Uno de los aspectos en los que se ha apartado con más ímpetu nuestra sociedad de las enseñanzas de Dios es la denominada “ideología de género”. Para ser sinceros, prácticamente, no existe propaganda más agresiva que la relacionada con esa ideología y que, a la vez, sea objeto de menor resistencia. Por ejemplo, por supuesto, existen personas que todavía defienden la economía socialista, pero tras la caída del Muro de Berlín a finales del siglo pasado, es obvio que la misma resulta indefendible y, por supuesto, siempre encontrarán voces discordantes. De la misma manera, se ondean posiciones peculiares como el calentamiento global –convenientemente demostrado con la última nevada en Madrid– o la bondad del movimiento terrorista Hamás, pero sigue habiendo mentes sensatas que todavía contraponen a la propaganda argumentos documentados. La “ideología de género” parece, sin embargo, haber conseguido silenciar prácticamente a todo el mundo incluso a aquellos que sustentan una cosmovisión cristiana. A decir verdad, se ha ido filtrando incluso en los cuerpos eclesiales con un éxito que resulta inquietante. La “ideología de género” –uno de los subproductos de la decadencia de la izquierda ya en los años sesenta del siglo pasado– insiste en que el “hecho biológico” (una manera un tanto cursi de señalar que se es hombre o mujer) no es determinante, es reversible y que incluso debe ser leído como un episodio más de la lucha de clases o, si se prefiere, del combate de los oprimidos contra los opresores. Desde ese punto de vista, cualquier reivindicación de las mujeres o de los homosexuales estaría totalmente legitimada al tratarse de colectivos históricamente oprimidos, y la familia se vería desdibujada hasta el punto de no tener apenas puntos de contacto con lo que encontramos no sólo en la Biblia sino en el comportamiento de la Humanidad desde sus primeros pasos en la tierra. Dado que la sociedad se sustenta sobre un sin número de células básicas constituidas por las distintas familias, el hecho de que la familia se vea sustituida por la práctica de lo que la Biblia denomina “abominación” tiene, lógicamente, consecuencias terribles. 1. El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. 2. El matrimonio es el lugar donde se vive la sexualidad 3. En ese matrimonio existe un orden que reproduce el amor de Cristo por su iglesia 4. En el seno de la familia es donde los hijos son educados en el temor de Dios. I.- EL MATRIMONIO ES LA UNIÓN DE UN HOMBRE Y UNA MUJER El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Guste o no guste, se considere políticamente correcto o no, el matrimonio es en las Escrituras – y, dicho sea de paso, en todas las culturas de cualquier signo – una unión heterosexual. En el principio, Dios creó a un hombre y a una mujer (Gen 1:27) y de la unión de ese hombre y esa mujer surge el matrimonio (Gen 2:23-25) como una institución natural muy anterior al cristianismo, a la Torah entregada a Moisés o a la existencia de los Patriarcas. Desde luego, no deja de ser significativo que el primer milagro de Jesús – célibe él mismo – fuera en el seno de unas bodas (Juan 2:1 ss). II..- EL MATRIMONIO ES EL LUGAR DONDE SE VIVE LA SEXUALIDAD Partiendo de la base de que el matrimonio es el marco querido por Dios para que el hombre y la mujer vivan su sexualidad, no resulta extraño que la Biblia condene conductas como el incesto (Levítico 18:6 ss), el adulterio (Levítico 18:20), “el acostarse con varón como con mujer, porque es abominación” (Levítico 18:22) o la zoofilia (Levítico 18:23). Al respecto, la enseñanza bíblica es tajante: “No os contaminareis con ninguna de estas cosas, porque con todas estas cosas se han corrompido las naciones que expulso delante de vosotros, y la tierra fue contaminada y yo visité la maldad que había sobre ella y la tierra vomitó a sus moradores” (Levítico 18:24-25). Los versículos siguientes del pasaje (v. 26-30) indican que semejante riesgo de castigo no se aplica sólo a los paganos sino también al propio Israel. Si incurre en esa abominación, también recibirá el juicio de Dios. III. EN EL MATRIMONIO EXISTE