Una de las circunstancias que no deja de causarme sorpresa en el mundo en que vivimos es la poca, prácticamente nula, atención que se dispensa al buen empleo del tiempo. Semejante comportamiento no es ni siquiera inhabitual en gente creyente que, sin embargo, no discutiría que su comportamiento en relación con el sexo o los bienes materiales ha de ser acentuadamente distinto del que tienen los que no creen. No obstante, la verdad es que las Escrituras son muy claras en cuanto a la necesidad de emplear bien el tiempo y también a la hora de mostrar que una de las muestras de cómo el ser humano se ha apartado de Dios está en la manera en que utiliza cada hora. Para empezar, la Biblia no considera que el tiempo sea un bien infinito del que podemos disponer de manera antojadiza e irresponsable. Desde luego lo que uno percibe en el caso de Jesús es una continua observación de la manera en que ese tiempo transcurre señalando, por ejemplo, la cercanía de determinados hechos relevantes (Mateo 26:18). De hecho, da la sensación de que uno de los motivos de mayor perplejidad en él era ver cómo sus contemporáneos no eran capaces de percibir el tiempo en que vivían (Lucas 12:56; 19:44). Y es que el tiempo es corto (I Corintios 7:29) - en realidad, mucho más corto posiblemente que nuestro dinero – y, por eso, hay que redimirlo (Colosenses 4:5). En ese sentido, una sociedad que desee apartarse del pecado de Sodoma, un creyente que desee estar lejos del pecado de Sodoma, debe: 1.- Recuperar una visión de la importancia del tiempo como algo valioso que no puede ser desperdiciado. No deja de ser curioso que una sociedad como la nuestra que tiene más tiempo que ninguna otra de la Historia porque debe trabajar menos horas y porque cuenta con muchos más adelantos técnicos, no deje de quejarse de que nunca tiene tiempo para nada. Sin embargo, a la vez que se lamenta, lo pierde deplorablemente con horas y horas de información deportiva o matando el tiempo – nunca mejor empleada la expresión – ante una televisión que, en no escasa medida, no deja de arrojar basura sobre los que la ven. 2.- Distribuir ese tiempo en lo útil a la vez que rechaza lo inútil. Naturalmente, esa visión del tiempo obliga a disciplinar nuestro empleo del mismo y emplearlo sólo en aquello que reporta una utilidad. Aunque, al principio, se pueda sentir vértigo ante una decisión así pocas resultan más recompensadotas siquiera por todo el bombardeo ideológico políticamente correcto y por toda la inmundicia de la que se puede librar uno no perdiendo el tiempo con ciertas cosas. Pero también por la manera en que se descubren las ventajas de un tiempo bien empleado y la forma en que esos beneficios se van acumulando con el paso de los años. 3.- Comprender que una parte importante de ese tiempo ha de estar destinada a la comunión con Dios. Ése es un comportamiento que Israel centraba en la celebración del shabat y de otras fiestas, y que la iglesia primitiva comenzó a vivir desde sus inicios “el primer día de la semana”, es decir, el domingo (Hechos 20:7). El ser humano que sabe encontrar a Dios en el tiempo, es también aquel que cada vez es más consciente de que, un día, se reunirá con El sin tiempo que lo limite. 4.- Saber aprovechar el ocio semanal. Naturalmente, el tiempo libre debe contar con su porción dedicada al mero disfrute, pero incluso el ocio ha de ser de calidad y no una mera sucesión de horas vacías. Charlar con la familia y los amigos, compartir una comida con los hermanos, leer un buen libro, escuchar música digna o asistir a un espectáculo de calidad son formas sanísimas y adecuadas de disfrutar ese ocio. Lamentablemente, no es ni con mucho la regla general y espectáculos como el botellón, las noches del fin de semana repletas de jóvenes vomitando por las calles o las clínicas que al del día siguiente deben dispensar la píldora del día después son sólo algunos síntomas del pésimo empleo que da nuestra sociedad al ocio. 5.- Aprender a compartir nuestro tiempo con otros. El tiempo, como el dinero, no es para guardarlo de manera egoísta. Por el contrario, se relaciona con otros. Quizá sea más duro y costoso dar media hora que veinte euros a un necesitado, pero, en no pocas ocasiones, la gente agradece más el tiempo –para hablar, para ser escuchado, para compatir– que el dinero. En definitiva…. Una sociedad que se aparta de esos vertederos mediáticos donde se la adoctrina política, económica y moralmente, por regla general de manera perversa; que no tolera series de TV, en ocasiones disfrazadas de series familiares, donde se erosiona la ética familiar y se presenta como normal lo que es anormal y dañino. Una sociedad que se siente responsable del tiempo y no lo pierde, lo roba o desperdicia, sino que lo emplea en formarse, en reflexionar y en mejorarse, Una sociedad que comparte su tiempo con los necesitados, Una sociedad que emplea el ocio en actividades sanas y Una sociedad que se vuelve en medio de su descanso a Dios de manera regular y natural, es una sociedad sana que evitará el juicio de Sodoma. Pero la que no se comporta así sólo ha multiplicado los pasos que la llevan hacia su aniquilación. César Vidal El pecado de Sodoma (I): la soberbia El pecado de Sodoma (II): La abundancia de pan El pecado de Sodoma (III): La abundancia de ociosidad El pecado de Sodoma (IV): la ausencia de compasión El pecado de Sodoma (V): cómo no olvidar la compasión El pecado de Sodoma (VI): consumación de la soberbia El pecado de Sodoma (VII): La abominación de Sodoma El pecado de Sodoma (VIII): El juicio de Sodoma El pecado de Sodoma (IX): Arrepentimiento, la salida de Sodoma El pecado de Sodoma (X): cambio de vida bajo la Palabra El pecado de Sodoma (XI): Dejar Sodoma, otros valores materiales