El evangelio del IV domingo de pascua nos presenta a Jesucristo en esa bella imagen del pastor que ha encontrado la oveja descarriada y la ha cargado con más amor sobre sus hombros. Ante esa imagen uno no siente el peso de sus extravíos, sino la ternura de quien le ha encontrado y le ha salvado: Cristo el Señor resucitado. Sentirse salvado, sentirse amado por un amor más grande que mis propios pecados, el amor de Jesús buen pastor. Esta es la imagen de este domingo de pascua, domingo del buen pastor.
“El Señor es mi pastor, nada me falta”, cantamos en el salmo responsorial. Cuánta paz trae a nuestra alma este bello salmo, cuando lo repetimos en nuestra oración personal. Es una oración de confianza, que ensancha el corazón con la experiencia de sentirse amado por el pastor que acoge a su oveja perdida. Imagen idílica, llena de ternura, Jesucristo buen pastor.
Coincidiendo con esta fecha, celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Todos tenemos una vocación, hemos sido llamados por Dios a ser sus hijos y a gozar de su vida para siempre. Y en esa vocación universal, cada uno ha de descubrir el plan de Dios que quiere hacerle feliz, su propia vocación en la que dar la vida al servicio de otros. Entre todas ellas, hoy pedimos a Dios por las vocaciones de especial consagración. Es decir, agradecemos a Dios la llamada de todas aquellas personas que prolongan la ternura de Cristo buen pastor, buen samaritano. Cuántas manos y corazones maternales, que palpan la carne de Cristo sufriente en los hospitales, con los enfermos terminales, entre los más pobres de la tierra. Cuántas mujeres en línea de vanguardia de la evangelización para servir a la Iglesia en los múltiples carismas que la enriquecen: colegios, parroquias, inserción en barrios marginales, pobres de todas las pobrezas materiales y espirituales. Corazones virginales, en castidad perfecta consagrada al Señor, en pobreza y sin nada propio, sometidos a la obediencia para agradar a Dios. Oremos por todos estos hombres y mujeres que gastan su vida para hacer palpable la ternura del buen pastor, Jesucristo.
Y entre todas esas vocaciones, Dios sigue llamando a jóvenes para prolongar el ministerio de Cristo buen pastor, sacerdote y testigo de la verdad. En este domingo, un grupo numeroso de seminaristas dan pasos significativos acercándose al sacerdocio ministerial: admisión a las sagradas Órdenes, lectores y acólitos. Damos gracias a Dios, porque cada uno de estos jóvenes es un milagro de Dios, cada uno de ellos es alegría y esperanza para la Iglesia, que seguirá teniendo pastores según el corazón de Cristo. Necesitamos más sacerdotes, y Dios sigue llamando a jóvenes de nuestro tiempo para dar la vida en el sacerdocio ministerial. Oremos por todos ellos, oremos por los que descubren su vocación, oremos especialmente por los que vacilan a la hora de dar una respuesta generosa, oremos por la perseverancia de los que han emprendido esta camino. Oremos por las vocaciones sacerdotales.
La figura de san Juan de Ávila, cuya fiesta celebramos el 10 de mayo, emerge señera para continuar llamando a tantos jóvenes que buscan, y no saben qué: “Escucha, hijo/a (audi, filia), mira, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu hermosura”. La vocación es un tema de enamoramiento. La iniciativa la tiene Dios, que en su Hijo hecho hombre se acerca hasta nosotros, para fascinarnos con su presencia y su hermosura, y comunicarnos a nosotros esa hermosura. ¡Eres el más bello de los hombres! Y esta llamada de Dios busca corazones que se dejen enamorar por el Señor, para seguirle de cerca, corporalmente, en pobreza, castidad y obediencia. La vocación no necesita muchas explicaciones, como no las necesita ningún enamoramiento. Ese atractivo inicial va tomando cuerpo en el corazón de quien es llamado/a y progresivamente ya no entiende su vida sin Jesucristo, que le ha robado el corazón. Ahora bien, esa vocación, ese enamoramiento necesita alimento y cuidado. Y por eso en esta jornada oramos especialmente por las vocaciones: a la vida religiosa y a la vida sacerdotal.