Entre las preguntas que se le hicieron al Presidente del Gobierno en TVE, un sacerdote le preguntó si el embrión o feto era o no un ser humano, un individuo. Ante esa pregunta Zapatero, contestó diciendo que él no entraba en cuestiones científicas. Pero los abortistas españoles, entre ellos el Presidente del Gobierno, quien nos dijo que el aborto era un derecho de la mujer, quieren cambiar la ley para que las clínicas abortistas puedan hacer su labor sin trabas, incluyendo etapas de la gestación en la que no puede caber la menor duda de que estamos ante seres humanos, porque muchos padres y abuelos llevan en su cartera fotos del todavía no nacido, y para mirar una foto ni siquiera se requiere saber leer o escribir. Estamos ante la evidencia. La Iglesia siempre lo ha tenido claro. Ya en el siglo II la Didaché inicia una serie ininterrumplida de textos condenando el aborto. En el Vaticano II la constitución pastoral “Gaudium et Spes” lo califica de atentado a la vida y crimen horrendo (GS 27 y 51), afirmando: “así pues la vida debe ser defendida con gran cuidado desde la concepción”(GS 51). Pablo VI reitera esta condena al “aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas” (Humanae Vitae, 14). El Catecismo de la Iglesia de Juan Pablo II dice: “El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral” (nº 2271). Juan Pablo II afirma categóricamente: “quien atenta contra la vida del ser humano, de alguna manera atenta contra Dios mismo”(Encíclica Evangelium Vitae, 9. Citaré EV); “confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral” (EV, 57); “los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del aborto voluntario y, por tanto, no contienen condenas directas y específicas al respecto, presentan de tal modo al ser humano en el seno materno, que exigen lógicamente que se extienda también a este caso el mandamiento divino “no matarás”” (EV, 61), y “declaro que el aborto directo, es decir querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario y universal” (EV, 62). En los últimos años se han multiplicado las intervenciones del Papa, de las diversas Conferencias episcopales y de nuestro episcopado en defensa de la vida aún antes de nacer y con una condena clara, tajante y unánime del aborto, condenas motivadas por la despenalización o legalización del aborto en muchos países, lo que ha ocasionado un enorme incremento en su número. Cito por su claridad el Documento de Aparecida, del 2007, de la Vª Conferencia General del Episcopado Latino americano, cuyo nº 436 dice así: “Esperamos que los legisladores, gobernantes, y profesionales de la salud, conscientes de la dignidad de la vida humana y del arraigo de la familia en nuestros pueblos, la defiendan y protejan de los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia; ésta es su responsabilidad. Por ello, ante leyes y disposiciones gubernamentales que son injustas a la luz de la fe y de la razón , se debe favorecer la objeción de conciencia. Debemos atenernos a la “coherencia eucarística”, es decir, ser conscientes que no pueden recibir la sagrada comunión y al mismo tiempo actuar con hechos y palabras contra los mandamientos, en particular cuando se propician el aborto, la eutanasia y otros delitos graves contra la vida y la familia. Esta responsabilidad pesa de manera particular sobre los legisladores, gobernantes, y los profesionales de la salud”. Termino con una pregunta; ¿según la doctrina de la Iglesia, cómo hay que calificar la actitud del Sr. Rodríguez Zapatero y demás abortistas? Dejo a Ustedes la respuesta. Pedro Trevijano, sacerdote