Bien sabe Dios, Luis María Ansón, del que fui plumilla subordinado durante años en la Agencia Efe, y mi familia, que mis fervores monárquicos fueron y son perfectamente descriptibles, pero sería un necio, de los muchos que ahora hay por estos pagos, si no reconociera la decisiva contribución de la Corona a la estabilidad política y la consolidación de la democracia en España, que tantos bienes materiales y sociales han traído a este país, a pesar del tremendo paro actual, aunque en el aspecto moral no sé si podría decirse lo mismo.
Ha bastado que se eche a rodar el proceso sucesorio en la Jefatura del Estado para que se desaten todos los demonios familiares de los españoles. Al día siguiente del anuncio de la abdicación del Rey, la tropilla colorada asaltó la calle, siguiendo la pauta de sus más genuinos ancestros, en demanda de un referéndum que les permitiera exigir ¡ya! la República. Y en eso están inasequibles al desaliento. ¿Otra república más? ¿Acaso los españoles no tuvimos bastante con las dos anteriores, paraísos de la masonería, a cual de ellas más nefasta y turbulenta? La tercera no sería mejor teniendo en cuenta los sujetos que la promueven. ¿Es que quieren tal vez poner el país entero patas arriba? Pues sí, eso es, exactamente, lo que quieren, porque ya se sabe que a río revuelto ganancia de pescadores.
Otros muchos de la más variada especie, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y el Tormes por Salamanca, piden, ya metidos en el trajín del relevo “coronario”, hacer una revisión o reforma de la Constitución. Pero, ¿qué es lo que hay que revisar o reformar?, no dan detalles, aparte de los separatistas, que esos sí saben lo que hay que hacer para dinamitar la unidad española en la diversidad de sus territorios que consagra la Constitución.
Otros dicen que la Carta Magna ha quedado obsoleta después de 35 años y medio de vigencia, porque la sociedad española ha cambiado mucho en ese período de tiempo. Entonces, qué podría decirse de la constitución americana, madre de todas las constituciones realmente democráticas del mundo. Fue proclamada “el día diecisiete de septiembre del año de Nuestro Señor mil setecientos ochenta y siete, duodécimo de la independencia de los Estados Unidos de América”. Y ahí sigue, desde hace dos siglos y cuarto, tan linda y lozana como el primer día sin necesidad de mayores afeites ni maquillajes. Y no será porque el mundo no haya cambiado desde entonces. Otra cosa es la “Carta de garantías individuales”, las famosas enmiendas, que propiamente no forman parte de la constitución, si no que son como el apéndice que concreta las libertades personales.
En todo caso, si destapáramos la caja de los truenos de una posible reforma constitucional, el terremoto político, social y legal que iba a provocar, no habría suficientes grados de la escala Richter para medirlo. Mil y una propuestas de modificación aparecerían sobre la mesa, “exigidas ya” por los más disparatados “colectivos”. Y precisamente en este momento, en el que se atisba la posibilidad de remontar la crisis económica y proporcionar empleo a muchos parados. Pero esta remontada requiere estabilidad, sosiego social y mantener una buena imagen de España en el exterior, a fin de ayudar a las exportaciones. atraer turismo e inversiones de capitales que ayuden a la necesaria recuperación. ¿No piensan en nada de ello nuestros irresponsables reformistas?
Vistas las cosas desde una perspectiva de Iglesia, tanto revuelo y desasosiego no resulta tranquilizador. A Iglesia le sientan mal las turbulencias, los seísmos políticos o sociales, los cambios bruscos. No ayudan a su misión evangelizadora. Ya lo decía San Ignacio de Loyola: “en tiempos de tribulación, no hagas mudanza”. O lo que es lo mismo, no “meneallo”, pues como pedía el tullido: “Virgencita, que me quede como estoy”.