Uno creía que democracia totalitaria o totalitarismo democrático son conceptos contradictorios. Lamentablemente, no es así. El riesgo de toda democracia es su degeneración en el totalitarismo. La desviación totalitaria de la democracia evidencia la mala salud que puede padecer este sistema. Los primeros síntomas de la patología totalitaria son difíciles de apreciar. Resulta que el pluralismo partidista es evidente. El mecanismo de elección de representantes funciona correctamente. El respeto a la minoría está asumido. En suma, la robustez y vitalidad del sistema son buenas en apariencia. Sólo en apariencia. Porque junto a este aspecto formal, de escaparate del edificio democrático, se encuentra el interior esencial, el contenido básico de la democracia. Y es, precisamente, éste el que sufre el ataque del virus totalitario. Así, los derechos y libertades de los ciudadanos comienzan a ser restringidos por el poder con signos patentes de tutelaje y abuso. Se atropellan el derecho a la vida y a las libertades de expresión, de conciencia, religiosa, de educación… La carcoma totalitaria va devorando, sutil pero severamente, el edificio democrático. El intervencionismo estatal, gran aliado del totalitarismo, se torna hegemónico y mengua el terreno de la sociedad civil. Se dinamita la independencia de los medios de comunicación y del Poder judicial. Poco a poco, se impone el silencio de la opinión pública y se enturbia la transparencia en la gobernación de los asuntos generales. El cerco se va cerrando con un instrumento clave: la perversión del lenguaje tratando de elaborar una realidad emergente con nuevas palabras y novedosos significados. A todo esto, el escaparate democrático sigue mostrándose, entre sugerente y fascinador, indemne. El resultado es un fenómeno inquietante y amenazador: la sacralización de la mayoría parlamentaria. No hay monarca tan absoluto como la mayoría en un sistema democrático, advertía Alexis de Tocqueville. Más actual, pero en la misma dirección alertaba recientemente Fareed Zakaria: La democracia se está convirtiendo hoy en un problema: El motivo no es otro que la tiranía de la mayoría. El resultado es la exaltación del Parlamento como fuente de verdad y la producción de una legislación positivista, abusiva y deshumanizada cuya pretensión final es expulsar de la vida pública cualquier atisbo de trascendencia. Llegados a este punto, con la democracia convertida en un mecanismo de opresión más poderoso que otros, los autores de la degeneración totalitaria de la democracia pronuncian, apresuradamente y ansiosos, aquél fatídico y tenebroso interrogante de Lenin, ¿Libertad para qué? Raúl Mayoral Benito