César Vidal ha dicho en repetidas ocasiones que Cataluña es hoy el laboratorio donde el socialismo gobernante ensaya todo tipo de males antes de implantarlos en el resto de España. Yo tengo muy pocas dudas de que una de las razones de ese hecho tan “peculiar” reside en la realidad inobjetable de que es la región española más descristianizada, más paganizada, más aburguesada, más mediática y socialmente secuestrada por el imperio de lo políticamente correcto. Sólo así se explica que un gobierno se atreva a proponer una legislación que quita a los padres la patria potestad sobre sus hijos, en este caso hijas, en un asunto de importancia capital. El nazionalsocialismo -lo de nazi es hoy más literal que nunca- que gobierna en Cataluña por obra y gracia de la mayoría de los catalanes que les votan -y votarán-, ha decidido que si una muchacha de 16 o 17 años se queda embarazada y quiere abortar, podrá hacerlo aunque sus padres se opongan a que cometa semejante atentado contra la vida inocente que está en su seno. Será un juez quien decida si la cría está o no capacitada para tomar dicha decisión. Es decir, será el Estado a través de uno de sus poderes, y no los padres, quien tenga la última palabra en un asunto que puede dejar marcadas de por vida a miles de jóvenes. A decir verdad, no cabía esperar otra cosa. Allá donde no se respeta el derecho a ser educado en la lengua materna. Allá donde se cierran los medios de comunicación que plantan cara al monolitismo cultural, político y social. Allá donde la historia se manipula para engordar una mentira que busca romper una convivencia milenaria. Y, sobre todo, allá donde la Iglesia no sólo no planta cara a esa realidad sino que en buena medida es protagonista y cómplice de la misma, dedicándose a sonreír y dejar que el poder le pase la mano por el lomo antes de pisotearla. Allá donde pasa eso y más, es normal que una niña de 16 años no pueda votar pero sí abortar. Y es normal que eso ocurra sin que haya una respuesta social contundente. Supongo que algunos de los pastores de las diócesis catalanas se manifestarán contra este nuevo paso hacia el abismo. Incluso es posible que hagan un esfuerzo inmenso y saquen un documento conjunto. Quizás monseñor Pujol, arzobispo de Tarragona, diga algo que, aunque sea la excepción que confirma una casi absoluta regla, tenga la suficiente sustancia como para salir en los medios de comunicación. Del cardenal de Barcelona cabe oír alguna queja, siempre adornada con el mantra "no nos toca imponer sino proponer". Una queja que, sin la menor duda, no tendrá la misma intensidad que acoso constante a esa
"web rebelde" que le quita el sueño y la paz de espíritu. Incluso no descarto que llame al cura que pagó abortos para pedirle que no acompañe a una de las jóvenes catalanas a la puerta de una clínica abortiva. El copríncipe ya se ha hecho notar estos días quejándose de lo que ha hecho Israel en Gaza, así que habrá cubierto su cupo de quejas de este primer trimestre del año. De monseñor Saiz Meneses y monseñor Casanova me espero algo más, pero no tengo nada claro cuál es su peso real en el conjunto de la iglesia catalana. Sí, es posible que e-cristians mueva algo el agua cenagosa de la realidad catalana. Sí, es posible que Miró i Ardèvol escriba un editorial en Forum Libertas poniendo el grito en el cielo. Y es bueno que sea así. Él, siendo seglar, ha hecho más que muchos obispos. Pienso también en la buena gente de la Unión Seglar que viven alrededor de su colegio en Sentmenat. Se puede decir que el catolicismo está de capa caída en Cataluña, pero son catalanes, o viven en Cataluña, algunos de los mejores católicos que conozco. Pero no soy optimista sobre su futuro inmediato. Van a peregrinar por un desierto espantoso, a pasar por un secarral donde hasta el mejor de los oasis puede quedar seco. Viven en medio de una sociedad que no les merece y en una iglesia que no les valora lo suficiente. Heredarán cenizas. Pero si perseveran y son fieles, de las mismas levantarán la bandera de la fe, de la vida, de la auténtica Cataluña, esa tierra que ha dado tantos santos a Dios y a su Iglesia.
Luis Fernando Pérez Bustamante