Cinco médicos del Hospital Carlos III de Madrid, especialistas en enfermedades infecciosas, han publicado un opúsculo titulado “Adolescentes frente al SIDA: preguntas con respuestas”, en el que defienden la estrategia ABC (Abstinencia, “be faithful”, es decir fidelidad, condón). Esta fórmula el no creyente J. Bernard, primer presidente en Francia del Comité Consultivo Nacional de Ética de ciencias de la vida y de la salud, y científico de gran prestigio, en su libro La Bioéthique, París 1994, 29, la califica de “muy razonable”. Creo que cualquier persona con un mínimo de sentido común estará de acuerdo con el Dr. Bernard y los médicos madrileños. Enseñar esto, sin embargo, ha ocasionado una tormenta en nuestro país, declarando el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, del PP, que este libro lo han publicado esos médicos por su cuenta y riesgo, sin ninguna subvención, y que refleja sólo sus opiniones privadas, llegando la gerencia del Hospital a prohibir la distribución del opúsculo. En pocas palabras en España no se puede publicar una concepción de la sexualidad que se apoye en valores humanos y cristianos, o simplemente humanos, pero se puede enseñar con apoyo expreso del Gobierno del PSOE, que para eso legisla en ese sentido, aberraciones como la ideología de género. Concretamente, y de eso soy testigo presencial, la enseñanza de la sexualidad se encamina a saber utilizar el condón, prescindiendo de la abstinencia y la fidelidad, cuando está demostrado que promover el preservativo sin otros mensajes educativos aumenta los contactos sexuales de riesgo. Pero si se explica la conveniencia de la abstinencia y la fidelidad en la pareja, el preservativo cumple su función reduciendo el riesgo en las personas que han decidido seguir siendo promiscuas. El resto ha evitado el riesgo mucho antes. Piensen lo que piensen nuestros gobernantes, hay que recordar que en materia sexual no todo está permitido, tanto más cuanto que uno se está dirigiendo a adolescentes, y hay que decirles que la realización del acto sexual fuera del contexto conyugal no es un juego inocuo, sino algo inmoral. La campaña del uso del condón parte del falso presupuesto de que la sexualidad está al servicio del placer y no del amor, porque es un impulso que puedo satisfacer sin más controles y límites que evitar las enfermedades venéreas y los embarazos no deseados, y que esto es lo realmente neutral, objetivo y científico, ignorando los valores éticos y espirituales de la sexualidad, así como el sentido de la responsabilidad de los adolescentes y jóvenes en relación a su cuerpo, con serios efectos negativos para su educación, ya que la recomendación sin más del uso de preservativos crea una mentalidad permisiva que induce a una mayor actividad sexual y a una realización prematura del acto sexual con graves consecuencias, pues aunque el preservativo disminuya el riesgo de embarazo y contagio, el aumento de relaciones hace de contrapeso a la disminución del riesgo. Además, si da lo mismo acostarse que no acostarse, no es difícil deducir que el joven que no se acueste es sencillamente idiota, por lo que el efecto de estas campañas es el aumento de la actividad sexual y de la promiscuidad, principal vehículo de transmisión del Sida y otras enfermedades de transmisión sexual, con sus consecuencias de mayor riesgo de contagio y deterioro de la vida afectiva y personal. Aunque es cierto que todos merecemos respeto, no lo es que cada uno pueda tener la conducta sexual que le dé la gana, porque no todo es igual, pues hay cosas que están bien y otras que están mal: ¿o es que en nombre del respeto a las personas nos merece el mismo juicio un alumno que estudia que otro que hace el vago? Ahora bien, si les enseñamos que no hay nada malo en que se acuesten, y dado que esas relaciones adolescentes de pareja no se suelen distinguir por su duración: ¿no estamos poniendo la base para que luego de mayores la fidelidad y estabilidad brillen por su ausencia? La experiencia indica que una campaña así es contraproducente, o todavía peor aberrante, porque se transmite una falsa confianza y se consigue lo contrario de lo que se pretende, pues el preservativo no es ni mucho menos seguro, y mucho menos utilizado por adolescentes, por lo que a pesar del empleo de métodos anticonceptivos, las supuestas garantías que se les dan no son de gran valor. Además, al trivializarse y aumentarse la actividad sexual, el resultado es que quienes las llevan a cabo no es difícil queden contagiados por las enfermedades de transmisión sexual y ellas además embarazadas. Una señal clara del fracaso de estas campañas es el constante aumento del número de abortos. El peligro de contagio es aún mayor que el de embarazo, porque el virus es mucho menor que el espermatozoide y el contagio puede suceder todos los días, mientras el embarazo sólo unos cinco días al mes. Peor todavía sanitariamente son las relaciones entre homosexuales, porque en la práctica del sexo anal el roce, por razones anatómicas, es mayor y en consecuencia hay más probabilidades de fallo y contagio. Por el contrario el mejor modo de luchar contra las enfermedades venéreas y el Sida es educar para el amor, defendiendo la abstinencia y la fidelidad sexual, únicos métodos que eliminan totalmente el riesgo de infección, aunque en la fidelidad puede haber sorpresas por el comportamiento de la otra parte, porque cuando una persona hace el acto sexual con otra, no debe olvidar que desde el punto de vista médico, él, o su pareja, pueden haber quedado infectados por cualquier relación sexual anterior con otra u otras personas. Esta concepción tan superficial de la sexualidad, supone creer que la continencia o la castidad es imposible, alienante y antinatural, cuando la verdad es que no sólo los jóvenes tienen que aprender a autocontrolarse, sino que muchos de ellos viven en continencia. Por otra parte, la ausencia de unas pautas morales lleva a interiorizar la idea de que en materia sexual no hay normas, llegándose así a la banalización de la sexualidad y a la degradación personal. El sexo presuntamente sin riesgo se convierte en sexo sin humanidad, sin hondura, sin amor y por eso mismo sin felicidad. La educación debe llevar a las personas al dominio de sí. Es necesario informar y educar, no aceptando que los problemas puedan tratarse sin tener en cuenta los principios morales. Y deseo expresar mi apoyo a aquéllos que, como estos médicos, piensan que, como nuestros adolescentes son personas libres, enseñarles a vivir la sexualidad al servicio del amor tiene sentido. En resumen, me parece intolerable que el PSOE favorezca toda clase de aberraciones sexuales y que el PP ponga el grito en el cielo porque unos médicos intenten enseñar la sexualidad desde un punto de vista cristiano. Pedro Trevijano, sacerdote