Un tema que puede ser interesante es la relación entre psicoanálisis y confesión. Está claro que hay parecidos, ya que en ambos casos encontramos personas aquejadas de dificultades que acuden a una persona calificada y esperan su ayuda, confiando encontrar una actitud de acogida que les permita abrir su corazón. Pero si hay semejanzas, hay importantes diferencias: a) quien va a la confesión busca el perdón de los pecados, quien va al psicoanálisis pretende sanar; b) en la confesión se va al sacerdote como intermediario entre Dios y el penitente, mientras que el médico se mueve en el plano natural y trata de ayudar a alguien que lucha por su salud; c) en la confesión se solicita del penitente una declaración de culpabilidad y una sincera contrición, en cambio en el psicoanálisis ni hay juicio sobre la conducta, ni propósito, ni penitencia; d) la confesión hace referencia a los pecados, es decir a actos libres y responsables, hasta el punto que sólo las faltas graves hechas libre y conscientemente son su objeto específico; la psicoterapia intenta liberar al paciente de sus complejos psíquicos, con frecuencia de tipo inconsciente; e) Estudiar y curar el psiquismo humano es una cosa, ayudar la libertad y responsabilidad morales es otro nivel; f) el sacerdote no cobra; el terapeuta sí. Ciertamente el psicoanalista puede encontrarse con casos en los que por parte de su cliente se trata de encontrar el sentido de su vida, problema que supera el análisis, si bien a su escucha le falta una dimensión importante, si carece de sentido religioso, como a su vez el sacerdote se encuentra en la confesión con elementos de tipo psicológico. Muchos buscan en la confesión un diálogo personal con el sacerdote y piensan que es un buen sitio donde poder expresarse, desahogarse y ser oídos. Estamos ante un sacramento en el que los actos del penitente tienen una clara base psicológica, pues la reconcilia¬ción requiere siempre un diálogo y un encuentro interpersonal en el que el confesor ha de procurar que, a través suyo, el penitente encuentre a Cristo. El sacramento no es una terapia, pero que tenga efectos de esta clase, no es malo. A fuerza de querer espiritualizar, nos olvidamos que la salvación alcanza todo nuestro ser. Por tanto en ocasiones para obtener la paz interna la solución supera el mero plano humano, pues el perdón de los pecados es de orden religioso y moral. En efecto sólo Dios puede liberar de la culpa en cuanto tal, ya que es ofensa consciente a Dios y por tanto el perdón no puede depender solamente del culpable. Al "contra ti solo pequé", corresponde por parte de Dios el "yo te absuelvo" que perdona. Pero este perdón es el ejercicio de un sacramento que ha sido confiado por Cristo a su Iglesia, siendo ésta la tarea del confesor. No nos quepa la menor duda de que la seguridad del perdón, que nos da la fe, constituye un motivo extraordinario de alivio y esperanza. El sacramento asegura una paz espiritual que supone ventajas psíquicas, si bien su objetivo primero es liberarnos del pecado y no de una situación patológica. Cristo no nos dispensa de afrontar la verdad y menos de esa verdad en la que nos encontramos con nosotros mismos y nos descubrimos culpables. La verdadera culpabilidad tiene como causa fundamental que no amamos ni utilizamos nuestra capacidad de amar. Descubriendo donde está la raíz del mal es como comienza cada cual a librarse de las falsas culpabilidades. Es indiscutible que el pastor de almas tiene también que estar capacitado para saber distinguir entre pecado y enfermedad psíquica, así como para resolver las pequeñas convulsiones en los presupuestos de la vida espiritual. Más o menos todos tenemos pequeños fallos psíquicos que perturban nuestro comportamiento, sin que lleguen a la patología p. ej. se puede ser nervioso sin ser neurótico. Pero en los casos más graves hay que intentar enviar al penitente a un técnico, proporcionando así ayuda a los que padecen psíquicamente. Es importante diferenciar las tareas del psicólogo y del confesor. No pretendamos ser psicoterapeutas de confesonario, pues no es cosa nuestra. Seamos simplemente sacerdotes y confesores, pues tenemos una palabra que ningún psicoterapeuta puede decir: la Palabra de Dios que perdona los pecados. El psicoterapeuta dice una palabra para curar la enfermedad, nosotros pronunciamos una palabra que perdona las culpas ante Dios. En pocas palabras la tarea del confesor es borrar el pecado y la enemistad con Dios, excitando a la conversión, tanto más cuanto que al culpable lo que verdaderamente le urge no es tanto que se le consuele cuanto que se le perdone; en cambio no le corresponde como confesor el explicar cuáles son los remedios oportunos para el hombre que siente patológicamente su culpabilidad, ya que ésta es la tarea del médico especialista. Pedro Trevijano, sacerdote