Monotonía gloriosa. I semana del Tiempo Ordinario Pasadas las luces y colores de Adviento, Navidad y Epifanía, otra vez adelante en la grisácea monotonía de nuestros trabajos. Todos los trabajos, más o menos, son monótonos (cocinera: compra, preparación, hacer, recoger todo, un día, otro día: 30 años; médico: respire hondo, más, no respire, ya: y van 20 años; párroco, abrir la iglesia, ponerse un rato a rezar, confesonario, Misa, oficina: y así unos 40 años). Aunque a uno le guste mucho en principio lo que está haciendo, la cocina, la medicina, la parroquia, sin embargo, la continuidad obligada del trabajo monótono diario es ciertamente una cruz, a veces abrumadora. Sobre todo cuando uno está trabajando en algo que no le va, por su modo personal de ser, por compañía desagradable, por mal pagado o apreciado, por lo que sea. Bueno, pues ante esto: 1.- Lo más valioso de nuestras vidas es lo que en ellas hay de cruz. Y ahí está en uno de los primeros lugares el trabajo nuestro de cada día (que es también una de las causas principales de nuestra alegría diaria), con todo el peso de su condición crucificante. Por tanto, "tomemos la cruz de cada día" en el trabajo, y llevémosla valorándola-valorándolo mucho. La llevamos en seguimiento de Cristo, y así Él, que es el camino, por ese camino precisamente nos lleva al cielo, que está a la vuelta de la esquina. 2.- Todo lo que vamos trabajando, a veces en una serie monótona de acciones pequeñas, es divino, porque tiene a Dios como autor principal y como fin de cuanto bueno vamos haciendo bajo la moción de su gracia. O sea que todo lo que vamos haciendo es algo sobrehumano, divino, celestial, inefable: un collar de perlas preciosísimas, perla a perla. Esto lo dejan claro las dos oraciones principales del Lunes I del Tiempo Ordinario: Misa, colecta: "Muéstrate propicio, Señor, a los deseos y plegarias de tu pueblo; danos luz para conocer tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla". La cosa es clara. Queremos ir haciéndolo todo, y lo vamos haciendo todo de verdad, on-line con la acción de Dios en nosotros, ya que "es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito" (Flp 2,13). Horas, oración de Laudes: "Señor, que tu gracia inspire, sostenga y perfeccione nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti como en su fuente y tienda siempre a ti, como a su fin". Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. O sea que la serie muchas veces monótona de nuestros trabajos y chapuzas es toda ella una maravilla maravillosamente santificante: +porque es cruz que cada día llevamos siguiendo a Cristo; +porque es divina ya que tiene a Dios, en todas y cada una de las acciones, como autor principal y como fin. Así que no nos quejemos de nuestro trabajo, ni siquiera interiormente, porque nos quejaríamos de vicio. José María Iraburu, sacerdote