El sociólogo de las religiones de renombre internacional (además de socio fundador de la asociación católica italiana Alleanza Cattolica), Massimo Introvigne, nos ofrece la posibilidad de responder – a pocos días de las elecciones americanas – a una de las preguntas que muchos millones de personas se hacen a lo largo y ancho del mundo: ¿Qué ha ocurrido en el mundo religioso y conservador norteamericano para que saliera elegido presidente un candidato partidario del aborto libre, de pasado y de ideología socialcomunista, seguidor de la teología de la liberación en “salsa afroamericana” (con fuertes elementos de racismo antiblanco y conspiranoide), con relaciones cuando menos ambiguas con terroristas – inclusive islámicos – y con la misma religión islámica? ¿Es que acaso ese poder determinante que se les otorgaba para ganar las elecciones no era tal? ¿O se ha agotado? Pues bien, como decíamos, Massimo Introvigne nos da una primera respuesta. Curándose en salud empieza afirmando que “[...] si hubiera sido un elector estadounidense hubiera votado por McCain, antes que nada por las razones expuestas en un anuncio a toda página publicado en los mayores diarios americanos y firmado por varias organizaciones católicas: porque el magisterio invita a tener en cuenta antes que nada los valores no negociables (vida, familia, libertad de educación), y sobre estos temas – con particular claridad sobre el aborto – las posturas de Obama (por no hablar de las de su partido) están muy lejos de la doctrina social natural y cristiana respecto de lo propuesto por el ticket McCainPalin.” Hecha esta declaración de principios pasa al meollo de la cuestión: “[...] Abundan comentarios (realizados cuando las urnas todavía estaban abiertas, con editoriales en todos los grandes periódicos) sobre el hecho que por primera vez el voto de aquel cuarenta por cien de americanos que se declara religioso y practicante no ha ido predominantemente a los republicanos, sino a los demócratas. Los primeros sondeos muestran que – si entre los protestantes evangélicos, esto es, conservadores, ha ganado McCain (pero no con los márgenes búlgaros que tuvo Bush en 2004) – entre los judíos y entre los católicos (practicantes) ha predominado Obama. Las explicaciones de este acontecimiento decisivo para las elecciones son fundamentalmente cuatro. La primera es que las personas religiosas no votan todas y sólo conforme a la religión, y que las crisis económicas gravísimas inducen siempre a votar contra los partidos de gobierno, considerados a bote pronto – no importa si a menudo erróneamente – responsables de las crisis. La segunda es que el baptista McCain, como la prensa a menudo ha evidenciado, aunque alineado de forma satisfactoria a la mayoría de las personas religiosas sobre los valores no negociables, no viene del mundo del activismo religioso y tiene alguna incomodidad a hablar de religión en público. Al contrario el reformado (calvinista) Obama se presenta como el heredero de una tradición afro-americana donde los políticos – buenos, malos o nefastos – siempre han procedido del mundo de las comunidades religiosas, desde el reverendo Martin Luther King, Jr. (19291968) al reverendo Jesse Jackson, y en todos sus dircursos es constante la referencia apasionada a la fe y a la oración.” En tercer lugar – como ha remarcado un gran experto de cosas evangélicas, Mark Silk, en el congreso recién clausurado en Chicago del American Academy of Religion – los protestantes evangélicos, grupo más importante de la coalición religiosa determinante en los anteriores éxitos electorales republicanos, se han equivocado al oponerse a la candidatura a la vice-presidencia del ex-gobernador del Massachusetts Mitt Romney, dando a entender de manera lo suficientemente clara que no querían un candidato de fe religiosa mormona (menos claramente – pero quien tenía que entender entendió – se opusieron también a la elección como vice-presidente de Joe Lieberman, de procedencia demócrata pero alineado con McCain, porque se trata de un judío ortodoxo y los evangélicos no querían un candidato no cristiano, o más precisamente no protestante). Prescindiendo de cualquier otra consideración, ello ha transmitido a los socios minoritarios de la famosa coalición de los cuatro grupos religiosos decisiva para las victorias de Bush – protestantes evangélicos, católicos fieles al Papa, judíos ortodoxos y mormones (estos últimos muy importantes en el plano electoral porque concentrados en cuatro o cinco Estados – no solamente en Utah – donde hacen la diferencia) –, el mensaje según el cual para los evangélicos la coalición funciona si los demás llevan los votos, pero el candidato no obstante debe ser protestante. Desde el punto de vista de los valores no negociables, la pentecostal Sarah Palin era por otra parte la mejor de las candidatas posibles: pero estos antecedentes explican por qué los no evangélicos quizás no la han defendido como merecía frente a una auténtica agresión de la prensa liberal, la cual ha mostrado a los numerosísimos pentecostales estadounidenses que la tolerancia hacia formas religiosas con un culto entusiasta y una referencia insistente a los demonios y a las profecías, es una meta todavía lejana para los grandes media americanos impregnados de prejuicios laicistas y racionalistas.” Y no obstante el cuarto motivo por el cual el mundo de quien va a las iglesias y a las sinagogas (por no hablar de las mezquitas, donde los familiares