Siempre se ha dicho, y con mucha razón, que el hombre es un animal de costumbres. Todos los animales se ajustan mucho a sus costumbres (sus instintos), pero en la afirmación anterior queremos resaltar que el hombre, incluso siendo libre, actúa con frecuencia como lo ha hecho siempre, sigue lo acostumbrado. Y menos mal, pues de otro modo sería muy complicado avanzar en la vida. ¿Qué sería de nosotros si perdiésemos la costumbre de escribir o leer, y cada mañana tuviésemos que volver a aprender el abecedario? Prefiero no pensar la dificultad de aprender, cada día, cómo realizar una operación bancaria, o peor aún, una operación quirúrgica.
¿Cómo estás? Mal, pero acostumbrado. La costumbre es buena, pero también peligrosa. Nos puede llevar a obrar “como siempre”, porque siempre lo he hecho así. Y en poco tiempo, a vivir sin pena ni gloria, a enmaquinarnos, a ser una máquina más de esta sociedad, cada vez más tecnológica, que simplemente obra, se mueve. Vivimos rodeados de máquinas, pero no somos una máquina más.
Tenemos muy cerca unas generaciones que son anti-costumbres, anti-rutina, anti-aburrimiento: los niños. Un pequeño, lo reconocemos a diario, vive con ilusión la novedad de cada jornada, día de colegio o día de vacaciones, fiesta o vuelta al cole. El presente es un descubrimiento, una novedad que explorar y descubrir, que inventar (en su significado más etimológico de encontrar).
Mantener fresco el propio corazón, y a la vez, casi como una consecuencia inevitable, refrescar a los demás. Igual que refresca el pequeño o la pequeña de un año, que da sus primeros pasos y empieza a independizarse, a descubrir el mundo maravilloso que le rodea.
¿Cómo estás? Mal, pero acostumbrado. Los cambios sociales y políticos de España, sucedidos en estas semanas, ¿no son un modo de refrescar esta nación? A nivel político el pueblo ha expresado su descontento con los políticos, sobre todo con los grandes e históricos partidos. A nivel social, estamos viviendo días históricos con la abdicación del rey Juan Carlos, tras 39 años al frente de la monarquía, y el inicio del reinado de Felipe VI, un príncipe de otra generación, al menos cronológicamente. Refrescar no significa romper toda costumbre anterior, a golpe de manguerazo, sino derramar un agua más fresca. ¿Componentes de esta agua refrescante? Los derechos y también los deberes (la otra cara, que olvidamos con demasiada facilidad), la libertad y dignidad de la persona, la búsqueda del bien común, eso que muchos políticos llaman, de modo descafeinado, el estado del bienestar.
Sin embargo, la sociedad y la política no se refrescarán por sí solas, cambiando las circunstancias de gobiernos y sociedades. El pueblo, el pueblo español y cualquier pueblo, es la suma de muchas individualidades, y sólo cambia cuando muchos individuos van cambiando. Lo otro es sólo un chorro momentáneo de la manguera, y casi siempre de agua caliente, no fresca. Necesitamos estar unidos a un grifo que nos alimente con agua fresca, ilusionante, renovadora, infantil, en el mejor sentido de esta palabra.
Para descubrir la novedad, la belleza, hay que pararse y observar, con ojos limpios, hay que admirar la belleza de una flor, de un atardecer, de una molécula o de la inmensidad de una estrella o un cometa. Esa limpieza de los ojos refresca el alma, hace nuevo el corazón y nos transmite la alegría de vivir en un mundo maravillosamente bello. Pero esa limpieza pasa por el corazón y su cantidad de amor, dada y recibida. El hombre bueno ve el mundo con buenos ojos, y el malo, el que está a disgusto con todo lo que le rodea, se siente herido hasta cuando le sonríen. Creo que aquí empieza el movimiento del refresco: en el corazón bueno, que da un paso adelante y acepta y descubre los derechos, deberes y libertades del hombre, la dignidad de la persona, la grandeza del ser humano.