Hay acontecimientos que son difíciles de olvidar, incluso imposibles de olvidar. Para los que vivimos aquella tarde del 2 de abril de 2005, en la Plaza de San Pedro o a través de la televisión, el recuerdo de las últimas horas en la tierra del papa Juan Pablo II nos pone todavía la carne de gallina. Un rezo universal se elevaba por una persona singular: un personaje histórico de gran envergadura para la Iglesia y para la humanidad. Se nos iba un padre, alguien que durante casi tres décadas nos había amado, entregando su vida hasta el último aliento. Eran las 21.37h.

Tras su muerte, en esos días, se desplegaban pancartas por Roma: Santo subito! (¡Santo enseguida!). Al mismo tiempo, diversas autoridades y en numerosos areópagos de comunicación se le calificaba a Juan Pablo II como «Magno» (uno de los primeros que lo hizo fue el mismo Benedicto XVI)» título dado a otros grandes Papas de la historia de la Iglesia: León, Gregorio… Quizá es en Estados Unidos donde ese apelativo se ha enraizado más y hay perdurado más en el tiempo.

Efectivamente, «Magno», grande, pionero, adelantado, precursor…, marcas únicas para un Papa Guinness, un Papa de récords. El libro de los récords Guinness recoge anualmente la colección de hazañas y logros humanos y del mundo natural. Si no ha recogido todavía las siguientes cifras no sobrarán junto a todas las demás…


Conservo todavía de aquellas fechas diversas cifras que recogí en torno al pontificado terminado y que marcaban toda una tabla de récords en la historia de la Iglesia.
Es verdad que la persona de Juan Pablo II no debe su valor a los récords: la persona se mide por lo que es y no por los efectos visibles de lo que hace. Y Juan Pablo II fue sobre todo un Papa santo. Así lo proclamará el papa Francisco, junto al Papa Juan XXIII, el día 27 de abril de 2014, también en tiempo récord para un Papa. Por eso, el verdadero récord que la humanidad tiene que batir lo marcan los santos porque ya en vida alcanzaron la meta de la eternidad.

Todo ello no quita que esa santidad se fraguó en las coordenadas históricas de espacio y tiempo que a Karol Wojtyla le tocaron en suerte vivir.

Fueron 26 años y 5 meses de pontificado, el tercero más largo en los aproximadamente 2.000 años de historia de la Iglesia Católica.

Apenas iniciado el pontificado, en Méjico (enero de 1979), Juan Pablo II se dio cuenta de la importancia de los viajes apostólicos. Y, ni corto ni perezoso, abrió camino a una nueva presencia del Papa en el mundo: así, entre sus viajes dentro y fuera de Italia recorrió un total de 1.247,613 kilómetros, es decir, 3,24 veces la distancia de la Tierra a la Luna. Fueron 14 dentro de Italia y 104 fuera, en los que visitó 129 países y territorios diferentes. En Italia los viajes fueron 146. Habló a cada uno en su lengua pues dominaba el italiano, francés, alemán, inglés, español, portugués, ucraniano, ruso, croata, esperanto, griego antiguo y latín, así como su lengua materna, el polaco. Además tenía suficientes conocimientos del checo, lituano, húngaro y conocía algo el japonés, tagalo y varias lenguas africanas.

Con todo, nadie podrá acusarle de no haber sido Obispo de Roma, a pesar de haber pasado 822 días, más de dos años y tres meses, fuera del Vaticano. Lo corroboran las 301 visitas a parroquias en Roma, su diócesis.

Siempre he tenido el convencimiento de que Juan Pablo II puso el papado a la altura de la historia, no sólo en credibilidad y prestigio, sino también en el uso de los medios de comunicación de nuestro siglo. Por ello no es de extrañar que se prodigara como nadie en el uso de la palabra y leyera más de 20.000 discursos, que sumaron un total de 100.000 páginas. Además publicó más de 100 documentos importantes, incluyendo 14 encíclicas, 45 cartas apostólicas y 14 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas y 28 Motu proprio. Fue para mí un privilegio traducir durante cinco años, para la edición española de L’Osservatore, discursos pronunciados en lenguas diversas y que hacían reconocer la situación de la Iglesia en los diversos lugares del mundo, sus necesidades y los anhelos del Papa sobre cada uno de ellos (viajes, cartas credenciales…).

