Me refiero a los Reyes Magos, obviamente, a los “nuestros”, a los litúrgicos, a los tradicionales, al menos en España, a los que traen los regalos a los niños buenos, que son todos, del mismo modo que San Nicolás (Santa Claus) hace de mensajero infantil la Noche Buena en la Europa fría y en Norteamérica, según dije la semana pasada. Pero mientras Santa Claus gana terreno en el imaginario popular, los tres Magos de Oriente lo pierden a ojos vista. Dos causas difíciles de enmendar, influyen en este proceso. Por un lado tenemos el fenómeno globalizador que, quiérase o no, no hay quien detenga; además empuja hacia una cultura uniformadora, superficial, de carácter universalista, que favorece más los aspectos negativos de la civilización occidental, hoy predominante, que sus virtudes, que también las tiene, como el sentido de la libertad, actualmente combatidas en el propio Occidente por las fuerzas adversas que produce su propio humus, semejantes a la cizaña de la parábola evangélica. Ahí tenemos, como ilustración, al pasmarote grotesco del Papá Noel de raíces sospechosas, en versión comercial de Coca-Cola, invadiendo el mundo entero, en sustitución de otras expresiones navideñas de carácter verdaderamente religioso: el Niño Jesús, el Nacimiento, los Reyes Magos, incluso San Nicolás y hasta el abeto luterano. Papá Noel viene a ser el remedo laicista de la Navidad cristiana, que los necios indocumentados –porque una cosa y otra son- de las televisiones, repiten como loritos y meten en los hogares sin saber de lo que hablan, o, en ciertos sujetos, sabiéndolo demasiado. Pero, en fin, es lo que hay, aunque no estamos obligados a seguir la “moda” como hace la gente lanar. Bastante tenemos con sufrirla. En segundo término, la fecha de los Reyes Magos, o el calendario escolar, según se mire, no favorece su continuidad como día de los regalos infantiles. Cierto que se celebran en casi todas las ciudades y pueblos de España, brillantes cabalgatas de Reyes, a veces un tanto carnavalescas, que siguen haciendo las delicias de los más pequeños. Pero tener a los niños ociosos durante todo el periodo de vacaciones, ansiando que llegue el 6 de enero para recibir los regalos, no deja de ser una pequeña crueldad, máxime cuando al día siguiente, o al otro no más, sin tiempo de disfrutarlos ni de romperlos siquiera, tienen que regresar al cole sin su muñeca que llora y hace pipí ni su coche de bomberos con sirena. De verdad, que es una faena. De ahí que muchos padres opten, no sin razón, por dejar los juguetes el día de Navidad, con el Nacimiento del Niño-Dios que nos trae el bien y la felicidad, y guarden para Reyes el vestido nuevo o el material escolar. Nosotros, “mi reina y yo”, lo hemos hecho siempre así y nos ha dado buenos resultados. Cierto que yo me pasaba todo el tiempo con el destornillador en la mano pero feliz, reparando averías previsibles, porque los niños son niños y sus dedos de hierro, y si no quisieran descubrir las tripas de los juguetes, sería cosa de preocuparse por su salud mental. No lamentemos, pues, la pérdida de importancia infantil de la fiesta de los Reyes Magos, sino que mantengamos su esplendor litúrgico como es debido, y en los niños la ilusión y el significado profundo de lo principal: que nos ha nacido el Salvador, el que da sentido a nuestro ser y vivir. Vicente Alejandro Guillamón