Su extensión es de 44 hectáreas y, sin lugar a dudas, son las 44 hectáreas mejor aprovechadas que posee cualquier país. Dentro de sus murallas medievales y renacentistas se atesoran milenios de arte, historia y literatura, y es el único Estado declarado enteramente Patrimonio de la Humanidad. ¿Cuál es el origen del país más pequeño del mundo? ¿El Vaticano siempre ha tenido la extensión territorial que hoy conocemos? ¿Por qué una realidad temporal para una misión espiritual? ¿Cómo está organizado el Vaticano hoy día? I. El Patrimonio de san Pedro Se conoce como Patrimonio de san Pedro (Patrimonium Petri) a las donaciones que, desde los primeros años del cristianismo en Roma y sus alrededores, muchas personas hacían al Príncipe de los Apóstoles en la figura del Papa. Posiblemente, el primer núcleo patrimonial del que crecería luego todo el Estado Pontificio, fue el sepulcro de san Pedro; después vino el cementerio de san Calixto y, en cierta forma, también las catacumbas. El emperador (306-337) Constantino (c. 274-337) fue uno de los primeros bienhechores al donar a la Iglesia las basílicas de san Pedro y san Pablo, dotándolas de otras extensiones que pertenecían a su patrimonio personal. Otros ricos terratenientes, patricios romanos y fieles en general, dejaban en herencia sus bienes (minas, campos, prados, etc.) al Papa en cuanto sucesor de san Pedro. Así se formó ese patrimonio, que luego se extendió por otras provincias. Es en el Patrimonium Petri donde encontramos la raíz de la soberanía pontificia, una soberanía que fue creciendo y consolidándose conforme aumentaban los donativos al Romano Pontífice y disminuía la influencia de la sede del Imperio Romano que había pasado de Roma a Constantinopla. Tras este cambio, los habitantes de Roma hallaron en el Papa no sólo un pastor espiritual sino también una autoridad temporal. Fue él quien les protegió y organizó ante los continuos ataques de las tribus bárbaras y quien administro los bienes y rentas del Patrimonium Petri procurando ayudarles en sus necesidades. Fue el Papa san León Magno, por ejemplo, quien hizo frente a Atila (452) y a Genserico (455). II. El Ducado de Roma y la República santa de la Iglesia de Dios Fue con Gregorio II (715-731) que el Papa aparece por vez primera como señor temporal del Ducado de Roma, un ducado que abarcaba, al sur, toda la Campania y, al norte, la Tuscia romana. No obstante, Gregorio II reconoce la autoridad suprema del Emperador bizantino que se hallaba en Constantinopla y que tenía, para el occidente del imperio, la sede del exarcado en Rávena. Durante el pontificado del sirio Gregorio III (731-741) aparece en la correspondencia oficial una expresión nueva para designar al Ducado de Roma y a otros territorios del Patrimonium Petri: “República santa de la Iglesia de Dios”. El soberano de derecho aún es el emperador bizantino, pero de hecho ya lo es el Papa. De suyo, Gregorio III impulsa una política de independencia de Constantinopla (Bizancio). En este sentido, Gregorio III da un cambio estratégico al pedir ayuda a los francos (tribu de origen germánico que, con el paso del tiempo, se establecería en los territorios de la actual Francia), y no al emperador, ante el asedio de la tribu longobarda del norte de la actual Italia. Esta actitud supuso un ahondar en la ruptura que ya existía entre el Papa y Bizancio a causa de la herejía iconoclasta. El griego san Zacarías (741-752) sucedió a Gregorio III y fue quien legitimó a Pipino, padre de Carlomagno, como rey de los francos. III. Esteban II, Adriano I e Inocencio III, fundador, refundador y reformador de los Estados Pontificios San Zacarías había logrado una alianza de paz con los longobardos. Pero un nuevo rey, Astolfo, tenía otros intereses: expulsó al último exarca bizantino de Rávena (752) y puso los ojos en la ciudad papal, a la que quería como capital de su reino. Por entonces, un romano ocupaba ya la silla de Pedro. Se trataba de Esteban II (752-757), quien no dudó en acudir a Pipino para pedirle defendiese “la causa de san Pedro y la república de los romanos”. Pipino y sus hijos Carlos y Carlomán juraron defender siempre a la Iglesia y al Papa. Esteban II les concedió el título que hasta entonces habían llevado los exarcas de Rávena, Patricius Romanorum. El Pacto entre Pipino y Esteban se formalizó en Quiercy. Los francos defienden al Papa y le restituyen los territorios ocupados, incluido el exarcado de Rávena. En la primavera del 756, Pipino redacta un documento de donación territorial al Papa. Es aquí cuando nacen los Estados Pontificios que abarcaban también la Pentápolis, el Ducado Romano, algunas ciudades aledañas y Córcega. Al Papa Adriano I (772-795) se debe la consolidación del naciente Estado. Bajo su papado, Carlomagno, sucesor de Pipino, aprobó y confirmó el acuerdo de Quiercy en 774, añadiendo, además, Imola, Bolonia y Ferrara. Años más tarde, en el 781, se estableció con mayor precisión la extensión de los dominios del