No es novedosa la situación de ataques a la Iglesia. Estamos en el año 2008 de su vida y en todos ellos la Iglesia ha sufrido contradicciones, ante las que se ha hecho presente la promesa de Jesús: “Estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”. El primer Papa, Pedro, en su primera carta avisó a los creyentes de que están llamados a “responder a todo el que pida razón de la esperanza que hay en ellos”. Hay una tradición en la Iglesia de que la recepción de la fe compromete a la generosa transmisión de la misma contando con oposiciones a ella porque, como advirtió San Pablo, “nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios”, que está vivo en nuestros corazones. Atreviéndonos a esperar ser para todos una llamada del Eterno, un centinela -que no calle, cuando debe alertar de un peligro para la cultura, la sociedad o las conciencias-, un artífice de la justicia del reino con la palabra y con la vida, en contraste con quienes pretenden edificar un mundo sin Dios, por la vida de todos y en diálogo con todos. En toda época ha podido haber silencios culpables, ante los intentos de edificar una sociedad lejos o de espaldas a Dios. Si predicamos un crucificado, ¿cómo pretender hacerlo sin propia cruz, sufriendo y padeciendo, en comunión con Él, sin rebelarnos ante las penas que se derivan de ser sus testigos en comunidad con Él?, (K. Barth). No podemos hablar de Él sin partir de Él. El cristiano da pruebas de la serenidad de un hombre que camina hacia la verdad, y no de la angustia de un hombre propietario de una heredad. El silencio es la evasión del presente, como el miedo es la negación del futuro. Hace falta una valentía firme que sepa oponerse a la seducción alienante de huir de este mundo o de huir de las exigencias de Dios. Tillich lo apellida “el coraje de ser”. La Razón + Cardenal Ricardo Mª Carles, arzobispo emérito de Barcelona