Si las utopías de los siglos XIX y XX se nutrieron básicamente de la “cuestión social”, en el siglo XXI la [dis]topía posthumanista se nutrirá de la “cuestión antropológica”. Este desafío antropológico será evidente en todos los proyectos de ingeniería social del Nuevo Orden Mundial.

La despersonalización del globalismo

En efecto, en el mundo globalizado que se va configurando, el transhumanismo pretende iniciar una época nueva de la historia y de la evolución en la que se habrá superado y desbordado el “tiempo antiguo”, es decir, el de los “humanismos”. Y ello gracias a los avances y al progreso producido por las tecnologías disruptivas aplicadas a todos los ámbitos de lo que hasta ahora hemos llamado “vida humana”.

Tal y como señala Agustín Domingo Moratalla –profesor de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia (El Debate de hoy)– lo más importante de este cambio de paradigma será la previsible “despersonalización del mundo” de la que se nutre esta [dis]topía posthumanista.

Al focalizar las dinámicas del conocimiento y su aplicación en esta dirección posthumana, según el profesor Domingo Moratalla se está generando un nuevo horizonte utópico con el que promover trayectorias para un “verdadero progreso de la humanidad” que en realidad pueden llevar a un retroceso de la civilización. Con las nanotecnologías, las biotecnologías, las neurociencias, la inteligencia artificial, la computación cuántica, la tecno-religión, etc., el transhumanismo/posthumanismo puede llegar a ser mucho más que una ideología de la hipermodernidad. En realidad, el transhumanismo/posthumanismo puede convertirse en la nueva utopía (o mejor dicho, distopía) del siglo XXI al prometer dejar atrás –como ya lo hace la eugenesia liberal– la discapacidad, lo imperfecto, el sufrimiento, la vulnerabilidad, la fragilidad, el envejecimiento, la caducidad, nuestra mortalidad, y en definitiva, todo lo que nos hace humanos, para esperar una especie de “salvación” mediante el advenimiento de una nueva condición posthumana.

Esta nueva especie posthumana seria el producto de la mejora biotecnológica de la naturaleza humana que perseguiría, en realidad, hacer más “perfectos” y “singulares” solo a unos pocos individuos y no a todas las personas que constituyen la familia humana.

Según el profesor Domingo Moratalla, el transhumanismo y el posthumanismo se nutren de la “despersonalización del mundo” que se está acelerando en la actualidad.

Desde mi punto de vista, esta despersonalización se produce cuando nos pensamos como meros “individuos” y no como “personas” dotadas de dignidad y libertad. Por otro lado, desde una cosmovisión cristiana todavía podemos ir más allá del concepto de persona al hacernos conscientes de que cada uno de nosotros somos “hijos de Dios” creados a su imagen y semejanza.

Aquí el humanismo avanzado y la ética del personalismo comunitario tienen todo un programa de actuación para proponer al mundo una antropología adecuada para el siglo XXI, es decir, una “cuestión antropológica” que evite –como señala Domingo Moratalla– “la desnaturalización de la voluntad, la descorporalización de la inteligencia y la desdiferenciación de la sexualidad”.

Deconstruir ilimitadamente la naturaleza humana, separar mente y corporalidad como los gnósticos separan alma y cuerpo, o establecer una libertad morfológica radical para que el género acabe siendo fluido, los cuerpos se hibriden con las máquinas convirtiéndonos en ciborgs o traspasemos las fronteras de las especies hacia una identidad transespecie forma parte de la ideología transhumanista y de la [dis]topía posthumanista que avanza aceleradamente junto con la agenda globalista secular.

Ética del personalismo comunitario

En mi opinión, ante la [dis]topía posthumanista necesitamos una ética universal basada en la ley natural como regla de conducta prescrita por el Creador en la constitución de la naturaleza humana con la cual nos ha dotado.

Para Santo Tomás de Aquino la ley natural es “nada más que la participación de la criatura en la ley eterna” ( I-II, 94). Dicha ley eterna es la sabiduría de Dios, puesto que ella es la norma directiva de todo movimiento y acción en el conjunto de la Creación.

