¿Sentís su aliento rugir entre los cedros del Levante? ¿O fraguasteis, tal vez, en su sonrisa -sonrisillas de Dios, niños dormidos- y juega en vuestras salas?". Más aún, afirma que ven a Dios. «¡Oh!, vosotros le veis, seres profundos, y saltáis en el vientre de la madre». No. Ahora son muchos miles los que cada año no saltan de gozo en el seno de la madre. Se les hace saltar, destrozados desde el vientre de la madre. Quienes los matan no los ven, como Dámaso, "modelados por Dios, entre las verdes hojas de los úteros". Para verlos así, haría falta un mínimo de "sentido" -del que carecen- del ser que tienen ante sus manos, amado de Dios antes de ser concebido. Hasta de un brote verde de avellano, en otra poesía, tiene piedad Dámaso Alonso. "¿Te quebraré, varita de avellano, te quebraré quizás? ¡Oh tierna vida!,/ ciega pasión en verde hervor nacida/ tú, frágil ser que oprimo con mi mano. /Un chispazo fugaz, sólo un liviano/crujir en dulce pulpa estremecida,/ y aprenderás, ¡oh rama desvalida!/, cuánto pudo la muerte en un verano". Estremece pensar a cuántos seres humanos se les arranca la vida, cuando aún no han nacido. Cuánto puede la muerte ante los más indefensos de nuestra especie, con "un liviano crujir en dulce pulpa estremecida". La Razón