Si alguien tenía alguna duda sobre las bondades del perdón que Benedicto XVI ha concedido a los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, no tiene nada más que leer las reacciones que la medida ha provocado en diversos sectores de la Iglesia. La práctica totalidad de la misma ha acogido con alegría este gran paso hacia la reconciliación final y completa con estos hijos de nuestra Madre y Maestra. ¿Quiénes son los que protestan? Pues precisamente aquellos que son el ejemplo vivo de que muchos, incluidos los lefebvristas, tenemos razón en nuestro juicio sobre el estado de la Iglesia después del Concilio Vaticano II. Si Küng y Boff, ambos herejes sin que haya caído sobre ellos la pena canónica prescrita para la herejía, están molestos con lo que ha hecho el Papa, alegrémonos y gocémonos en el Señor, pues entonces es seguro que el Papa ha hecho bien. Si Boff amenaza con el cisma, riámonos con ganas pues nadie, ni el mismo Boff harto vino, se puede creer a estas alturas de la película que el sector progre y heterodoxo de la Iglesia va a tener el valor y el coraje de romper sus vínculos externos con la comunión eclesial. De momento, a menos que convenzan al anciano Casaldáliga, no tienen obispo que les garantice un cisma “serio” que pueda perdurar en el tiempo. Küng y Boff no tienen ni la entidad ni la fuerza ni la determinación de Lutero y Calvino, aunque en muchos aspectos son menos católicos que los reformadores del siglo XVI. Además, ellos viven mucho mejor jorobando a la Iglesia desde dentro. Fuera hace mucho frío. Se quejan de que el Papa puede querer dar una nueva interpretación al Concilio Vaticano II. Y bien, en caso de que así fuera, ¿cuál es el problema? ¿acaso no es el Papa el magisterio supremo de la Iglesia según reafirma de forma clara y rotunda el propio CVII? Si él quiere interpretar el Vaticano II a la luz de la Tradición de la Iglesia, de forma que quede aún más patente la continuidad orgánica entre la fe anterior al concilio y la que profesamos ahora, ¿quiénes son estos señores y sus adláteres y hooligans eclesiales para oponerse? Yo os respondo a esa pregunta: son quienes han usado el CVII como la excusa perfecta para intentar convertir a la Iglesia en una parodia de sí misma. Son los que piensan que el catolicismo era una especie de basura infecta antes del Concilio. Son los que odian la fe de nuestros padres, de nuestros santos. Son los que han puesto a muchos católicos no al borde del cisma sino de la apostasía más rampante. Son los que, en verdad y sin excusas pastorales que con ellos no valen para nada, nos harían un gran favor fundando su propio chiringuito eclesial con el que seguir lanzando su doctrina ponzoñosa. La misma que lleva a la condenación eterna a todas las almas necias que prefieren oír sus palabras antes que las de Nicea, Calcedonia, Trento y el Concilio Vaticano II; antes que las de san Clemente, San León Magno, San Gregorio Magno, San Pío X, Juan Pablo II Magno y Benedicto XVI. Luis Fernando Pérez Bustamante