Papa, quedando asegurada su soberanía. Siglos más tarde, otro Papa destacó especialmente por sus dotes pastorales y de gobierno. Hijo del conde de Segni y perteneciente a la alta nobleza romana, fue nombrado cardenal por su tío Clemente III a temprana edad, y elegido Papa en 1198 a la edad de 37 años. Se hizo llamar Inocencio III y Lotario fue su nombre de pila. A él se considera reformador de los Estados Pontificios pues hizo valer sus derechos, recuperó dominios arrebatados y los colocó al frente de la política internacional, reestructuró la corte pontificia dotándola de un espíritu eminentemente eclesiástico y evangélico. IV. 1870: desaparece el Estado más antiguo del mundo Los Estados Pontificios habían sido hasta 1870 el país más antiguo del mundo –e históricamente lo sigue siendo–. XI siglos de historia estaban a sus espaldas. ¿Cómo se llegó al momento de su disolución? Tres factores influyeron en ello: la revolución francesa, el Imperio Napoleónico y el nacionalismo italiano. La revolución francesa de 1789 supuso la imposición de una visión preeminentemente anticlerical de la vida, que abogaba por la desaparición de la esfera religiosa en el ámbito civil. Ese modo de concebir las relaciones con la Iglesia católica pasó también a los Estados Pontificios. Napoleón Bonaparte llevó a cumplimiento muchas de las reformas de la revolución francesa y, en su afán expansionista, hizo de los Estados Pontificios parte del imperio francés en 1808, poco después de que el Papa Pío VII lo coronara emperador en París. En el Congreso de Viena, las potencias que había vencido a Napoleón en 1814 restituyeron los Estados Pontificios al Papa, pero aún quedaba pendiente afrontar el espíritu nacionalista que estaba muy despierto en toda la península itálica. Austria tenía ocupados algunos reinos de lo que, como país unido, aún no era Italia. Cuando Pío IX (18461878) fue elegido Papa, muchos vieron en él la persona adecuada que podía llevar a los diferentes reinos y repúblicas italianas a una unidad completa; él debería ser la persona que liderase una guerra contra el invasor. Pero Pío IX se resistió alegando que él era padre de todas las naciones. Su gesto le ganó la enemistad de muchos. En 1848, Carlos Alberto, rey del Piamonte, declaró la guerra a Austria y una gran mayoría de italianos se adhirieron a esta causa. Distintos movimientos revolucionarios en Roma iniciaron una serie de asechanzas contra el Papa quien se vio impelido a huir al puerto de Gaeta. El 9 de febrero de 1849, la asamblea nacional declaró el cese del poder temporal del Papa, proclamó la república y confiscó los bienes de la Iglesia. Pío IX pidió ayuda a Francia, España, Nápoles y Austria, cuyos ejércitos intervinieron y restituyeron al Papa sus posesiones. Desde entonces, tropas francesas permanecieron en Roma para proteger la soberanía pontificia. La cuestión romana estaría en adelante en la mente de todos; el nacionalismo italiano contra el poder temporal del Papa que se sabía albacea de propiedades que no le pertenecían, pero que era su deber preservar. El 17 de marzo de 1861, Víctor Manuel de Saboya fue proclamado rey de Italia. La ciudad de Roma fue escogida como capital de la Italia unificada pero, de momento, Francia evitó que se la quitasen al Papa. Sin embargo, cuando estalló la guerra franco-prusiana, a Napoleón III no le quedó más remedio que retirar su ejército. El 20 de septiembre de 1970 las tropas italianas invadían Roma, bombardeando la ciudad y marchando por sus calles. Pío IX capituló para evitar derramamiento de sangre. Los Estados Pontificios habían desaparecido. V. De la Ley de las Garantías al Tratado de Letrán En 1871 el Parlamento aprobó la “Ley de las Garantías”. La ley consideraba inviolable a la persona del Papa, reconocía su capacidad de legación activa y pasiva, y le concedía el uso de los palacios del Vaticano, Letrán y de las villas de Castelgandolfo, además de una renta de tres millones y cuarto de francos. El Papa no aceptó y desde entonces permaneció enclaustrado en el Vaticano. León XIII (18781903) sucedió a Pío IX, el Papa que hasta el día de hoy ha estado más tiempo en funciones. El pontificado de León XIII –también uno de los más largos, 25 años– estuvo marcado por una sensible preocupación por la cuestión social, pero también fue un hábil diplomático que, aún sin territorio, logró establecer relaciones con la Rusia de los zares, Japón y tener un delegado apostólico en Estados Unidos. León XIII defendió la causa de la soberanía pontificia en una época caracterizada por una política anticlerical y liberal del gobierno italiano que nacionalizó los bienes de la Iglesia, cerró conventos, suprimió órdenes religiosas y la enseñanza religiosa en las escuelas, etc. Sucedieron a León XIII los papas Pío X y Benedicto XV quienes se abocaron más a la búsqueda de una solución a la Primera Guerra Mundial. Fue hasta Pío XI (19221939) que la cuestión romana recobró el auge necesario, sustentado en la