Calculo que si al salir de una Misa de domingo, en la que por tanto se recita el Credo, preguntamos a la gente que qué es eso de que Jesucristo “descendió a los infiernos”, sospecho que muy pocos, y tal vez ni siquiera el cura, son capaces de dar una respuesta correcta. En mi caso he agarrado, vaya este verbo en honor de mis lectores argentinos, a fin de enterarme, cuatro catecismos: el Astete, el Holandés, el Francés para Adultos y el de Juan Pablo II. Los cuatro coinciden y sus matices distintos enriquecen nuestra comprensión sobre el tema. El Astete, del siglo XVI, aunque el trozo que copio es del XVIII, el que yo estudié de niño, es el más breve. Dice así: hay cuatro infiernos, uno de ellos es “el seno de los Justos o seno de Abrahán, el lugar adonde, hasta que se efectuó nuestra Redención, iban las Almas de los que morían en gracia de Dios, después de estar enteramente purgadas, y el mismo al que bajó Jesucristo real y verdaderamente”. De los otros tres el más completo es el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, que trata de esta cuestión en sus números 631 a 637 inclusive. Además, al ser el Catecismo oficial de la Iglesia es un libro de referencia. Sus afirmaciones más importantes son: “Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús ‘resucitó de entre los muertos’ (1 Cor 15,20) presupone que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos” (nº 632). “La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseñó Jesús en la parábola del pobre Lázaro”. “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos” (nº 633). “El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús” (nº 634). El Catecismo Holandés, que en este punto no tuvo problemas, nos dice: “Jesús murió efectivamente. Al decir que ‘descendió a los infiernos’ se quería decir que Jesús estuvo realmente muerto, que pasó por la humillación de estar muerto”. “En el Antiguo Testamento se pensaba que Dios no cuidaba ya de los que habían bajado al sheol; ahora se nos ha revelado que, aún en la muerte, el Señor está con nosotros”. Por su parte en El Catecismo para Adultos francés se escribe: “El Nuevo Testamento nos dice que Jesús ‘fue también a predicar a los espíritus encarcelados por la muerte’ (1 P 3,19; cf. Ef 4,910)”. Para este Catecismo el descendió a los infiernos comporta un doble aspecto: “Por una parte, Jesús descendió al reino de la muerte, con todo lo que ésta conlleva de oscuridad”. “Por otra parte, la bajada de Jesús a los infiernos sella su victoria sobre esa muerte y sobre las fuerzas del mal que, desde los orígenes, reinan sobre la humanidad”. “El descenso de Jesús a los infiernos proclama el alcance universal de su obra: todas las generaciones son rescatadas por su muerte” (nº 200). Indudablemente los Catecismos, en especial el de la Iglesia Católica, nos pueden enseñar muchas cosas y aclarar abundantes dudas. Ojalá los manejemos con frecuencia, pero sobre todo hagamos lo mismo, aunque todavía más, con el Nuevo Testamento. Pedro Trevijano, sacerdote