Es urgente que los creyentes sigamos defendiendo el sentido del hombre y su verdad integral, dadas las maniobras insistentes para ofuscar el sentido auténtico del hombre. Digo verdad «integral», y no una determinada verdad que tiene la pretensión de ser la única. Pienso en aquel café de la antigua Viena donde, poco antes de la guerra del 14, los jueves por la tarde, un grupo de jóvenes doctores en filosofía y especialistas en física, matemáticas y ciencias sociales comenzaron con sus reuniones, sin saberlo, lo que sería el «Círculo de Viena», es decir el neopositivismo. Era un renacer del positivismo, del que sólo me interesa una de sus teorías fundamentales, porque se vuelve a ello. Según ella, sólo tienen sentido las proposiciones que pueden verificarse tácticamente, las de las ciencias empíricas. La matemática y la lógica son conjuntos de tautologías. Metafísica, ética y religión son un conjunto de pseudopreguntas que formulan preguntas aparentes. De ahí el principio de verificación que separa las «proposiciones sensatas» de las «insensatas». Aquellas constituyen el «lenguaje sensato» y éstas el lenguaje sin sentido de emociones y miedos. Parece claro y trágico que, años después, las llamadas proposiciones sensatas, las de las ciencias positivas, nos llevaron a la insensatez de la guerra. Y, por el contrario, es en las proposiciones «insensatas» de los humanismos personalistas y de las visiones religiosas del hombre donde busca éste hoy la posibilidad de volver a ser hombre auténtico. Fe y Razón + Cardenal Ricardo María Carles, arzobispo emérito de Barcelona