Con este mismo título, cambiando sólo el tiempo verbal, la revista de actualidad religiosa Vida Nueva ha publicado en el último número que ha llegado a mi poder (núm. 2.890 de fecha 12-25 de este mes de abril), un reportaje muy interesante de Vicente L. García –no tengo más datos del autor- que me tomo la libertad de “fusilar” en buena parte por lo que tiene de esperanzador, sin haber podido pedir permiso a la revista, porque no he hallado a nadie de la publicación en el tajo. Lo normal, son días de descanso y oración, no como otros que yo me sé, tan viciosos del curro, que no saben tomarse un respiro ni en fechas tan señaladas. Eso sí, no faltando a ninguno de los oficios de Semana Santa celebrados en la parroquia, que lo primero es lo primero.
Vicente L. García comienza explicando: “Tras el Concilio Vaticano II, las celebraciones religiosas en general fueron experimentando un fenómeno, abanderado de manera especial por eclesiásticos, de apuesta por la sencillez y el minimalismo. En ese pretendido alejamiento de ritualismos, boatos y ornamentaciones barrocas y churriguerescas (como si fuéramos luteranos, añado yo), se iba de la mano de una sociedad que reclamaba un tratamiento diferente de los religioso. Sin embargo, entre las consecuencia que produjo ese cambio de paradigma, se dio una situación que hoy se está tratando de revertir: en aquellos años 60 y 70, por decreto parroquial en muchos casos, se suprimieron directamente tradiciones y manifestaciones religiosas en determinados contextos. Sin duda en España, en el norte fue donde más lejos se llegó en este sentido, desapareciendo cofradías, guardándose imágenes en sótanos y eliminándose incluso algunas emblemáticas procesiones. Algo que afectó, fundamentalmente, a la Semana Santa en su versión más popular y cultural. Ahora, afortunadamente, el repunte que se inició en la década de los 80 avanza con vigor”.
El autor comenta que en Santander por ejemplo, desaparecieron seis de las doce cofradías que existían. En Reinosa fueron disueltas todas, así como las procesiones, suprimidas por voluntad del clero parroquial. Lo mismo ocurrió en Torrelavega o Laredo. Esta tendencia daría un vuelco favorable en los años ochenta. Ciñéndonos a la capital cántabra, entre 1980 y 1990 se consolidaron las seis cofradías que habían escapado al siniestro casi total y se fundaron otras tres nuevas. En el resto de la comunidad montañesa el cambio se aprecia ya hasta en pueblos pequeños.
Otra diócesis que vive desde hace años el resurgir de la Semana Santa –continúo con el reportaje Vicente L. García- es la de Calahorra y La Calzada-Logroño, donde destaca de un tiempo a esta parte, el alarde de las bandas de tambores y cornetas, por contagio del vecino Aragón. Cabe destacar, además, la revitalización de antiguas cofradías de otras nuevas en los últimos años. Actualmente existen en la diócesis riojana 35 cofradías de Semana Santa y “otras muchas asociaciones parroquiales cofrades, casi en todos los pueblos”.
En la diócesis de Bilbao ocurre algo parecido. “Desde la Hermandad Penitencial de Begoña, Javier Diago, hermano mayor de la misma, nos comenta algunas de las tradiciones que la Semana Santa bilbaína ha recuperado en los últimos años. Por hacerlo de una manera cronológica hacia atrás, empezaremos por el Viernes Santo de 2013, donde íbamos a sacar en la procesión del Santo Entierro el paso del Santo Cristo de la Humildad. Lamentablemente, la lluvia no lo permitió pero iba a ser la primera vez desde 1929”. Debo suponer que este año la lluvia no habrá impedido la referida procesión del Santo Entierro.
Estos datos que aporta Vida Nueva, ¿hay que entenderlos como una reacción religiosa a tanta opresión secularista y crostófoba como estamos sufriendo? ¿Es un indicio del retorno de los alejados, de la recuperación de viejas tradiciones piadosas que el pueblo, pese a tanto mensaje desertizador, ni ha olvidado ni quiere olvidar? Las manifestaciones piadosas populares a veces un tanto folklóricas no son, ciertamente, la sustancia profunda del cristianismo, pero no dejan de constituir la expresión sencilla pero pública de la fe de tanto cristiano de a pie.
Espero, deseo de todo corazón que todo esto no se reduzca a un aire pasajero, sino que sean brotes verdes reales, efectivos, no como los que veía doña Elena Salgado, aquella vicepresidenta económica del último gobierno de Rodríguez Zapatero, que dura un poco más y nos pone a los batuecos todos de la piel del toro a pedir limosna en las puertas de las iglesias alemanes, como si fuéramos rumanos hijos de aquel entrañable amigo de Santiago Carrillo, que Dios guarde a los dos.