UN ORDEN QUE REPRODUCE EL AMOR DE CRISTO POR SU IGLESIA De nuevo, semejante concepción puede chocar con lo “políticamente correcto”, pero lo cierto es que las Escrituras enseñan con toda claridad que “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (I Corintios 11:3) –afirmación que debe provocar en cualquier feminista verdaderos escalofríos– o que “así como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 5:24). Esta última afirmación continúa con las palabras siguientes: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella… así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a si mismo se ama” (Efesios 5:25-28). Esta enseñanza –por otro lado, bien clara– podrá relegarse, opacarse o sustituirse por las consignas de la dictadura de lo políticamente correcto, pero es la que aparece en las Escrituras y alegar que Pablo era un misógino o que estaba atrasado constituye un argumento verdaderamente endeble. Si no se acepta esa parte de la enseñanza del Nuevo Testamento, ¿por qué habría que dar por buena la que dice que Dios es Amor y está dispuesto a perdonar a los que se acercan a El a través de Jesús? Sinceramente, no veo más razón que la subjetividad del que plantea la objeción, pero ¿por qué tendría yo que aceptar su subjetividad por encima de lo que enseñan con total claridad las Escrituras inspiradas por Dios? IV. EN EL SENO DE LA FAMILIA ES DONDE LOS HIJOS SON EDUCADOS EN EL TEMOR DE DIOS Por último, la Biblia señala que es precisamente en el seno de la familia donde debe educarse a los hijos en el temor de Dios. Semejante principio aparece recogido en la Torah (Deuteronomio 6:20 ss), en los libros sapienciales (Proverbios 1:8 ss) y, como no podía ser menos, en el Nuevo Testamento donde los padres tienen como misión criar a los hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Se trata de una misión que debe llevarse a cabo sin provocar ira y buscando que los hijos obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo en el Señor y porque honrar a padre y madre es el primer mandamiento con promesa (Efesios 6:1-4). Es verdad que nuestra sociedad ha optado porque es políticamente incorrecto que los padres eduquen a sus hijos señalando que lo ideal es dejar todo en manos de un Estado, al parecer, mucho más neutral, más sensible y, sobre todo, provisto de mayor amor por las criaturas, pero cuesta creer que ese cambio sea a mejor a juzgar tan sólo por los resultados en áreas como el aumento de abortos o de embarazos adolescentes. Ciertamente, los padres han cedido en no pocos casos terreno, pero no lo ha ocupado, por regla general, nada mejor y las consecuencias se hacen sentir de manera trágica. Basta examinar de manera sencilla esta visión de la Biblia para percatarse de cuánto se ha apartado nuestra sociedad de las enseñanzas de Dios especialmente en los últimos años. Ni, legalmente, el matrimonio es el matrimonio natural, ni la sexualidad es vista como algo que debe vivirse en el seno del matrimonio – más bien esa sexualidad resulta escarnecida de manera continua – ni la familia mantiene su orden natural ni los hijos son objeto de una educación apropiada ya que, a decir verdad, el poder político ansía adoctrinarlos en dogmas como los de la “ideología de género”. Pues atengámonos a las consecuencias. Una sociedad en esa situación no dejará de ser objeto del juicio de Dios -¿acaso no lo está siendo ya?– a menos que se vuelva de sus caminos torcidos y se dirija a El. César Vidal El pecado de Sodoma (I): la soberbia El pecado de Sodoma (II): La abundancia de pan El pecado de Sodoma (III): La abundancia de ociosidad El pecado de Sodoma (IV): la ausencia de compasión El pecado de Sodoma (V): cómo no olvidar la compasión El pecado de Sodoma (VI): consumación de la soberbia El pecado de Sodoma (VII): La abominación de Sodoma El pecado de Sodoma (VIII): El juicio de Sodoma El pecado de Sodoma (IX): Arrepentimiento, la salida de Sodoma El pecado de Sodoma (X): cambio de vida bajo la Palabra El pecado de Sodoma (XI): Dejar Sodoma, otros valores materiales El pecado de Sodoma (XII): La salida, redimir el tiempo de Sodoma