Estamos viviendo momentos muy importantes en España y para España, tras el anuncio de nuestro rey D. Juan Carlos I de su abdicación y de la sucesión de su hijo, Felipe. Con esta página, quiero unirme al conjunto de los españoles, y reiterarle a nuestro Rey, D. Juan Carlos I mi gratitud más sincera y mis mejores deseos para su regia persona; que Dios guarde su vida muchos años, le colme de bendiciones y fortaleza, y le premie, como solo El sabe hacerlo, tantos trabajos y tantos servicios a este gran pueblo que es España, al que tanto ama, como ha mostrado a lo largo de su reinado.
Nuestro futuro Rey, D. Felipe, digámoslo con toda naturalidad, será, como su regio padre, heredero de la Monarquía Hispana que se remonta a la época visigótica en la que surge –podemos decir con verdad histórica– España. Desde entonces la Corona se ha mantenido en el tiempo, con diversas concreciones en maneras de concebirla y formas de llevarla a cabo, como referencia y garantía de lo que somos. Nacía con aquella monarquía, en efecto, un «proyecto sugestivo de vida en común» (J. Ortega y Gasset), «una empresa que atrae de diverso modo a los dos grupos desiguales que conviven» (J. Marías) en aquel entonces, y que ha pervivido, a lo largo de siglos con diversas realizaciones, en medio de una realidad plural y diversa, como unidad a partir de la fuerza del espíritu.
En nuestro Rey, como titular de la Corona, vemos, en efecto, y contemplamos una historia milenaria de servicio a España, evocamos nuestra propia historia y nuestra identidad como pueblo, afirmamos nuestra vocación de ser una unidad, que, en sus diversas etapas y vicisitudes y con sus difi cultades y logros, ha guiado una historia ininterrumpida más que milenaria. En el Rey, en quien conservamos la memoria de un pueblo para caminar con esperanza, tenemos la garantía y el símbolo de la unidad de España y de su permanencia. Así lo reconoce la Ley Magna de la Constitución Española, así lo es institucionalmente y así lo ha ejercido ejemplarmente el Rey Juan Carlos I a lo largo de sus más de treinta años de servicio a España, especialmente en momentos difíciles de nuestra reciente historia.
Así lo ha afirmado también estos días nuestro inmediato Rey de todos los españoles, Felipe VI, en diversas ocasiones con claridad, vigor, y mirada de futuro, apelando a todos a la unidad. ¡Cuánto, además, tenemos que agradecer al Rey Juan Carlos por su contribución única y tan grande a la convivencia en paz y al entendimiento entre todos los españoles, a la consolidación de la democracia en España con todo lo que signifi ca esto para un régimen de libertades y respeto a los derechos fundamentales, a una sociedad que pueda ser verdaderamente solidaria, libre, y vivir esperanzada! Y esto mismo le debemos ya, desde ahora, y le deberemos, a nuestro Rey.
Quiero y debo también agradecer al Rey Juan Carlos I su respetuosa consideración por la Iglesia, su cordial cercanía a los últimos Papas y a los Obispos. Son muchos, además, los gestos, las manifestaciones, en las que, en hondo aprecio y respeto exquisito a todas las convicciones religiosas de los españoles y a la aconfesionalidad del Estado, hemos podido comprobar sus sentimientos católicos y su más respetuosa consideración por la Iglesia, y que en él pervive la herencia del título de «Rey Católico», título con el que se
ha distinguido a los Reyes de España durante siglos. El papel del Rey Juan Carlos ha sido decisivo, por lo demás, en las relaciones de la Iglesia con el Estado en España, que quiere ser una Nación de libertades, entre las que se encuentra en primer lugar la libertad religiosa y de conciencia, y que, además, tiene unas raíces profundamente cristianas que hay que respetar, atender y posibilitar para su propia supervivencia. A pesar de apariencias en contrario, no podemos negar la honda raigambre del cristianismo en la vida y en el alma de los españoles. La fe cristiana ha hecho nacer y ha mantenido el arte que ennoblece nuestras catedrales y monasterios y que custodian hasta las más pequeñas iglesias rurales.
La fe ha sido creativa en Universidades y centros de cultura que han dado gloria a nuestra
patria y sigue hoy mostrando su vitalidad en tantas instituciones de enseñanza, que trabajan por educar integralmente personas que sirvan a la sociedad. El aliento cristiano recorre el alma de nuestros autores clásicos e inspira a nuestros músicos. Él da sentido a buena parte de nuestras tradiciones populares y vibra en nuestras procesiones y romerías en tantos lugares. La caridad cristiana ha sido fecunda en múltiples iniciativas carismáticas e institucionales a lo largo de los siglos y continúa hoy prestando sus desvelos a favor de los más necesitados de la sociedad.
El mismo Evangelio, que con tanto ardor y eficacia humanizadora fue llevado a las nuevas tierras descubiertas por la Corona española, es el que sigue hoy anunciándose en cada una de nuestras parroquias y comunidades y fl oreciendo en misioneros y misioneras que son nuestros mejores embajadores espirituales de paz y fraternidad por todo el mundo. Los grandes principios cristianos, que han conformado la cultura y la sociedad española en su identidad misma, son valiosa herencia, que es responsabilidad nuestra conservar y promover (cf.A.Ma Rouco).
El Rey Juan Carlos y la Reina Sofía saben que cuentan con mi lealtad, mi cercanía y mi afecto personal, así como con mi agradecimiento y oración. Con la misma cercanía, afecto, lealtad, adhesión, agradecimiento, desde ahora, cuentan ya y seguirán contando también los herederos de la Corona, nuestros nuevos Reyes, D. Felipe y D Leticia. En estos momentos, si queremos salvar y mantener la unidad y la identidad de España, si queremos democracia y mantener el orden constitucional de derechos y libertades en solidaridad, si queremos dar estabilidad social, económica, política a España, y esforzarnos en el bien común y en el progreso y desarrollo de España, debemos apoyar la Corona.
Que Dios ayude, guarde, y conceda larga vida y sabiduría a los Reyes y a su familia, en su servicio a España, y los asista en momentos tan decisivos e importantes para España.
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