Carlos Amigo, cardenal y arzobispo de Sevilla, ha escrito un libro con el propósito de mostrarnos que la felicidad es plausible; más aún, existe y está al alcance de todos. Contra el pesimismo es un libro que no es expresión directa de la vida, pero tampoco es, como otros quisieran, desquite de la vida. Es, sencillamente, una obra correcta, a mitad de camino de toda extremosidad, pero, sin quererlo, parece una obra a favor de la corriente socialista, es decir, del optimismo militante, a veces absurdo y ridículo, que el socialista Zapatero ha institucionalizado en su partido. Con todas las diferencias que se quieran entre Amigo y los socialistas, hay una corriente común de optimismo entre ellos. Quizás al optimismo de Carlos Amigo le cueste reconocer, como mantiene Rodríguez Zapatero, que vivimos "en el mejor de los mundos posibles", pero admitiría antes el optimismo socialista que el pesimismo de quien se hace cargo de la situación espiritual de España de modo realista. ¿Quiénes hay más optimistas que los poderosos socialistas en España? Nadie. ¿Qué otro tiempo mejor que el actual para vivir? Ninguno; no existe, según el Gobierno, nada mejor que este presente para hallar bienestar, alegría, esperanza, felicidad, ilusión y bonanza. El optimismo, según los socialistas, está al alcance de cualquiera en toda España. Y es que, aunque le cueste reconocerlo a monseñor Amigo, el optimismo cristiano también ha sido confiscado por el PSOE. Optimismo y humo, optimismo y pereza, optimismo y dejadez intelectual, en fin, optimismo y relativismo son los mejores antídotos para conllevar el veneno de un poder que amordaza la libertad de los individuos. El optimismo de Amigo no pertenece, obviamente, a la naturaleza ideológica del optimismo socialista, pero tienen un común denominador: no tienen en cuenta seriamente los argumentos pesimistas. Amigo es tan optimista, un hombre tan comprometido con su tiempo, que apenas esgrime argumentos contra quienes consideramos que vivir en España es un horror. Vivir en España como ciudadano es vivir peligrosamente. La serenidad no es, aquí y ahora, un estado del alma sino una ilusión para quien no se entregue a la movilización total exigida por los socialistas. Esa movilización está presidida por el optimismo de quien vive en el mejor de los mundos. Sin embargo, creo que vivir en libertad es una tarea de héroes, de gente aguerrida, capaz de dar continuamente mil batallas contra quienes no dejan de infeccionarnos con su prédica totalitaria. "Vivimos en el mejor de los mundos posibles", "nunca se ha vivido tan a gusto". "Jamás en otra época", insisten los de la secta socialista, "habíamos tenido tantas posibilidades de ejercer nuestro derecho a la felicidad". Los socialistas venden y venden felicidad, cuando en realidad están cobrándola a precio de nuestra libertad. El optimismo de Carlos Amigo no es, ciertamente, de ese estilo, pero, a veces, su despego de la realidad, incluso de la más inmediata que le ha tocado vivir, la andaluza, es tan celestial que se diría que su esperanza, en una primera lectura de su libro, no surge de la fatalidad, de plantarle cara a la perversa realidad, sino porque se deja llevar por la corriente de la actualidad socialista. El optimismo oficial. Por suerte, aunque uno tenga la sensación de que el optimismo socialista parece invadir el discurso y la prosa sencilla, como corresponde a un franciscano, de Carlos Amigo, este libro no se agota en la mera diplomacia. Va más allá. Es cierto que pasa de puntillas sobre quienes criticamos la ideología oficial del optimismo socialista, es decir, apenas combate nuestros análisis y juicios sobre la sociedad cerrada, casi totalitaria, que están imponiendo los socialistas en España; pero, en verdad, consigue, al fin, traspasar esa corriente ideológica practicada por algunos obispos de llevarse bien con el poder y de la que él sabe tanto. Es cierto que Andalucía no aparece de modo explícito en este libro, a pesar de ser el terreno que mejor conoce el cardenal, pero, al fin, el arzobispo componedor da paso al hombre comprometido con su fe. Su optimismo es cristiano. Hay, sin embargo, un aspecto en su programa para el intelectual cristiano que no puedo dejar de criticar, no tanto por optimista como por mal informado. Ingenuo. Dice Amigo que es necesario "aceptar una cultura cristiana, pero sin pensar que el hombre se limita y agota en esa misma cultura, negando cualquier atisbo de trascendencia". Porque dudo de que la "cultura cristiana" (compuesta por cientos de literatos, cineastas, artistas, músicos, filósofos, etcétera) sea, hoy por hoy, la dominante en España, creo que no sólo es optimista sino ingenuo plantear así la cuestión. Si la perdurabilidad del catolicismo en los próximos siglos dependiese del renacer de la cultura católica, creo, sinceramente, que poco, quizá casi nada, podemos esperar de la España contemporánea.
Agapito Maestre