Karol Wojtyla, desde su espiritualidad y su filosofía, era un amante de la persona a quien Cristo, «el Verbo encarnado revela el misterio del hombre y su vocación» (Gaudium et Spes, 22). Son palabras de un documento del Vaticano II, citadas infinidad de veces por Juan Pablo II, y en cuya redacción tuvo él mucho que ver: ¿sería una frase suya? Los que tuvimos la dicha de encontrarnos personalmente, incluso varias veces, con Juan Pablo II nos dábamos cuenta de que al hablar con cada uno y mirarle a los ojos todo lo demás desaparecía: el interlocutor era lo único importante. Los datos de sus encuentros con los hombres prueban su amor hacia el hombre. Según los datos que la Prefectura de la Casa Pontificia hizo públicos al celebrarse el 26º aniversario de su pontificado, celebrado pocos meses antes de morir, Juan Pablo II recibió a 1.512.300 personas; 387.100 en las audiencias generales de los miércoles, 140.200 en audiencias particulares, 368.000 en las ceremonias litúrgicas y 617.000 en el Ángelus de los domingos. Las más de 1.160 audiencias generales en el Vaticano congregaron a más de 17,64 millones de personas. Sin duda, fue un Papa al que «accedimos» todos. Cada domingo de mis años romanos bajaba a rezar con él el Ángelus. Parecía que desde la ventana se abría al mundo, cargaba con él, rezaba por él y nos recordabas las diversas situaciones de necesidad, hambre o guerra del momento, al tiempo que saludaba nominalmente a los grupos venidos de todo el mundo. Nunca como entonces entendí la importancia de rezar por las intenciones del Papa…

Las cifras siguen y hablan con elocuencia, no son papel mojado. Quizá porque uno de los mensajes nucleares del Concilio Vaticano II era la vocación universal a la santidad, que él tomó personalmente tan en serio ¡y cómo!, no quiso que faltaran modelos para todos de cara a este destino eterno del hombre. Así, más que todos sus predecesores en los últimos cuatro siglos juntos, beatificó a 1.338 personas y canonizó a otras 482. Para no ser santo, ya no vale la excusa de no tener modelos…

Al frente de la Iglesia nombró a 231 cardenales (sus consejeros y asesores más cercanos) en 9 consistorios convocados para la creación de los mismos.

Profundamente enraizado en Cristo, el Redemptor hominis (como se tituló su primera encíclica), fue al encuentro del mundo también a través de las autoridades de los pueblos. Con este ánimo se reunió con más de 1.590 jefes de Estado o de Gobierno; recibió a 426 jefes de Estado, reyes y reinas, 187 primeros ministros, 190 ministros de Exteriores y recibió las cartas credenciales de 642 embajadores.


Magno, grande, pionero, adelantado, precursor…Así le he llamado más arriba. La magnitud, aunque sólo sea por las cifras queda probada. Sí, digo «sólo», porque hay mucho más que números en la vida de Juan Pablo II. También en otros aspectos destacó Karol Wojtyla y, por eso, le he llamado pionero, adelantado, precursor…

Efectivamente Juan Pablo II fue el primer Papa en visitar una sinagoga (Roma, abril de 1986); una mezquita (Gran Mezquita Omeya de Damasco, mayo 2001). Podemos decir que era como poner en acto el decreto Nostra Aetate del Vaticano II sobre las relaciones con el pueblo de Israel y otros creyentes no cristianos. Además dio conferencias de prensa en los aviones y en la Oficina de Prensa de la Santa Sede (24 enero 1994); publicó libros de prosa y poesía; residió en un hotel, en lugar de en una nunciatura apostólica, durante sus viajes (Hotel Irshad en Baku, Azerbaiyán, mayo 2002); añadió cinco nuevos misterios al Rosario (octubre 2002); presidió la Misa en un hangar de aviones (Aeropuerto de Fiumicino, Roma, diciembre 1992); convocó una Jornada de Perdón (Año Jubilar 2000), «inventó» y convocó las Jornadas Mundiales de la Juventud….

Juan Pablo II ha sido el primer Papa (Benedicto XVI le siguió a continuación) en publicar durante su pontificado cinco libros de carácter personal, es decir, no magisterial: Cruzando el umbral de la esperanza (1994), Don y Misterio (1996), Tríptico Romano (2003), ¡Levantaos, vamos! (2004), Memoria e Identidad (2005).

También fue el primer Papa que entró en la celda de una cárcel, en diciembre de 1983, para reunirse con quien estuvo a punto de asesinarle, Ali Agca, el turco que atentó contra su vida en mayo de 1981; celebró Misa en la comunidad católica más al norte del mundo, a 350 kilómetros del Círculo Polar Ártico (Tromso, Noruega, 1989); utilizó una letra (la «M» de María) en su blasón papal, cuando normalmente las reglas de la heráldica autorizan a emplear palabras alrededor del blasón, pero no dentro de él.

Creo, pues, no sin razón, que es pionero, inventor, precursor, adelantado…


He comenzado queriendo situar las magnitudes desgranadas en estas páginas precisamente en el marco de la santidad. Sobre Juan Pablo II se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo. Harán falta estudios sobre su espiritualidad, sobre sus virtudes teologales y cardinales vividas en grado heroico (eso es la santidad). Los historiadores recogen datos e interpretan. Lo que difícilmente podrán, porque queda abierta al misterio, es el corazón, vivificado por la vida divina, que animó toda esa biografía personal, toda esa entrega eclesial, todo ese recorrido hasta volver al corazón de donde todos hemos salido. No en vano, Juan Pablo II terminó su existencia con esta palabras que el Vaticano confirmó que había dicho en su lengua materna: «Pozwólcie mi iść do domu Ojca (Déjenme ir a la casa de mi Padre)».