El nombramiento del cardenal Cañizares tiene muchas facetas. Es, sin duda, un reconocimiento a su valía personal y una constatación de la confianza que el Papa tiene en él; ambas cosas unidas le han hecho merecedor de formar parte del equipo de colaboradores más próximos al Pontífice. Es, además, un acto de «justicia» con la Iglesia de España, que había perdido, con la jubilación del cardenal Herranz, a su último representante en activo del máximo nivel en la Curia vaticana. Hasta aquí lo que la lógica nos dice. Pero, ¿y lo que nos dice el corazón? A mí, por lo menos, éste me grita que Cañizares no va a Roma ni de rebote, ni de cupo, ni tan siquiera porque el Papa quiere rodearse de personas que sean a la vez eficaces y de confianza. Cañizares va a donde va porque es ahí donde la Virgen quiere que vaya. ¿No es, acaso, la Virgen del Sagrario la patrona de Toledo, de donde es obispo Cañizares? Puede parecer que no tiene nada que ver, pero yo creo que el paso por la sede toledana ha preparado de forma especial al nuevo prefecto para desempeñar el cargo que ahora le han encomendado. Y lo ha hecho no sólo desde la perspectiva de la solemnidad litúrgica que es tradicional en la catedral de la capital manchega, sino porque le ha abierto a una dimensión de la liturgia más popular, en el sentido de más enraizada en la vida del pueblo. Estoy convencido de que Cañizares no va a limitarse a ser el guardián de las esencias litúrgicas, sino que va a luchar para que los católicos hagan de su vida una Eucaristía, una acción de gracias permanente. Rezo por ello. La RazónSantiago Martín, sacerdote