Hace pocos días hemos conocido la “triste” noticia de un famoso, uno más, que tiene cáncer. En esta ocasión ha sido la actriz vallisoletana Concha Velasco, conocida por sus numerosas películas, desde hace más de cincuenta años. La han encontrado un “linfoma”, nombre técnico, y quizás también término que oculta esa terrible palabra, que sigue golpeando nuestra sensibilidad y recordándonos la fragilidad de esta vida.
Hace pocas semanas la “triste” noticia vino de otro famoso, esta vez del mundo de la política (más por tradición familiar que por acción en primera línea): Adolfo Suárez Illana, hijo del ex presidente Adolfo Suárez, uno de los artífices de la transición democrática en España. Y entre uno y otro, muchos anuncios de esta “triste” noticia de otros tantos Don Nadie y Doña Nadie, esas personas anónimas (protagonistas en su familia y entre sus amigos); casos mucho menos conocidos pero igualmente dolorosos.
¿Realmente es una “triste” noticia? ¿Cómo reaccionamos?
Concha Velasco, con su sencillez y espontaneidad, cuenta cómo al recibir la noticia "empecé a llorar y tuve un ataque de pánico". Una reacción muy habitual, con mayor o menor expresión sensible, según la individualidad de cada quien. Y es que el dolor siempre duele, afirmación de Perugrullo, pero a veces olvidada por un espiritualismo mal entendido.
Tras esta primera reacción, casi como acto reflejo, surge la respuesta más pensada y humana. Respuesta hacia arriba, o respuesta hacia abajo, según las personas, la voluntad, la gracia y el apoyo que les rodea.
Un periodista calificaba la actitud de Concha Velasco como “optimismo y valentía”. No me gusta mucho la palabra optimismo; está bien, pero… El optimismo puede quedarse en un frío lema de un partido político (yes, we can), somos fenomenales, venceremos, podemos triunfar. La grandeza y belleza de un gran castillo, quizás hecho de arena o de cartas. Y ante una pequeña ventisca, todo termina en el caos, la destrucción y un rotundo fracaso.
Declara la actriz: “Voy a luchar con todas mis fuerzas. Voy a plantarle cara a la enfermedad", sí, pero sabiendo que “todos, a fin de cuentas, nos vamos a morir, y yo tengo 74 años”. No es un optimismo vacío, sino una confianza, apoyado en alguien, y buena dosis de realismo. Con esta base se construye un “buen ánimo” cimentado, luchador, pero no como el soldado que combate a la desesperada y se mete dando gritos en el campamento enemigo.
Hay un denominador común en muchos de esos enfermos que caminan hacia arriba: ven a Alguien allá arriba, Alguien que a la vez les toca, que ha llorado ante el sufrimiento, ante la muerte de un amigo. Concha Velasco recuerda como "hay quien te dice que Dios no existe, pero yo quiero que exista. Y quiero rezar y sé que eso me va a ayudar mucho". O Adolfo Suárez, al dar la noticia, y después de haberla asimilado, confirma: "Estoy entero, estoy bien, estoy fuerte, confiado y en manos de Dios y de los médicos". El enfermo necesita un ser más allá de él mismo, en quien apoyarse, confiarse y compartir sus dolores.
He hablado de personajes conocidos, de las reacciones conocidas ante el sufrimiento; pero se quedan muchos ejemplos en el tintero, muchos testimonios confortantes que sólo conoce la mujer, o el marido, o alguno de los hijos. Casos de personas que, con una alegría más a flor de piel o sólo con la sufrida sonrisa en el corazón, quieren seguir caminando hacia arriba en esta vida. ¿Dolor? ¿Sufrimiento? Por supuesto. Pero también esperanza, alegría, o sufrir en silencio las adversidades que se nos presentan.
Cuando explicaba su actitud, Adolfo Suárez decía una frase que nos puede parecer irreal, poco comprensible: “Hay que aceptarlo con alegría porque somos unos privilegiados”. ¿Le habría llegado el dolor a tal grado de confundir su razón? Creo que no. Ante un sufrimiento, grande o pequeño, podemos centrar nuestra atención en el mal que está delante, o en la grandeza del bien que nos rodea y donde ha aparecido este pequeño mal.
¿Dónde centramos la atención? Este hombre, también gracias a la fe, ha descubierto los maravillosos privilegios de vivir recibiendo y dando amor. En una vida no exenta de dolor (grandes enfermedades han rodeado a su familia: cánceres, alzheimer de su padre, etc), prefiere dar gracias por lo positivo en vez de llorar por lo negativo