La semana pasada, tras recordar la encíclica de Juan Pablo II sobre el Evangelio de la vida y apostar con la Iglesia, consecuentemente, por el hombre, por la defensa del hombre y de la vida, anunciaba nuevos artículos en esta página sobre el aborto y las legislaciones que lo protegen o amparan. Cumplo con este anuncio, a pesar de que hoy mismo comienza, con la imposición de la ceniza, el tiempo de Cuaresma y no puedo dejar de tener una referencia al tema cuaresmal en esta página semanal. Pero es que la Cuaresma es tiempo de conversión, es decir, de cambio de mentalidad: dejar la mentalidad que contradice la verdad del hombre y, por tanto, la de Dios; tiempo que nos llama a abandonar una vida envuelta en el mal, y a asumir la nueva mentalidad que entraña la misericordia, la compasión, en definitiva, la caridad, el amor a los demás, preferencial por lo más pobres y desvalidos; tiempo de penitencia y la verdadera penitencia es defender y proteger al desvalido, al inocente, dar de comer al hambriento para que viva, practicar la justicia y el derecho, estar al lado del que sufre y llevarle ayuda real y consuelo verdadero...
Todo esto tiene muchísimo que ver con el tema del aborto que se está convirtiendo –porque así se intenta– en una mentalidad ambiental, cultural, en una forma normal de pensar en tantos y tantos de nuestras sociedades llamadas modernas y de progreso, o en las legislaciones de los Estados. Una vez más, –llamando a las cosas por su nombre y no encubriéndolas con eufemismos–, es preciso afi rmar que el aborto implica la destrucción de la vida de un ser humano inocente, supremamente débil, absolutamente indefenso, cuyos derechos ni siquiera se toman en consideración. Por más que se diga, por más nombres que se le asignen, por más legislaciones generalizadas que encubran la verdad cruel del hecho del aborto provocado es que este se trata de la destrucción directa y deliberada de una vida, decidida por la madre, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, esto es, entre su concepción y nacimiento.
La legalización de este hecho, y más aún el reconocerlo o afirmarlo como un derecho de la mujer, lleva consigo una constelación de asuntos graves, de males profundos, que ponen en riesgo realidades fundamentales para el futuro del hombre. Julián Marías –¡nos hace tanta falta hoy!– dijo más o menos de él, de su permisión legal, o de su extensión legal, que es lo más grave acaecido en este tiempo. Se aboga por el aborto y se dice, incluso, que es lo que corresponde a una democracia, cuando es un ataque en la línea de flotación a la democracia misma. El aborto mina, en sus bases, la familia, fundamento de la sociedad, comunidad de amor responsable de la madre, del padre, de los hijos, para la vida y el amor, el servicio, la confianza... Mina la democracia que se cimienta en y sobre la verdad, en los derechos fundamentales, en la justicia. Va contra la mujer y su grandeza, aunque se diga lo contrario.
¿Se puede afirmar que el aborto es un derecho fundamental de la mujer, como se pretende? Y digo «cómo se pretende», porque detrás de todo esto hay una pretensión, unos objetivos, un proyecto de hombre y de sociedad. No estemos ciegos ni miremos a otra parte ante esos proyectos hábilmente dirigidos desde instancias de poder, institucionales, económicas, ideológicas, políticas,… ¿Cuál es el verdadero contenido de este pretendido «derecho»? Sencilla y llanamente: el contenido es la eliminación de una vida de un ser humano. ¿El asesinato de una vida, es el contenido de ese pretendido derecho? Pues sí: de un niño concebido y no nacido; ése es el contenido por cruel que suene a oídos políticamente correctos o por muy grave que parezca o sea, pero así es. El derecho al aborto se definió y reconoció por primera vez en una sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, en el llamado caso Roe. vs Wade 410 US 113 (1973), para señalar la libre elección de interrumpir el embarazo, afirmando que constituye un derecho de la mujer y es parte fundamental del derecho a la «privacy». Posteriormente a tal sentencia la evolución ha sido que se ha tendido a reconocer esto: que la decisión personal de la mujer a propósito del embarazo tiene que ser tratado como un derecho personal, y así como un derecho autónomo de la mujer, y colocarlo, en consecuencia, entre los derechos humanos fundamentales.
A este objetivo se dirigen desde hace años los esfuerzos de las organizaciones internacionales para los derechos humanos, sobre todo, de las Naciones Unidas, de algunos grupos del Consejo de Europa y también de la UE. Lo que está sucediendo en nuestro país no es ajeno a estos esfuerzos. Pero las consecuencias son terribles, en primerísimo lugar, para la vida de esas criaturas asesinadas no nacidas, pero también para la grandeza de la mujer, la verdad de la familia, para la sociedad y la democracia, para la convivencia y la paz, para el futuro y el progreso auténtico de la humanidad. ¿Qué nos dice esa cifra tan alta, en alza, del número de abortos en España? Ciertamente constituye un baldón para todos y no podemos resignarnos: personalmente jamás me resignaré, hasta que desaparezca; y los que apostamos por el hombre, y estamos a favor de él jamás podremos resignamos.
Pero, que se diga todo y se desenmascare todo; así no se avanza en humanidad y progreso, sino que se retrocede y se pone en peligro las bases en que sustenta una sociedad con futuro: «No es progresista resolver los problemas eliminando una vida humana » (Papa Francisco). Luchar a favor de la erradicación de la permisión legal del aborto o de legislaciones que lo favorezcan es un servicio a los más pobres, es un compromiso a favor del valor de la persona humana –base de todo ordenamiento– y de la justicia con el hombre, especialmente con el indefenso que es injustamente tratado, es trabajar por la paz. Al mismo tiempo e inseparablemente es preciso hacer cuanto esté en nuestras manos para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentren en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como solución a angustias por las que pasan. Esto también entra en el mensaje y llamada a la conversión de la Cuaresma
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