musulmanes de Obama han ejercido un papel) ha puesto entre paréntesis los valores no negociables y ha votado por el senador de Chicago – a mi entender, no menos decisivo del primero, el relacionado con la crisis económica – es, muy sencillamente, que Barack es un afro-americano. Con excepciones marginales y casi irrelevantes, las Iglesias y comunidades religiosas americanas en el siglo XX han considerado como propia la batalla crucial por los derechos civiles de la población de color de los Estados Unidos (tras haber estado mayoritariamente en el siglo XIX contra la esclavitud – aunque no necesariamente a favor de la Guerra Civil ni de la posterior criminalización del Sur). Los no estadounidenses a menudo no se dan cuenta de cuánto ha formado esta batalla a los americanos que eran jóvenes en la década de los 60, en particular a los religiosos, un número sorprendente de los cuales ha ido a Alabama y a otros lugares, recibiendo algún que otro porrazo, para manifestarse para que los afro-americanos pudieran subir a los mismos autobuses de los blancos y votar sin temer intimidaciones. Para todos ellos (para muchos amigos de un servidor, que en 2004 habían votado por Bush pero en 2008 han elegido Obama) elegir un afro-americano para la presidencia de los Estados Unidos cierra un largo ciclo de la historia de su País, comenzado con la esclavitud y la lucha de las Iglesias por su abolición, y tiene un significado a un mismo tiempo épico y de reconciliación nacional que trasciende cualquier otra consideración, arrollando incluso el primado de los valores no negociables en vano recordado por las autoridades religiosas. A esta consideración se dirigen habitualmente dos objeciones. La primera es que la izquierda americana (y la internacional) ha especulado de manera retorcida sobre la etnicidad de Obama, mientras no se ha emocionado por el nombramiento como secretario de Estado primero de Colin Powell y luego de Condoleeza Rice, también ellos afro-americanos. Rice en particular, que será recordada se piense lo que se piense como brillante artífice de una nueva manera de hacer política exterior, ha sido vapuleada por la izquierda no obstante fuera afro-americana. Todo esto es verdad: y sin embargo, como apuntaba ya en el siglo XIX Alexis de Tocqueville, los Estados Unidos son una monarquía que elige su rey cada cuatro años. Hay una mística de la presidencia bastante parecida a la mística de las monarquías. No hay, con todos los respetos, una mística del secretario de Estado, así que sólo la elección de un afro-americano a la presidencia podía ser percebida como un acontecimiento histórico y como coronamiento de dos siglos de batallas que también han tenido, cuando no sobre todo, una dimensión religiosa. “La segunda objeción es que Obama no es realmente un afro-americano. Sus antepasados vivían en Kenya y no han conocido la experiencia de la esclavitud que define de manera decisiva y profunda la experiencia de los verdaderos afro-americanos. La objeción ha tenido un peso en las primeras fases de la campaña de Obama: pero al final ha prevalecido su auto-identificación (que no nace con las elecciones, sino que se remonta a los albores de su carrera profesional y política en Chicago) con la comunidad afro-americana y el hecho que, se diga lo que se diga, no se trata de un blanco anglo-sajón. “En la historia cultural y social de los Estados Unidos – también en el caso, como los más pesimistas pronostican, de que su presidencia se revele débil en el plano económico y en la política exterior, casi un remake de los desastres de Jimmy Carter, y teniendo en cuenta los inevitables choques con las Iglesias en materia de principios no negociables – el cierre de cuentas y la reconciliación nacional en materia de derechos civiles seguirán siendo un fruto de la elección de Obama. Cerrado finalmente este antiguo dossier, las Iglesias y comunidades religiosas podrán volver a sus prioridades. Sobre los temas del aborto y de la familia (aunque Obama se declare contrario al matrimonio homosexual – pero no su partido) el camino hoy está más cuesta arriba. Pero ello no significa que no deba ser recorrido con valentía y determinación. El electorado religioso estadounidense no ha desaparecido: las voces que auguran su muerte son prematuras, aunque si su manera de expresarse en el 2008 se ha visto influenciada por una serie de factores con toda probabilidad irrepetibles.” (1) Poco más nos queda que añadir, sólo esperar que realmente con la elección de Obama se cierre el triste capítulo de la discriminación racial (no olvidemos que Dios también escribe con renglones torcidos) y que la batalla cultural en defensa de los valores no negociables (que ya se intuye especialmente dura) sirva de aguijón a un mayor espíritu evangelizador. En el plano político, por otra parte, es una buena ocasión para retomar un serio debate entorno a la necesidad de recuperar los auténticos principios del conservadurismo los cuales, como ha demostrado la campaña para la vicepresidencia de Sarah Palin (2), están en perfecta armonía con lo defendido por el Magisterio de la Iglesia. De esta forma se conseguiría, entre otras cosas, abandonar de una vez el “centrismo” que tanto ha perjudicado a la política en el mundo occidental y plantear una auténtica alternativa también política a la dictadura del relativismo imperante, esto es, no un relativismo de signo contrario sino todo lo contrario del relativismo. Ángel Expósito Correa