A propósito de la gira de Bruce Springsteen, haciendo escala en España, fuerza recordar la importancia que tiene la fe católica en la trayectoria de ciertas personas, con independencia de haber sido o no lo suficientemente vivida. La fe católica es capaz de penetrar en todas las capas de la vida de un hombre, en todos los rincones, por más que a veces rehúse profesarla o decida apartarla de su camino.

Es el caso de Springsteen, quién al parecer a edades tempranas conoció un cristianismo decadente y de baja gradación. Se dice que una espiritualidad formalista y un adoctrinamiento draconiano le impelieron al hartazgo. Como tantos otros de su generación, abandonó los templos y se subió a los escenarios en pos de una alternativa vital más sugestiva. Fue una de tantas víctimas de un proceso de desgaste evangelizador y doctrinal de la Iglesia.

Pero en sus canciones siempre destelló una sensibilidad muy definida (no siempre divisable para sus legiones de seguidores) evocadora del alma insatisfecha de alguien que paradójicamente buscaba en los escenarios lo que había dejado atrás. No hay más que echar un vistazo a su repertorio pletórico de canciones de amor, amistad, denuncia social y referencia a lo trascendente entre oscuridades al borde de la ciudad. Son composiciones que emergen de las profundidades del corazón de aquel que una vez renunció, pero nunca se fue del todo.

'Born to run': Bruce Springsteen ('The Boss', 'El jefe') tituló su autobiografía igual que su tercer álbum, de 1975.

Ya en su biografía Born to run, publicada hace siete años, se confesaba definitivamente católico, a pesar no ser un riguroso feligrés: “Un católico lo es para siempre”, decía. Incluía en la biografía un puñado de reflexiones muy interesantes sobre su fe. Reconocía que ésta se situaba en el epicentro de sus canciones. No es solo que las letras de sus composiciones tengan una cierta textura bíblica, sino que demandan un retorno a lo divino como solución a los grandes males de apariencia terrenal.

En las canciones del artista de New Jersey, de tradición familiar católica, la retórica y musicalidad del rock se acaban convirtiendo en algo accidental, en todo caso un medio pero jamás un fin. Springsteen no es un nihilista, no es espiritualmente un hombre encadenado a su era, no sigue el designio de la cultura rock como torbellino de agitación encargado de alimentar el vacío existencial de unas masas desbocadas. En cada pieza de su repertorio se vislumbra un ansia por recuperar los vínculos perdidos entre los hombres, y transmitir un halo de esperanza que no puede llegar sino por el regreso a lo sagrado. Sus letras y melodías se sobrecogen con los que sufren, se unen a los que aman, acompañan a los solitarios y se sientan junto a los que esperan. Y todo ello, desde la mirada hacia los cielos de un Dios creador, a cuyo misterio se aferran sus canciones.

En ese sentido, el sustrato religioso en su quehacer musical es innegable, por heterodoxo que sea, con alusiones teologales unas veces explícitas, otras, más bien sugeridas. En todo caso, el ethos católico al que pertenece Bruce Springsteen penetra en el humus del rock. El pecado, la muerte, la oración, la salvación y la tierra prometida inundan las historias entrañables de sus piezas musicales, donde se vislumbra una sed infinita de amor, justicia y solidaridad. Indicativo de que Bruce es por espacio y tiempo hombre de su época, pero su espíritu es de una progenie servidora de las causas eternas. Eso es lo que le ha permitido siempre liberar el rock del yugo nihilista al que gustosamente lo someten el grueso de sus intérpretes y seguidores.

Las conclusiones finales a las que llega Bruce en su biografía no pueden ser más tajantes: del catolicismo no se puede escapar, pues una vez conocido se erige en la única forma posible de dar respuesta a los grandes interrogantes de nuestras vidas. Springsteen admite que, pese a que un día se apartara de la Iglesia católica para subirse a los escenarios, en su interior algo le dice que “siempre formará parte del equipo", aquello de lo que no se puede escapar es precisamente la llave de la libertad.

Al final, Bruce Springsteen acabó interiorizando que el Dios cristiano no tiene parangón posible como redentor y dador de vida, más allá del cual solo hay derivas ciegas que no prosperan. La antropología en la que cree Bruce Springsteen no difiere de la de Dostoievski: el hombre que no entiende la verdad sino a través de la búsqueda de la belleza y del bien Dios mediante. Así, en la citada biografía reconoce que es Cristo quien finalmente nos salva. De modo heterodoxo e impreciso, a base de retazos de fe e intuición, las grandes verdades cristianas están presentes en sus canciones. De algún modo propenden hacia la fe, la esperanza y la caridad, por mucho que la industria discográfica y buena parte de sus seguidores no se hayan percatado. A cada paso, Springsteen deja patente que el significado de las grandes palabras que se nos escapan del corazón (verdad, libertad, amor, bien…), pero que tanto necesitamos para orientar nuestro rumbo, desbordan lo inmanente y urgen al hombre a mirar hacia fuera de sí para alcanzar a entender siquiera algo su propio interior.

En cierta ocasión, un antiguo amigo, consumado exégeta de Bruce Springsteen, me dijo “él tiene su propio rock". Ignoro qué quiso decir con aquello pero, sea lo que fuere, tenía razón. La obra de Springsteen va más allá del gusto y la afición, raya en la comunión sobre aquello que es eterno e inmutable en los hombres. Él no es “el jefe”, es un hombre que busca al Jefe, tal vez porque un católico lo es para siempre.