También necesitamos una auténtica cultura al servicio de la persona. Una ética sustentada en el cuidado y en la confianza entre los seres humanos como elemento fundamental del humanismo avanzado que propongo para la sociedad biotecnológica del siglo XXI.

Por otra parte, el personalismo comunitario, como corriente filosófica fundada por Emmanuel Mounier (1905-1950) e inspirada en el pensamiento de Charles Péguy (1873-1914), puede ser también la base que dé unidad a todas las microutopías humanizantes existentes, que las sostenga y oriente hacia un horizonte de futuro basado en el bien común.

En efecto, el personalismo comunitario nos ofrece una visión humanista avanzada y renovada que permite a la persona desarrollar su propio proyecto vital, manifestarse desde su singularidad, excepcionalidad y diversidad, ser un fin en sí mismo y nunca un medio, en comunión con el resto de sus semejantes, para poder centrarse, de este modo, en lo que de verdad importa al ser humano para ser plenamente feliz.

Así, el personalismo comunitario y el humanismo avanzado fomentan que la persona se desarrolle de forma integral a través de todas sus dimensiones, desde su dignidad, ejercitando su plena libertad, esforzándose por alcanzar la justicia social, custodiando la creación desde una ecología natural y humana integral, con visión trascendente y siendo plenamente consciente de su inteligencia espiritual.

En definitiva, el personalismo comunitario puede contribuir a un nuevo Renacimiento humanista para el presente siglo XXI y permitir a cada persona ser luz en un mundo que irreversiblemente ya es global.

De este modo, una ética del personalismo comunitario para esta nueva era de la humanidad se enfrentaría al “globalismo” (término distinto al fenómeno de la globalización) construido fundamentalmente desde la ideología neoliberal, sorprendentemente hibridado con lo que ha venido a denominarse como “marxismo cultural”, ambas tendencias complementarias  del materialismo ateo y de la nueva religión secular universal, ideologías actualmente muy implementadas y con vocación hegemónica y constitutiva del Nuevo Orden Mundial.

Dicho globalismo –que busca colonizar todos los rincones del planeta, así como nuestras mentes– antepone el dinero y el beneficio financiero por encima de cualquier realidad y necesidad humana.

En este contexto, una ética basada en el personalismo comunitario lucharía contra el fundamento de dichas ideologías deshumanizadoras, que únicamente pretenden obtener un biopoder totalizador, así como el control tecnológico de unos pocos, pasando por encima de todo lo que se les oponga a su agenda mundialista contraria a la persona humana y a las redes de vida que conforman nuestra casa común.

Antropología adecuada desde un humanismo avanzado

En realidad lo que estamos viviendo –según el papa emérito Benedicto XVI– “es un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios. Es la época del pecado contra Dios creador”.

Con estas palabras, Benedicto XVI se refiere a cómo en esta etapa final, definitiva, enaltecidos en su máxima expresión el materialismo ateo, la nueva religión secular universal y la agenda globalista deshumanizante, se pretende la creación de un nuevo sujeto transhumano/posthumano que no sólo no tenga nada que ver con el concepto de persona que hemos conocido hasta ahora desde la tradición judeocristiana, sino que además, posea una estructura radicalmente opuesta a la moldeada por el Dios Trinidad que la cosmovisión cristiana considera como el Creador.

Benedicto XVI coincide con este diagnóstico al afirmar, en su encíclica Caritas in veritate (2009), que “hoy la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica”.

Desde mi punto de vista, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, evangelizar la globalización y proponer a la humanidad una antropología adecuada resulta una misión apasionante.

Desde la cosmovisión cristiana, el Espíritu sopla extraordinariamente en estos momentos – en realidad, nunca ha dejado de hacerlo a lo largo de la historia humana– al poner el acento de la nueva evangelización en la conversión personal, desde el asombro ante el misterio de la Creación y la adoración al Creador que nos ofrece el don generoso de su infinita Misericordia.

Por todo ello, al adentrarnos en el siglo XXI, resulta urgente proponer al mundo una antropología adecuada ante los desafíos que plantea la ideología transhumanista y la [dis]topía posthumanista, para evitar, de este modo, la aniquilación de la naturaleza humana y el concepto mismo de persona.

Publicado en Frontiere.