Al hablar de la Biblia, hice referencia a una frase del Beato Juan XXIII: “Hay que saber distinguir la Revelación del ropaje que la envuelve”. Pongamos unos ejemplos sobre cómo distinguir en las narraciones iniciales de la Biblia la verdad revelada de ese ropaje que la recubre. En la narración de la Creación del mundo, es indudable que hay que ser muy fundamentalista para tomársela al pie de la letra. La pregunta inmediata es: ¿Qué es lo que Dios quiere con ella enseñarnos? El mensaje de este texto nos habla del poder creador de Dios, de la bondad de la creación y de la dignidad humana, pues estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que nos ha dado la tarea de dominar el universo. Esto es lo que permanece y es válido en todos los tiempos y para todos los hombres como verdades religiosas. En cambio las otras cosas, como los seis días de la Creación, desde luego no son una narración científica, porque si quiero conocer científicamente cómo se ha hecho el Universo, tendré que ir a saberlo a un libro de ciencias. El relato bíblico además es interesante desde un punto de vista no religioso, para conocer la cultura de aquella época, pues esta narración formaba parte de un himno para el inicio del año. Es también el fundamento de la ley social que establece que todos deben descansar al menos un día a la semana y es desde luego una narración muy optimista. En cuanto a los relatos de la creación del hombre y de la mujer, el más antiguo es el del capítulo dos del Génesis. Es la famosa narración de la costilla. En él la unión del hombre con la mujer es en sociedad personal, “ayuda semejante a él”, profundísima, “dejará el hombre a su padre y a su madre”, e íntima, “vendrán a ser los dos una sola carne”, afirmaciones todavía más notables cuanto que realizadas en una sociedad donde la poligamia y el divorcio eran legalmente reconocidos y era la mujer quien dejaba su casa para irse a la del hombre. La otra narración, la del capítulo primero, va todavía más allá en el camino de la igualdad. Aquí la mujer no surge de una parte del varón, sino que ambos aparecen simultáneamente y su perfección está en la unión de los dos, habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, teniendo su sitio en la obra de la creación y siendo la corona de ésta, estando los otros seres, sometidos al hombre, es decir al ser humano, y recibiendo todos, también la pareja humana, la orden de ser fecundos. Aquí la igualdad de los dos sexos es total. Y por último voy a hacer referencia al pecado original, en el que se habla de los frutos de los árboles, pero de ninguno en concreto y, por tanto, no se cita la manzana para nada. Lo que es indiscutible es que el mal existe y que este mito intenta explicarnos su origen, enseñándonos que el hombre es un ser fundamentalmente bueno, que el pecado le sobreviene, por lo que bien y mal no están en el mismo nivel, que parte de ese mal que hacemos es por nuestra culpa, pero que otra parte, simbolizada por la figura de la serpiente, señala lo que hay de extrahumano en el mal. El hombre es seducido por el mal, que se le presenta con apariencia de bien, ya que desea ser “como Dios”, lo que desde luego es nuestra aspiración fundamental, enseñándonos la Biblia que lo vamos a conseguir, pero no actuando contra Dios, sino porque Él quiere que seamos sus hijos y participemos de la naturaleza divina, es decir por el camino del amor de Él hacia nosotros y nuestro hacia Él. Se nos enseña además que el mal provoca insolidaridad, dolor y divisiones, y también que aunque Dios castiga al hombre no le abandona. Al varón se le dice “con sudor de tu frente comerás el pan”, y a la mujer “parirás con dolor tus hijos” y “tu marido te dominará”, realidades que no son cosas buenas ni mandatos de Dios, sino consecuencias del pecado, contra las que está bien luchar. Recuerdo que en cierta ocasión hice un cursillo sobre el pecado original y el profesor nos dijo como conclusiones: 1) el pecado original es un dogma en el que hay que creer, aunque los teólogos no tengan del todo claro en qué consiste; 2) si aceptamos el pecado original, en este mundo hay unos cuantos problemas muy complicados; 3) si no lo aceptamos, este mundo es sencillamente incomprensible. De hecho uno de los grandes errores del marxismo fue no creer en él y, en consecuencia, toda su concepción del hombre fue inviable por falsa. Podríamos seguir buscando ejemplos por toda la Biblia, pero con éstos me parece suficiente para que nos hagamos una idea de que el estudio resuelve muchos problemas, al mismo tiempo que nos plantea otros muchos. Pero esto pasa en todas las ramas del saber. Pedro Trevijano, sacerdote