El presidente del Gobierno está pisando el acelerador laicista con la propuesta de reforma de la Ley de Libertad Religiosa, según la información, bastante escueta, a la que me atengo, publicada el viernes por la tarde en Libertad Digital y reproducida en esta sección. No sé, por tanto, en qué vendrá a parar esta nueva ley, pero teniendo en cuenta la ideología de este Gobierno, hay que dar por sentado que será mucho peor que la anterior, mucho más beligerante y restrictiva contra la Iglesia Católica, la pieza a batir por el zapaterismo masónico, del mismo modo que será mucho más salvaje la nueva ley del aborto, lo será la ley del “suicidio asistido” que terminarán imponiéndonos a la trágala, y otros regalos progresistas que podemos esperar de estos individuos poseídos por el espíritu del mal. La nueva ley religiosa –como si hiciera falta ley religiosa alguna en la medida que todos respetemos la libertad de los demás y la tolerancia mutua-, la nueva ley, digo, pretende, a lo que se dice, equiparar el Islam al Catolicismo, eliminando, para que nadie se sienta ofendido ni discriminado, todo signo cristiano de la vida pública, que es, en definitiva, de lo que se trata, de convertir esa vida pública y social en un desierto religioso y hasta moral, donde el laicismo se erija en dueño y señor de la sociedad, con el Islam como coartada. Esto es, recluir la fe en las sacristías, o como dice el sacerdote burgalés experto en sectas y masonería, don Manuel Guerra, mantener a la Iglesia en “arresto domiciliario” para que cada vez un número mayor de ciudadanos ignore su existencia. ZP argumenta que el Estado debe mantenerse neutral y “no imponer ninguna doctrina”, como si el laicismo no lo fuera, aún peor, como si no fuese una ideología de intenciones totalizantes, igual que las grandes ideologías totalitarias, aunque intente imponerse a toda la sociedad por métodos más ladinos. Ahí tenemos como prueba la maldita asignatura de Educación para la Ciudadanía, de claro fondo masónico, para adoctrinar a los escolares españoles en los valores laicistas “triangulares”. Ya nos gustaría, ya, a los católicos, que el Estado fuera neutral y no abrasivo y sectario respecto a lo religioso, como lo está siendo ahora. También dice que “laicismo significa democracia”, lo cual no deja de ser una afirmación peregrina, propia de una persona poco documentada o acaso algo peor. Yo no tengo a este hombre por muy letrado ni una lumbrera intelectual. No creo que haya leído muchos libros en su vida ni menos aún en estos últimos años, sometido al trajín del Gobierno. Sospecho que su alimento cultural de ahora se reduce a los titulares gruesos de los periódicos afines y a los resúmenes de prensa que elaboren sus amanuenses de Moncloa. Esa falta de base sólida se advierte en sus pretenciosos discursos, hechos de frases tan ampulosas y solemnes como vacías de contenido. Pero sabe a donde va y lo que quiere, que no es otra cosa que la destrucción de los valores tradicionales y la opacidad de la Iglesia. Al equiparar laicismo y democracia evidencia que no sabe lo que es la democracia, o nos oculta qué es el laicismo. Sabrá, sí, el significado semántico del término democracia (el gobierno del pueblo) pero, en la práctica, esta democracia que tenemos se limita al método o mecanismo que los ciudadanos tienen para la elección libre y pacífica de sus gobernantes. Por consiguiente, allí donde no hay verdadera libertad ni paz, como en Vasconia y Cataluña, por poner ejemplos familiares, no puede hablarse de que haya auténtica democracia. Es decir, que el principio de todo es la libertad, la libertad que nos concede Dios al ser creados, un derecho humano de origen divino anterior a cualquier texto jurídico. Libertad responsable, se entiende, porque las personas que no responden de sus actos, como hacen los/las abortistas, convierten la libertad en libertinaje. Libertad política, de asociación y reunión, de expresión, de enseñanza, de empresa... También libertad religiosa y su manifestación social, porque si no puede manifestarse públicamente, ya no es libertad. En consecuencia, dado que el laicismo es una ideología de propósitos dominantes –todo el mundo sometido al imperio de la “laicidad”, al destierro de Dios de los ambientes públicos- podríamos decir que laicismo es todo lo contrario que democracia. Pero Zapatero esto no lo sabe, o no lo quiere saber, por ignorancia o, quizás, por sectarismo y “malos pensamientos”. Y encima arguye que “se habla del laicismo como un riesgo, como una amenaza”. ¿Acaso es otra cosa sino una amenaza, un gran peligro para las libertades, entre otras, para la religiosa, la de enseñanza, la de conciencia, etc.? ¿Acaso cree que no nos damos cuenta de sus ocultas intenciones? Llevamos dos milenios soportando a enemigos de toda clase y condición, por eso los vemos venir desde muy lejos. Vicente Alejandro Guillamón