idea central del Magisterio de este Papa: la idea del reino de Cristo, un Cristo que reina también en la vida pública de las naciones (no por nada a Pío XI se debe la introducción litúrgica de la fiesta de Cristo Rey). Pero llevar a la práctica su programa implicaba la necesidad de una Iglesia libre en la sociedad. Pío XI impulsó una ingente labor concordataria y de acuerdos abundantes que dieron garantías jurídicas a la acción de la Iglesia en varios países. En 1926 comenzaron una serie de acercamientos entre el reino italiano y representantes del Papa para zanjar la cuestión romana. Benito Mussolini, primer ministro del gobierno del rey (19221943), manifestó un deseo de acercamiento a la Iglesia católica. ¿El motivo? Alcanzar una unidad entre el pueblo italiano valiéndose de la fe; de ese modo podía contar con apoyo popular, tan dividido aún por la cuestión romana, y hacer frente a sus pretensiones expansionistas. El 11 de febrero de 1929 se firmada el Tratado de Letrán entre el reino italiano y la Santa Sede. El tratado, que incluía un concordato, regulaba las relaciones entre ambas partes, naciendo así el Estado de la Ciudad del Vaticano. Firmaron, a nombre del Papa, el cardenal Pietro Gasparri y, a nombre del rey Víctor Manuel III, Benito Mussolini. “En realidad, la Santa Sede no es soberana porque exista el Estado Vaticano, sino que, por el contrario, la creación de este Estado es consecuencia de la soberanía propia de la naturaleza de la Iglesia”. Pío XI fue consciente del sacrificio que supuso renunciar definitivamente a lo que 59 años antes aún era parte del Patrimonio de san Pedro, pero, como explicó a los cardenales, “A causa de las indudables ventajas que presentan los Pactos en el terreno espiritual, hemos tenido que resignarnos a sacrificar mucho de lo temporal”. VI. El Vaticano hoy Al día de hoy, el Vaticano sostiene relaciones diplomáticas con 177 países. Desde el punto de vista político, se trata de una monarquía absoluta de carácter electivo. En el Papa recae el poder ejecutivo, legislativo y judicial. El gobierno de la Ciudad del Vaticano está delegado en un gobernador, responsable directo ante el Papa (desde el 15 de septiembre de 2006 el gobernador es el cardenal Giovanni Lajolo). La Secretaria de Estado representa a la Santa Sede en las relaciones diplomáticas con los países. El poder judicial es ejercido por los tribunales eclesiásticos como el de la Rota Romana y el Supremo de la Signatura Apostólica. No obstante las pequeñas dimensiones de su territorio, el Vaticano cuenta con moneda propia, servicio postal, filatélico, telefónico, telegráfico, una conocida farmacia, un centro televisivo, centro comercial, una cadena de radio, tren, el diario L´osservatore Romano, una casa editorial, un banco (con cajeros automáticos en latín), uno de los museos más ricos e importantes del orbe y el ejército más pequeño del mundo: la guardia suiza, que se ocupa de la seguridad interna del Vaticano y de la del Papa. Su población es de aproximadamente 1,000 habitantes, la nacionalidad vaticana no es “heredable” y su idioma oficial es el latín. Gozan también de extraterritorialidad, como propiedad Vaticana, las villas pontificias de Castelgandolfo, las basílicas mayores de san Juan de Letrán, santa María la mayor y san Pablo extramuros, además de algunos edificios esparcidos por la ciudad de Roma y propiedades como las catacumbas. Y ¿por qué una realidad temporal para una misión espiritual? La soberanía temporal es la garantía de su independencia espiritual; la independencia del Papa frente a cualquier otro poder político y su libertad frente a condicionamientos externos en la guía de la Iglesia universal. Sí, son 44 hectáreas, un pequeño territorio, pero la misión es grande: guiar sin impedimento la conciencia de todos los fieles católicos del mundo. Ya lo decía Pío XI, “cuando un territorio puede enorgullecerse de poseer la columnata de Bernini, la cúpula de Miguel Ángel, los tesoros de ciencia y de arte contenidos en los Archivos y las Bibliotecas, en los museos y galerías del Vaticano; cuando un territorio cubre y guarda la tumba del Príncipe de los Apóstoles, se tiene el derecho de afirmar que no existe en el mundo un territorio más grande y más precioso”. Se puede visitar la página oficial del Estado de la Ciudad del Vaticano en español en http://www.vaticanstate.va/ES/homepage.htm Bibliografía: · * Johnson P., Historia del cristianismo, ed. Vergara Grupo Zeta, Barcelona 2004 · * Hughes P., Síntesis de historia de la Iglesia, Herder, Barcelona 1981 · * De Wohl L., Fundada sobre roca, Palabra, Madrid 1998 · * Llorca – G.-Villoslada – Laboa, Historia de la Iglesia Católica II Edad Media, La cristiandad en el mundo europeo y feudal (8001303), Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2003 · * Llorca – G.-Villoslada – Laboa, Historia de la Iglesia Católica V Edad Contemporánea, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2003 Jorge Enrique Mújica, L.C.